Lunes, 16 de abril de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Sí. Lo de Boudou. Por ponerle la definición más escuchada. ¿Es un tema comprendido en un caso mayor o es apenas un tema? Lejos de ser una pregunta enroscada o un mero juego de palabras, para gusto del periodista la madre del borrego está por ahí. No porque uno tenga la respuesta. Es que nunca podría encontrársela si no se acierta con la pregunta.
Para hallar algo cercano a la objetividad, cabe intentar con dividir “lo de Boudou” en tres partes. Primero, el tratamiento periodístico. Después, el relevamiento de los datos obrantes. Datos, quede claro. No conjeturas, ni suspicacias, ni sospechas. Y recién por último, la parte de si el producido de las dos anteriores arroja un desenlace analíticamente serio. De modo que vamos en ese orden. Está fuera de duda que el vicepresidente es víctima de un fusilamiento mediático, sea o no culpable de lo que se lo acusa. La oposición disfrazada de periodismo libre, ya sea a través de sus voceros permanentes desde el conflicto con “el campo”, el Fútbol para Todos y la nueva ley de medios audiovisuales; o bien gracias al concurso de mercenarios de gran porte reclutados en los últimos tiempos, decidió que las noticias importantes son, casi en exclusividad, los avatares judiciales de Boudou. Ni siquiera los efectos, subsistentes, del temporal inédito que afectó a Capital y zonas del conurbano sirvieron para poner una pausa en la ofensiva. Tampoco lo logró el precio de la yerba. Apenas se detuvo el rato que duró (seguirá) la impresionante operación de prensa en torno de YPF, en la que especulaciones de Bolsa se entremezclaron con lo imperioso de horadar al oficialismo. Y de una manera repugnante, que hasta pareció articulada con la prensa y el gobierno españoles. Portada tras portada, sumario tras sumario, entonación tras entonación, gesto tras gesto, solamente parece interesante que el Gobierno puede caerse a pedazos porque la Presidenta habría elegido de vice a un concheto travestido y corrupto. Tampoco puede dudarse de que los medios y colegas oficialistas, más gurkas o más elegantes, protegen a Boudou, a como sea, en aras del objetivo mayor: cuidar a la Presidenta y a lo que simboliza su modelo. Lo que en el argot de esta profesión se conoce como “data dura” pasó centralmente a mejor vida. Los unos porque lo primordial es destruir a Cristina; los otros porque debe resguardársela a toda costa. Los segundos tienen el beneficio de inventario de una altitud ideológica a la que los primeros no se acercan ni por asomo. La ultraoposición es espectacularcita. No tiene cuadros. Llega hasta Beatriz Sarlo como muchísimo y no agujerean más allá de los lectores de La Nación. El kirchnerismo, en cambio, originó Carta Abierta y posee referentes muy aptos para la batalla mediática. Puede juzgarse todo eso como chascarrillo de ambiente reducido, o quizás no tanto si se tiene en cuenta que la propia oposición viene reconociendo la “victoria cultural” del oficialismo. Lo cierto es que el ultrismo opositor no pasa de atacar a mandoble puro, sin más ton ni son que demoler a la figura presidencial por vía de las aprensiones sobre Boudou. Y que el oficialismo carga con desprolijidades impactantes que sus defensores hacen mal en ignorar. Pagaría muchísimo mejor escudar al Gobierno con la premisa de que no deben justificarse todos sus errores. No se trata de ser neutral. Todo lo contrario. Se trata de inteligencia. Y también de honestidad descriptiva.
