EL PAíS › LAS ILUSIONES DE RICARDO LOPEZ MURPHY
De la Rúa, capítulo dos
Su sueño es cortar el déficit fiscal, atomizar la escuela pública, emplear a los docentes por contrato y darle a la policía facultades de interrogación extrajudicial que siempre terminan en la tortura. Perfil del político que representa la versión más pura y decidida de Fernando de la Rúa.
Por Martín Granovsky
Ricardo Hipólito López Murphy (Buenos Aires, agosto de 1951) quiere llegar al gobierno con el mismo credo de Fernando de la Rúa: reducir el déficit fiscal. Pero hay diferencias. De la Rúa era un fanático de la disciplina en el gasto. López Murphy, un cruzado que pasó por la sala de maquillaje.
Cuando De la Rúa lo designó ministro de Economía, en marzo del 2001, un periodista le preguntó si seguiría con la misma cara.
–No está entre mis prioridades la cirugía estética para que mejore mi rostro –contestó López Murphy.
Era una estrategia. Quienes conocen a LM en privado saben que es un tipo con humor y puede ironizar también sobre sí mismo. Para la campaña, tal como se vio en los últimos días, los publicitarios sólo tuvieron que poner delante de la tele la capacidad histriónica aprendida por el candidato en dos escuelas. Una, la política universitaria, porque LM militó en la Federación Universitaria de La Plata. La otra, más importante en su formación, y en su buena posición económica, las charlas como gurú de los mercados.
Una lectura urgente diría que a LM sólo le interesan los números fiscales. Es falso. Siempre le gustó la política, que en su caso sería la continuación de la contención fiscal por otros medios. Y con muchas formas. En el site www.lopezmurphy.com, LM escribe su autobiografía y cuenta que fue director nacional de Investigaciones y Análisis Fiscal de la Secretaría de Hacienda. No pone los años. Omite que ocupó el cargo desde la dictadura militar, cuando esos puestos no se obtenían por concurso como hoy. Cuando Raúl Alfonsín asumió en la presidencia, su ministro Bernardo Grinspun mantuvo a López Murphy con el rango de director, pero le quitó cualquier función concreta. No confiaba en ese joven economista que había asesorado a De la Rúa en la interna para elegir el candidato a presidente de 1983, cuando la única diferencia no fue el déficit fiscal: Alfonsín le ganó al balbinismo criticando al gobierno militar y prometiendo Conadep y juicio, aunque limitado a las cúpulas.
López Murphy debe su segundo nombre a Yrigoyen y el primero, justamente, a Ricardo Balbín. Se explica: en 1951 Balbín era el líder del radicalismo junto con Arturo Frondizi, y el padre de López Murphy, Juan José López Aguirre, un dirigente radical bonaerense que lo idolatraba.
Aunque abandonó su impronta antiperonista cuando se abrazó con Juan Perón, Balbín fue el prototipo del radical conservador. En 1975 calificó de “guerrilla industrial” al sindicalismo combativo de Villa Constitución, a principios de 1976 balbuceaba poemas por televisión cuando ya se venía el golpe de Estado y tras el golpe aprobó la represión salvaje.
LM no sólo trabajó para el gobierno de la dictadura sino que compartió el diagnóstico de José Alfredo Martínez de Hoz. Dirigentes radicales consultados por Página/12 escucharon muchas veces su opinión de que el problema no fue el modelo aplicado por el ministro de Economía sino que no pudo desplegarlo a fondo por la resistencia militar a dejar puestos burocráticos en el Estado.
FIEL a sí mismo
De todos modos ningún radical de peso, ni Balbín, dio el paso de López Murphy: convertirse directamente en un cuadro político y técnico de las mayores empresas de la Argentina, que lo contrataron como economista jefe en la ultraliberal Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas, FIEL. En El saqueo de la Argentina, el último libro de María Seoane, puede consultarse la evolución del consejo directivo del organismo. LM revista allí desde 1992. También María Echart, que escribió el documento de trabajo del candidato sobre educación. Todo un dato: Echart es economista, graduada en la UCA, y no una especialista en educación desde la pedagogía o la sociología. Y también un dato sobre la plasticidad del López Murphy candidato. Mientras rescataba en los spots su paso por la educación pública, proponía a través de Echart la atomización educativa.
Un ejemplo: “La capacitación del personal docente será financiada básicamente con los fondos que percibe cada escuela. No otorgará puntajes y cada escuela decidirá acerca de las opciones más apropiadas para el establecimiento, siendo libre de contratar con las instituciones públicas y privadas que considere adecuadas a sus fines”.
