EL PAíS › CARLOS MENEM, DE LA POBREZA FAMILIAR AL ESPLENDOR EN OLIVOS

La parábola de El Jefe

Diez años de presidente, 73 de vida, 3 hijos y un cuarto, dice, en camino, 2 esposas, una ambición iluminada por “mi estrella”, una estela de escándalos, quiebras y privatizaciones. Carlos Menem hoy vuelve por más.

 Por Susana Viau

Nació bajo el signo de cáncer, pero es caballo en el horóscopo chino; acumula 73 años, dos presidencias, dos matrimonios, tres hijos y afirma que espera un cuarto; es avaro con el apellido y pródigo con el nombre: Carlos, como él, se llamó su primogénito; Carlos se llama el hijo no reconocido, producto de su relación sentimental con Martha Meza, y Carlos se llamará, si llega y es varón, el producto de la unión con Cecilia Bolocco. La jugada de la paternidad tardía, según ciertas opiniones, agita los ratones de la virilidad eterna en la cabeza del electorado; simboliza el “puede” que él mismo se encargó de subrayar con una broma guaranga: “funciona el semental”. El jueves, en River, su club, el aspirante Carlos Menem avanzó unos metros más: “Este niño nacerá con un pan bajo el brazo pero también con la banda presidencial”. No quedó claro si esas palabras prenunciaban el futuro del embrionario Carlos IV o el presente de Carlos I. Daba igual: en una o en otra se escondía la idea de predestinación triunfalista que inocula a sus arengas, el cesarismo mitinero que lo hace repetir hasta el hartazgo “Julio César les decía a sus hombres: ‘No temáis, vais con César y su estrella’. Yo les digo a ustedes que no teman. Van con Carlos Menem y su estrella”, Aunque el único punto en común entre el patricio romano y este hijo de modestos vendedores ambulantes sirios sea el mes en que vieron la luz.
La pobreza de Yabrud tenía cierto parecido con la de La Rioja y Saúl Menehem y su segunda mujer, Mohibe Akil, se afincaron. Carlos Saúl, el segundo de los hijos de Menehem pero el primero de Mohibe, cursó derecho en Córdoba. Sus biógrafos hacen surgir de esas épocas de estudiantina el interés por la política y unas ideas confusas, mezcla de retórica peronista, populismo oligárquico y leyendas de pago chico, saturadas de quebrachos y capiangos. Sus detractores, en cambio, suponen que, signado por una inquietante ambición personal, Carlos Menem entrevió en la política el trampolín para el poder, la notoriedad y el dinero. Un dinero que hasta ese momento afluía más de turbias trapisondas con la financiera instalada junto a Tomás Noriega que del estudio jurídico que lo aburría y generaba escandalosas denuncias de estafa por parte de sus defendidos. Los años ‘70 lo encontraron casado con Zulema Yoma, hija de una familia siria que le daría apoyatura económica para su proyecto y que nunca renunciaría al Islam.
Jugador, mujeriego y deportista. Así lo pintan. Practicó básquet, fútbol, automovilismo, piloteó aviones y jamás aprendió a nadar. En 1973 ganó la gobernación de La Rioja. Para esas fechas el núcleo duro de su entorno estaba armado: Bernabé Arnaudo, Eduardo Bauzá, Alberto Kohan, Raúl Granillo Ocampo. Todos ocupaban espacios del pequeño poder provincial; todos obtenían beneficios. En 1976, con el golpe militar, Carlos Menem acabó preso en el buque “33 Orientales”; los peajes siguientes fueron el penal de Magdalena, Las Lomitas, Mar del Plata. Las playas y Jorge Antonio ampliaron su universo. Este se llenó de nuevos amigos: Carlos Spadone, Miguel Angel Vico, Gerardo Sofovich, Rolo Puente e, incluso, Emilio Massera, una personalidad gemela. En ese carroussel, un recién venido allegaba al otro y en conjunto anudaban la futura cadena de la felicidad. El fracaso matrimonial le daba a Carlos Menem carta blanca para las trasnoches y la frecuentación de clubes nocturnos; sabedora de sus deslealtades, Zulema le invadía el departamento, le cortajeaba los trajes colgados en el armario, le organizaba razonables escandaletes al visitarlo en su lecho de enfermo y hallarlo acompañado en la cama del sanatorio. Los dos hijos de la pareja, Carlos Jr. y Zulema María Eva, tomaron partido y formaron una piña en torno de Zulema: eran musulmanes como la madre, su sangre eran los Yoma. La segunda gobernación marcó el inicio de un ciclo ininterrumpido de denuncias de corrupción y el fin del tormentoso vínculo familiar. Zulema se instaló Buenos Aires. Carlos Jr. y Zulema María Eva recalaron en un colegio privado de clase media. Allí solía ir a buscarlos el gobernador. Los visitantes ocasionales no olvidarían las largasamansadoras que el hombre de patillas y vestimenta extravagante hacía en el hall de la institución esperando en vano que “el Chancho” y “la Garza” descendieran la oscura escalera de madera que llevaba a las aulas.