La oposición, antes que por el aporte de prueba concreta alguna, basa su ferocidad en una construcción de sentido culpabilizador, capaz de ignorar hasta los ridículos. Luis Bruschtein lo sintetizó en este diario con magnífica precisión retórica y contundencia política, al cabo del despliegue mediático, infernal, que siguió al allanamiento de un domicilio de Boudou presentado como su casa: era un lugar alquilado por un amigo del ex marido de la esposa despechada que es amigo de un amigo de Boudou. Absolutamente todos los ataques, ofrecidos como prensa atenta de investigación, se asientan en “relacionismos” de ese tipo. Y por si algo faltaba, reapareció Carrió para montarse en la táctica de sus amigos corporativos. Ella está en todo su derecho, naturalmente, pero usarla de ariete protagónico –o aun como actriz de reparto– revela la disposición a valerse de lo que venga con tal de esparcir imagen de podredumbre. Según quiera verse, ya no saben qué hacer o lo saben muy bien. Indignan. Le dan vergüenza ajena a cualquiera con dos dedos de frente. Atentan contra las normas más elementales de la deontología profesional. Resucitan payasos. Pero nada de todo eso debiera obstaculizar una mirada crítica sobre los mocos que se manda el Gobierno. Boudou llamó a una conferencia de prensa que en ningún momento fue eso ni nada parecido. Es irrefutable que se acordó tarde de denunciar intentos de coima y apretadas, por más ciertos que fueran, y que tal actitud también deja un flanco intapable. El juez Rafecas, quien era casi un icono de probidad, saltó a enemigo de la noche a la mañana, no se sabe si por no haber podido evitar ser un bocón o, sencillamente, porque no hizo lo que se esperaba que hiciese. Y en aras de esa concepción se lo llevan puesto a Esteban Righi... ¿Por qué? ¿Porque no supo operar sobre un fiscal? Hay antecedentes de esa clase de arrebatos. La memoria debería registrar lo insólito de haber prescindido no ya de un canciller, sino de un cuadrazo fenomenal como Jorge Taiana, tipo de una rectitud invicta, por el solo hecho de inferir que compartía algún off con medios antagónicos. Con Taiana, el impacto quedó licuado porque los ribetes no daban para escándalo y porque el hombre es un caballerazo. Pero a Righi no le dejaron callejón con salida. Se tuvo que ir probable o seguramente absorto, más allá de que pudieran haberle faltado reflejos para intervenir ante un episodio de resonancia institucional. ¿Hacía falta esto? En sentido político análogo, ¿hace falta profundizar el frente abierto con la CGT justo cuando vuelve a necesitarse una estrategia de alianzas sectoriales, imprescindibles para aguantar los chubascos o tormentas de un escenario internacional complicado, e incluso frente a la decisión que vaya a tomarse con YPF? Si es cuestión de prevenirse frente a Scioli por estimarlo como resolución a derecha de la no continuidad de Cristina, ¿hace falta perforarlo tres años antes? Tal vez se trate de aquello con lo que esta columna se permite insistir cada tanto. Lo que Carlos Pagni escribió en La Nación hace unos días, con la visión de un hombre de derecha atendible. El kirchnerismo se enfrenta al kirchnerismo –muy genéricamente expresado, entiéndase bien– porque ocupa la totalidad del centro de la escena, al inexistir la oposición, como no sea la mediática. Más luego: ¿los momentos de fortaleza deben ser usados para ir por todo frente a la debilidad del adversario, incluso prescindiendo de los aliados reales, eventuales o reconquistables? Que se vaya “por todo” es elogiable, pero el punto es cómo. ¿No sería mejor contar los porotos de otra forma? ¿Seguro que hay tanta espalda para optar por lo primero? Son preguntas, no afirmaciones. Uno no pierde de vista que es apenas un comentarista y que el ejercicio del poder es muy otra cosa. Igual: así cayera Boudou, o se complicara ese escenario y los medios opositores sintieran la panza llena, no se modificaría en nada que las mayorías sigan confiando en un Gobierno que les mejoró la vida, en la proporción que cada quien quiera darle a ese aserto indesmentible.
Si se apoya esta experiencia kirchnerista –como lo hace quien firma– por considerar que al fin llegó una gestión capaz de satisfacer algunas o varias necesidades populares, o porque cualquier alternativa significaría volver a lo peor de un pasado nada lejano, la preocupación no debería pasar por las repercusiones institucionales de “lo de Boudou” propiamente dicho, sino por la posibilidad de que la trama escenifique a un Gobierno con tendencia creciente a encerrarse en sí mismo. O mejor dicho, en un círculo extremadamente reducido. Pero si es por aquello que los medios de la oposición pretenden mostrar que pasa, la conclusión es que, en perspectiva estructural, no pasará nada.
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