Sábado, 23 de julio de 2011 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por Luis Bruschtein
“¿Campaña sucia? Esto es campaña sucia”, dijo Rodríguez Larreta mostrando un volante que imitaba los colores y la artística del PRO, que decía “Juntos venimos mal”.
Para Rodríguez Larreta da lo mismo ese papelito, que no pretende engañar a nadie, ya que está firmado por la agrupación antimacrista que lo hizo, que cientos de miles de llamadas telefónicas a las casas porteñas para ensuciar al padre del candidato opositor. Por supuesto que para Clarín también es lo mismo. “Elecciones porteñas: los K y el PRO se cruzan por ver quién es la víctima”, decía ayer en un título muy secundario de su portal de Internet.
No es nada nuevo, pero no deja de incomodar la constatación de una mecánica granmediática que termina disimulando esta forma de convertir a la política en una cloaca, igual que la hipocresía de quienes hicieron la campaña sucia y de quienes los contrataron y salieron a negar las acusaciones tratando de ponerse en víctimas. Al mismo tiempo que Filmus informaba sobre los resultados de la investigación judicial que allanó empresas del principal socio de Jaime Durán Barba, empezaba otra campañita telefónica usando a Fito: “¿Usted sabe que el cantante Fito Páez..?” y seguía con el mismo disfraz de encuesta seria. Importa tres pepinos la encuesta, lo que importa es la campaña sucia de golpes bajos y traicioneros, cualquier cosa para conseguir resultados. Las mismas empresas encuestadores tendrían que prohibir esta forma de propaganda deshonesta, porque mucha gente terminará por no responder a las encuestas.
Rodríguez Larreta mostraba un papelito haciéndose el ofendido para evitar responder sobre los hallazgos de la Justicia. Es el mismo Rodríguez Larreta que figura como uno de los que contrató con dinero del Gobierno de la Ciudad a una de las empresas socias de Durán Barba comprometidas en los llamados telefónicos. Rodríguez Larreta o Durán Barba no pueden negar la información que proviene de la Justicia. Fue una investigación sencilla de Telecom la que señaló a esas empresas.
Con estos materiales se hace la nueva política del PRO. Por un lado las fiestitas con globitos para los giles y por abajo, y escondiendo la mano, la guerra sucia del vale todo contra el adversario. La peor escuela de la política. Resulta indignante, además, por lo taimado, pero todo está escrito por Durán Barba, el hombre que hace los guiones y la coreografía artificial de esas fiestitas, al mismo tiempo que trata de destruir con mentiras al candidato opositor al macrismo. Pero no atacando al candidato en forma directa, sino usando al padre del candidato, un anciano de 88 años. Y todo eso sin dar la cara, escondido en forma cobarde detrás de cientos de miles de llamadas telefónicas que no dicen que son del PRO y que tampoco dicen que son propaganda política. Se esconden detrás de una falsa encuesta sobre los electores. Ha sido verdaderamente una jugada muy deshonesta para los porteños.
Es difícil saber cuántas personas en la Ciudad llegarán a enterarse de lo que verdaderamente sucedió. Y no porque las cosas no estén claras. La campaña sucia del PRO está muy clara, pero los grandes medios y muchos periodistas que siempre están indignados, ahora la relativizan, la traspapelan, porque no quieren sacar del kirchnerismo el foco de la desconfianza. Se equivocó el PRO, mala suerte, se la dejamos pasar, porque lo sucio y lo malo tiene que estar todo del mismo lado de la política.
Macri tiene impunidad mediática y vale preguntarse hasta qué punto también tiene impunidad política o impunidad legal. Si tiene impunidad mediática, es probable que también tendrá impunidad política, porque para mucha gente el tema quedará reducido a “un cruce entre los K y el macrismo por quién es la víctima”, algo que pasa en todas las campañas electorales, todo dentro de las reglas del juego. Se trata de convertirlo a ese formato: una disputa de baja politiquería a la que fue arrastrado el PRO, pero todo dentro de reglas de juego normales.
Estas cuestiones hacen a la convivencia en un lugar donde todos estamos obligados a convivir. Un vecino tramposo no es un vecino deseable. Macri tiene el estilo de no dar la cara nunca. Siempre son otros los que salen por él. Esta vez fueron Rodríguez Larreta y Durán Barba, no por valentía, sino porque, además, son los dos que quedaron más pegados en esa campaña de pequeños napoleones. Rodríguez Larreta porque aparece en los contratos y Durán Barba porque es socio y jefe de Rodrigo Lugones, quien figura como fundador de la compañía que hizo los llamados. Lugones además es el segundo en la empresa de Durán Barba.
Tras la rotunda elección que hizo Macri en la primera vuelta, Durán Barba se convirtió en el rey de los consultores políticos. Los medios lo buscaron, lo entrevistaron, encontraron un hombre inteligente, que sabe de lo que habla, con un libro que lo delata como un amoral de la política. No descubrió nada. Es la vieja política sin moral, el detestado lugar común de que el fin justifica los medios, usado como argumento por los peores regímenes que ha habido en el planeta.
Pero Macri no existe sin Durán Barba, cada una de sus apariciones públicas está guionada por el politólogo y él la actúa. Sin su consejero, Macri no es nada, no tiene vida política propia más allá de esos guiones. Por eso, si la intención granmediática es salvar a Macri, tiene que salvarlo a Durán Barba también, con el riesgo de que la imagen pública del jefe de Gobierno de la Ciudad quede a la sombra de un “brujo” estilo López Rega o de un Maquiavelo, alguien que puede llegar a convertirse en el sinónimo de política sucia.
En una época de bonanza económica es difícil perder una elección a los primeros cuatro años de gobierno. Porque para mucha gente el gobernante necesita más tiempo. Macri tuvo esa bonanza y, a diferencia de Cristina Kirchner, no debió soportar las furiosas embestidas destituyentes por el conflicto contra la 125 o contra la ley de medios. Tuvo la suerte de que su oposición fue más civilizada que la oposición nacional. La lógica indicaría que sus posibilidades de reelegir siempre fueron grandes, él estaba identificado con el gobierno, pero si ponía otro candidato perdía.
Su situación era que podía competir sin necesidad de bajos recursos, no estaba en un escenario de desesperación. Es un misterio saber cuántos de los votos que recibió los ganó con su campaña blanca por un lado, vaciada de contenido político, y el ataque artero por el otro. Es probable que muchos ya tuvieran decidido su voto antes de las campañas. Usar, sin necesidad, herramientas de baja calidad da la idea de que lo hace porque él es eso, y que está haciendo lo que mejor sabe hacer, esta nueva trashpolitic.
Pese a toda la impunidad, la basura se va acumulando, no se elimina. Macri podrá ganar la reelección y hacer otros cuatro años de gobierno. Pero lleva dos manchas muy fuertes que en algún momento terminarán por configurar su imagen real ante los porteños que no lo vieron o hayan decidido no verlo. La vergüenza de que el primer jefe de policía esté preso por espionaje telefónico tiene una envergadura que hasta repercute a nivel internacional, aunque por ahora los porteños prefieran no verla. Y la otra son estas formas de campaña sucia. En ese aspecto, el ejercicio histórico de Macri es cada vez más parecido al de Menem.
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