Martes, 15 de noviembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Rubén Dri *
El militante popular Luis D’Elía acaba de ser condenado a cuatro días de prisión en suspenso por haberle propinado una trompada al ruralista Alejandro Gahan en el 2008. La diputada por el Peronismo Federal Graciela Camaño recibió muestras de aprobación por parte de los medios hegemónicos por propinarle un sopapo a Carlos Kunkel, diputado por el Frente para la Victoria, en el 2010.
La defensa de la diputada consistió en afirmar que no soportaba más las provocaciones del diputado. Parece que en ese caso las provocaciones han justificado la agresión, lo cual no se aplica para el caso del militante popular. Pero no es esta disparidad de criterios en los juicios lo que me interesa subrayar en estas reflexiones, sino el contexto en el que se produce el incidente entre D’Elía y Gahan.
Dicho contexto no era otro que el de un golpe de Estado, pues no otra cosa es lo que a partir de las intervenciones de Carta Abierta pasó a denominarse “clima destituyente”. ¿Qué quiere decir “destituyente”, si no que se intenta destituir a la Presidenta? ¿No es eso lo que se realizó en Honduras? Los intelectuales del imperio poseen otras denominaciones, como “golpe blando” o “poder inteligente”.
El clima que se vivía en el 2008 era “destituyente”. La misma Cristina Fernández no pudo menos que decirlo en la biografía que escribió Sandra Russo: “Me quisieron destituir”. Por otra parte, no necesitábamos ese testimonio. “El golpe está en marcha –escribíamos ese año–. Uno puede cerrar los ojos y negarlo, pero hoy no es posible dudar. ‘Si nos quedamos acá tenemos que estar dispuestos a lo peor’; ‘estamos en guerra’; ‘esto es una revolución’. Son frases que jalonan los cortes de ruta motorizados por una derecha que sabe lo que quiere y una izquierda estúpida que cree que está haciendo la revolución.”
Las corporaciones agrarias, eufemísticamente denominadas “campo”, habían logrado movilizar a amplios sectores de la sociedad detrás de su proyecto destituyente, o sea, “golpista”, para lo cual la ocupación del espacio público era fundamental. Los sectores populares, que ahora se encuentran alertas y movilizados, en ese entonces se encontraban aletargados y fragmentados. Es en ese clima que interviene D’Elía, uno de los pocos que tenían plena conciencia de lo que estaba sucediendo.
La Justicia se ha movilizado para condenar la agresión del militante, que tuvo lugar en el intento de frenar el movimiento desestabilizador y ha hecho caso omiso de las múltiples y mucho más violentas agresiones que se sucedían por parte de quienes sometían al país a un lock-out de pesadilla. El patoterismo, la amenaza y la agresión eran moneda corriente.
La pena que se le ha dado a D’Elía es, en definitiva, simbólica y es eso, precisamente, lo que la hace peligrosa, porque se la desliga de la lucha por la defensa de la democracia amenazada. Si se quiere condenar la agresión física, cosa que está bien, siempre que también se la haga para las numerosas agresiones de los patrones sojeros, no se lo puede hacer desligándola del contexto de defensa de la democracia.
Lo más peligroso es que se pase por alto que hubo un intento serio de golpe de Estado. A quienes pretenden minimizar el problema, les recomendamos volver a escuchar el “ameno” y “divertido” diálogo entre Grondona y Biolcati, celebrando irónicamente el desplazamiento de Cristina por el “traidorzuelo” Cobos.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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