Otro: “El personal docente será contratado por períodos de duración determinada”.
En cuanto a las escuelas, Echart propone mantener la gratuidad pero sugiere que la propiedad sea de cada gobierno provincial mientras que las escuelas deben funcionar como organismos descentralizados. Dice que “no habrá obstáculos para que los propios docentes se organicen para administrar y conducir la escuela a la cual pertenecen, constituyéndose en una institución de derecho privado o que instituciones privadas mediante licitación y concursando sobre la base de las características del proyecto educativo se hagan cargo de algún conjunto de escuelas estatales”.
El documento sobre familia, redactado por Patricia Ruiz Moreno, también de la UCA, pinta el perfil de López Murphy como más conservador y menos liberal de lo que mostraba el marketing electoral. Aunque hay que reconocer que la forma de señalar la oposición al aborto no carece de cierto ingenio: “El Estado debe proteger el derecho a la vida de los seres humanos en todos los momentos de su existencia. Toda vida humana, no importa su tamaño, debe ser reconocida por la sociedad como miembro actual y no sólo potencial, conforme al derecho natural plasmado en nuestra legislación”.
Los muchachos de uniforme
Hábil, en el último mes López Murphy no borró este costado suyo pero lo disimuló. Le quitó visibilidad pública. Lo mismo hizo con su propuesta de reponer a la policía la facultad de interrogar –que lleva a la tortura– y con la información, revelada en exclusiva por este diario, de la fuente de ingresos de su familia. Suele decir que su hermano Juan José, que lo acompañaba a los actos y se interponía cuando se acercaba alguien de aspecto sospechoso, se dedica a la actividad privada, pero no indica que es el jefe de seguridad de una empresa de vigilancia, Loar SA.
Hay pocas dudas de las inclinaciones institucionales de LM. Su breve paso por el gobierno ofrece algunas pistas. Como ministro de Defensa completó el proceso de acercamiento a Chile, clave para el desarme entre los dos países, pero al mismo tiempo dio a los jefes militares una autonomía política que no tenían desde que el general Martín Balza reprimió el alzamiento de 1990. Los dirigentes de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos no olvidan el argumento que López Murphy ofreció en una reunión: “Y bueno... si no hay presupuesto a los muchachos algo hay que darles”. Así fue como los muchachos empezaron a hablar libremente, otra vez como si fueran un partido, de mesa de diálogo y “verdad a medias” o se solidarizaron con el asesino Luciano Benjamín Menéndez sin que el poder político lo impidiera.
De Lula, sólo la L
LM acostumbra compararse con Ricardo Lagos, el presidente de Chile, o Luiz Inácio Lula da Silva, el de Brasil. “Yo quiero hacer las mismas cosas que hacen ellos”, dice entonces. Se refiere a la seriedad y, claro, a la prudencia fiscal. Pero sucede que Chile no tiene aranceles bajísimos, una fuerza sindical mínima y una desigualdad mayor que en los años ‘60 por decisión de Lagos sino por herencia de Augusto Pinochet. Todo el gobierno de la Concertación es en realidad un gran proceso de corrección de la dictadura. En Brasil, Lula aumentó el salario mínimo, y con él el salario real, mientras discute con el Movimiento de los Sin Tierra la mejor forma de dar ayuda a los asentamientos campesinos. En la ONU Brasil votó por la abstención sobre Cuba, posición que LM no comparte, y Lula suele comparar el actual proyecto del Area de Libre Comercio de las Américas con una “anexión”. Todo eso, por supuesto, sin considerar las diferencias entre el candidato de LM al Ministerio de Economía, el funcionario de la dictadura Manuel Solanet, y figuras del Partido de los Trabajadores como Benedita da Silva, la primera mujer negra, y pobre, que llega a un ministerio.
Hoy López Murhpy juega a todo o nada. En el próximo gobierno será presidente o jefe de la oposición conservadora, nunca funcionario de otro. Tiene mala experiencia como ministro. Duró solo 10 días al frente de Economía, y renunció porque no tenía otro apoyo que el de FIEL y el sector financiero. Pero quizás deba estar agradecido: como no salió volando junto con su jefe sino nueve meses antes, conservó una mejor imagen y ahora puede ilusionarse con terminar el gobierno que De la Rúa dejó trunco. El gobierno que a De la Rúa le hubiera gustado hacer y no pudo.