Jueves, 30 de junio de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mara Brawer, Ana Campelo
Hace algunas semanas, la ciudad de Buenos Aires amaneció empapelada con carteles con el lema “Vos sos bienvenido”. Algunos interpretaron que el slogan hacía referencia a la esperada definición del jefe de Gobierno respecto de su postulación como candidato a la reelección. Pero la aparición de nuevos afiches, en los que esa frase es acompañada por representaciones estereotipadas de personas, pone en evidencia que el sentido es otro.
Hasta aquí podríamos pensar que se trata de un error discursivo o de una mala estrategia de marketing publicitario. Pero no. El equívoco de la expresión muestra, una vez más, que para Mauricio Macri hay quienes son bienvenidos y quienes no o, peor aún, hay quienes son “malvenidos”. Y al presentarse como quien da la bienvenida, también se reserva el “derecho de admisión”: en la misma operación, y bajo el supuesto de la hospitalidad, decide que hay quienes no entran en su proyecto de ciudad. No hace falta ser demasiado perspicaz para comprender a quiénes se refiere.
En este punto nos interesa hacer un poco de historia. Porque toda época tuvo sus malvenidos. En Argentina, ese lugar fue ocupado, sucesivamente, por los “indios”, los gauchos, los “cabecitas negras”. Siempre existieron esos “otros” que intimidan, que dan miedo; otros que generan o agravan nuestros problemas, que se quedan con lo que nos pertenece.
En algún momento, el lugar del malvenido fue ocupado por quienes hoy son nuestros abuelos: los inmigrantes. A comienzos del siglo XX, los extranjeros –que llegaban mayormente de Italia y de España– representaban casi la mitad de la población de la ciudad de Buenos Aires. Venían buscando un futuro mejor, otra oportunidad. Pero no siempre encontraban lo que esperaban. La vida no era fácil: eran miles en la misma situación, los salarios que se pagaban no eran buenos y los lugares para vivir estaban lejos de poder ser considerados “decentes”. Pero, muchas veces, ellos mismos eran vistos como indecentes, frente a la mirada de quienes tenían la suerte de llevar un mejor pasar.
Y tampoco en esas épocas faltó quien se arrogase ese “derecho de admisión”. Por ejemplo –ya en 1884– el escritor y político Miguel Cané (probablemente más reconocido como integrante de la Generación del ’80 que por ser el autor de una Ley de Residencia que permitía al gobierno expulsar inmigrantes sin juicio previo) escribía: “Nuestra sociedad múltiple, confusa, ofrece campo vasto e inagotable. Pero honor y respeto a los restos puros de nuestro grupo patrio; cada día, los argentinos disminuimos. Salvemos nuestro predominio legítimo (...) Cerremos el círculo y velemos sobre él” (fragmento de “En la tierra”, en Prosa ligera).
Dicha Ley de Residencia (o Ley Cané), sancionada casi veinte años después de ese escrito, tenía el mismo argumento: la sospecha sobre “el otro” como peligro, como amenaza, como aquel que se lleva lo que es nuestro. En la misma obra se afirma: “Hoy nos sirve un sirviente europeo que nos roba, que se viste mejor que nosotros y que recuerda su calidad de hombre libre apenas se le mira con rigor. Pero en las provincias del interior, sobre todo en las campañas, quedan aún rastros vigorosos de la vieja vida patriarcal de antaño, no tan mala como se piensa”.
A pesar del tiempo transcurrido, la situación no parece ser muy distinta para los malvenidos de hoy. Bastaría contrastar el slogan con las políticas públicas del macrismo para poner en claro quiénes son: los jóvenes “que delinquen” (aunque las estadísticas demuestren que es mayor la proporción de adultos que protagonizan hechos delictivos), los enfermos mentales que viven en condiciones deplorables en el Borda, los que viven en villas o en asentamientos, los vecinos de las provincias y los inmigrantes latinoamericanos que se atienden en los hospitales porteños y estudian en “nuestras” escuelas. Como nos enseña la historia: el argumento no es nuevo.
Por eso nos parece preocupante que una campaña de gobierno se construya sobre el equívoco de que hay bienvenidos pero podría haber quienes no lo son. Lamentablemente, la situación no nos sorprende: todos escuchamos las expresiones xenófobas en boca del jefe de Gobierno en ocasión de la toma del Parque Indoamericano. En aquel momento atribuyó el conflicto a una “inmigración descontrolada”. Es entonces cuando lo equívoco del discurso evidencia lo inequívoco de una política. Lo inadmisible es que sus palabras no sólo expresan el pensamiento de un individuo, sino la voz pública del Estado. Y contrastan con una ciudad cuya Constitución fue concebida para garantizar en su mayor amplitud los derechos humanos, sin poner ningún requisito para acceder a ellos.
Como docentes y profesionales de la educación nos preocupan particularmente estas prácticas y discursos basados en la selección y exclusión. Porque venimos sosteniendo políticas de inclusión desde la escuela, y sabemos que hay gestos que pueden tirar por la borda el esfuerzo de muchos años. Porque entendemos que la construcción del espacio político implica volver la mirada hacia el otro y hacia uno mismo, reconocerse y reconocer a los demás celebrando las diferencias. Comprender que todos podemos ser “ese otro” para otros.
* Integrantes de Encuentro Educativo B.A.
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