Sábado, 26 de marzo de 2011 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por Fernando Cibeira
Resultó que no era un mero invento de encuestadores a sueldo, sino que la recuperación de la imagen del gobierno nacional es un dato ahora verificable. La consecuencia la sufrió la oposición, que padeció un verdadero uno-dos en los primeros test electorales del año que les quemó los papeles y dejó en estado deliberativo, en una discusión abierta que se ventila principalmente a través de los medios.
La presunción era bien distinta. En Catamarca gobernaba el radicalismo desde hacía dos décadas, Chubut era el feudo de uno de los candidatos presidenciales del Peronismo Federal. Dos amplios triunfos opositores de diferente signo supondrían un arranque peliagudo del calendario electoral que obligaría al kirchnerismo a remontar la cuesta en las contiendas en territorio amigo. Resultó un boomerang.
En Chubut todavía hay que esperar los números definitivos pero, más allá de quien haya ganado, lo parejo del resultado y, sobre todo, lo bochornoso del escrutinio terminaron por limar las ya de por sí limitadas aspiraciones de Mario Das Neves. Su imagen en la madrugada del domingo proclamándose ganador, exhausto y con los ojos rojos, con Francisco de Narváez, Felipe Solá y el árbitro Castrilli haciéndole de comparsa triste, fue bien diferente a la “noche inolvidable” que había anticipado sería.
El resultado final todavía está por verse y si bien no es posible dar por sentado que el kirchnerismo lo dará vuelta en el recuento, las irregularidades que se van destapando día a día dejan a Das Neves en posición complicada. En la Casa Rosada creen que los datos anticipados que le enviaba la policía provincial a su bunker el domingo de las elecciones permitieron al gobernador armar una estratagema para –agregando votos aquí y allá– terminar de construir un triunfo por margen mínimo. Ayer los abogados de Das Neves contraatacaron con algunas denuncias a oficialistas. En medio del torbellino por la pulseada, Das Neves tuvo al menos lucidez para bajarse de la extraña preinterna del Peronismo Federal que el domingo que viene iniciarán Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá. Pese a las sugerencias que le hicieron llegar de varios lados, los dos contendientes parecen chochos por llevar adelante esa elección escalonada por regiones que, imaginan, los colocará en el primer plano nacional. El experimento suena muy arriesgado: más allá de los dos interesados y su entorno, nadie prevé una avalancha de votantes.
Es que ante los dos primeros resultados electorales del año los dirigentes de la oposición concluyeron que hay que hacer algo, pero no pueden ponerse de acuerdo qué es lo hay que hacer. Una línea argumental que va ganando terreno –la sostuvieron inicialmente Julio Cobos en el radicalismo y Felipe Solá en el Peronismo Federal– es que hay que suspender las preinternas. El argumento es que la oposición no puede seguir manteniendo en cartelera sus disputas intestinas en tanto el kirchnerismo aparece con un discurso único y cada vez más encolumnado detrás de la candidatura de la Presidenta. El punto débil de la argumentación es que quienes la esgrimen son justamente quienes no tienen ninguna chance de imponerse en la compulsa. Sus rivales dicen que buscan conseguir en la mesa de negociación lo que no pueden obtener en las urnas.
Los dos primeros test electorales pintaron un panorama: la Presidenta agrupa hoy alrededor de un 40 por ciento de intención de voto bastante definido, incluso según algunos encuestadores es un poco más. El otro 60 por ciento está repartido entre cinco fuerzas opositoras, algunas de ellas a su vez divididas en varios candidatos. El escenario coloca al oficialismo a un pasito del triunfo en primera vuelta. Así las cosas, ¿qué debería hacer la oposición?
La unión de esa dispersión opositora no siempre –por no decir nunca– es la suma matemática de cada uno de sus factores. Ni quien resulte elegido candidato radical ni del Peronismo Federal necesariamente congregará los votos de todos los demás candidatos de la fuerza sumados, siempre hay una pérdida por algún costado. Pero, en contrapartida, quien de esos candidatos consiga posicionarse como el más serio oponente al oficialismo, seguramente terminará cosechando muchas adhesiones de última hora. “El mal menor”, para una buena parte del electorado opositor. La lucha está abierta por ocupar ese lugar.
Ricardo Alfonsín es el candidato radical de mejor imagen. Sin embargo, su intención de voto no es tan alta y en algunos distritos –el porteño es uno de ellos– sufrió una leve baja. Más allá de eso, considera que está por encima de Ernesto Sanz y de Julio Cobos y ansía mostrarlo en la preinterna convocada para el 30 de abril. El problema es que Sanz no encontró el eco que imaginaba a esta altura del partido para su postulación y andaría en busca de una buena excusa para esquivar el convite. Al igual que Cobos, preferiría ir directamente a las primarias obligatorias de agosto con la esperanza de obtener el favor de los electores independientes. Pero Alfonsín sólo acepta suspender la preinterna en caso de que los demás lo unjan candidato, lo que no está previsto que suceda.
En río revuelto, también el socialista Hermes Binner decidió lanzarse al ruedo como aspirante presidencial. La movida esconde –apenas– la intención de negociar desde una posición de fuerza con el radicalismo, pero dado este panorama desmarejado cualquier cosa puede suceder. Otro posible asociado del grupo, la Coalición Cívica de Elisa Carrió, no piensa en acercamientos hasta que los tantos no se aclaren. Cosa que puede suceder alguna vez, dicen, o nunca.
Los peronistas federales no la tienen más sencilla. Solá, Das Neves y De Narváez también creen que hay que evitar la preinterna y rumbear directamente a la primaria. Como Alfonsín en el radicalismo, Duhalde y Rodríguez Saá se niegan. Pero hay más diferencias entre ellos. Aquel trío es de la idea de que los humores sociales cambiaron luego de la muerte de Néstor Kirchner y que el discurso opositor furibundo no es bien recibido. No es la percepción de Duhalde. Hay mucha confusión: sólo ante sus íntimos Solá confiesa que no sabe qué terminará haciendo.
Como el Titanic y el iceberg, el camino del Peronismo Federal inevitablemente se choca con el de Mauricio Macri. Como su admirado Lole Reutemann, los titubeos de Macri antes de cada paso decisivo van camino a convertirse en un clásico. De Narváez dejó trascender del encuentro que mantuvieron el miércoles en la casa del jefe de Gobierno en Barrio Parque su ultimátum para que defina de una vez su futuro. Así, en el macrismo anticiparon que el lunes el jefe de Gobierno anunciará cuándo se harán las elecciones porteñas y reafirmará que él no participará de esa contienda sino que buscará la presidencia. Con esas definiciones esperan ir encolumnando a los peronistas anti-K detrás suyo. En la visión del macrismo, su jefe es el opositor que quedó mejor parado después de los fiascos de radicales y federales en Catamarca y Chubut. Otra cuestión a resolver es cómo podría formalizarse esa confluencia. En el macrismo no piensan competir en una interna abierta porque imaginan que los posibles votantes del peronismo opositor se inclinarán solos por el jefe de Gobierno, pero la imagen de los federales yendo al pie así porque sí tampoco se ve probable.
Las indefiniciones a Macri le empiezan a salir caro. En el gobierno porteño ya resulta indisimulable la brecha abierta entre el sector de Horacio Rodríguez Larreta y el de Gabriela Michetti. Tanto que hay quienes aseguran que en el ánimo de Michetti, si no percibe pronto una decisión en su favor, estaría la intención de pegar un portazo.
En la hora decisiva en la oposición lo que prevalece no es precisamente el espíritu de cuerpo.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.