Pero los vínculos de sangre no son el fuerte de Carlos Menem y muy pronto el radicalismo, triunfante absoluto en las elecciones del ‘83, le dio la oportunidad de sanar las heridas. El alfonsinismo, creído de que el símil de Facundo Quiroga sería incapaz de ganar una pelea por la presidencia, le puso todas las fichas y le dió talla nacional. Estaba cometiendo el primero de sus descomunales errores de cálculo. Frecuentador de las mesas de Fechoría, de vedettes y de cómicos, Menem se preparó para la jefatura del Estado, planificó la indispensable reconciliación matrimonial, viajó a Europa, prometió “salariazo”, “revolución productiva”, se abrazó a la consigna “liberación o dependencia”, descalificó los rumores de acuerdos con la UCD. Y ganó todo, las internas del PJ y el gobierno. Asumió el cargo antes de lo previsto. Ese día, mientras se vestía para la ceremonia, sentado al borde de la cama, le anticipó a Zulema lo que vendría: “No se puede sin la Iglesia y sin Estados Unidos”. Poco tiempo antes había enviado un mensaje de salutación a George Bush y sellado un acuerdo con la UCD, Bunge & Born y el Grupo María.
Con el alegre pragmatismo con que cooptó a los poderosos de la Argentina, abrió un programa de privatizaciones sin parangón; después de permanecer en el banco por una temporada, Domingo Cavallo ancló en el Ministerio de Economía; la protesta social recibió como contestación presidencial una frase que hizo historia: “ramal que para, ramal que cierra”; Zulema fue excluida de Olivos. “Ni pilchas tengo”, se quejó, ante la puerta cerrada de la residencia; el presidente explicó: “El poder no es un bien ganancial”. La familia política quedó: Amira, Emir, Karim. Todos le dieron dolores de cabeza, enredados en el pasaporte de Al Kassar, los narcodólares, los créditos italianos y al final, la venta ilegal de armas. María Julia Alsogaray accedió al funcionariado y al entorno íntimo donde se enseñoreaba la política con faldas: Matilde Menéndez, Adelina de Viola, Claudia Bello. Menem no cambiaba de círculos, acumulaba otros mundos. Al grupo de riojanos que desembarcó con él en Balcarce 50 sumó la farándula que lo extasiaba y a ellos se agregaron, temerosos primero, divertidos después y subyugados al final los capitanes de la industria y los representantes del capital financiero. Para esas épocas, Menem había aprendido a jugar al golf y “el menemismo” era un fenómeno singular de caballeros añosos y sin canas, mujeres embebidas en agua oxigenada, automóviles lujosos, countries, casas señoriales. Tanta felicidad se edificó a costa de una multitud de cadáveres amigables, de arribistas caídos bajo incontestables denuncias de corrupción: Raúl Vico, Carlos Grosso, José Luis Manzano, Carlos Spadone, Viola, Menéndez, una lista incontable. Para esa eventualidad, “el presi” y sus armadores en el poder judicial, Hugo Anzorreguy y Carlos Corach, habían convertido en orégano el campo del fuero ordinario y sobre todo el del federal. Como reaseguro, la mayoría de la Corte, nada imparcial.
Cualquiera hubiera convenido que era bastante. Menos él. Le faltaba terminar la obra, un segundo mandato. Una vez más, Alfonsín le allanó el camino. El Pacto de Olivos eliminó la prohibición constitucional, la inercia del voto-cuota haría el resto. Vuelto a la campaña, sucedió lo peor: en marzo del ‘95, Carlos Jr. se mataba en Ramallo, pilotando un Bell que la compañía fabricante del helicóptero presidencial entregó a su padre como regalo por la compra. “¿Por qué no se lo das a Carlitos?”, había sugerido Ramón Hernández. Menem hizo de la necesidad virtud: al despegar del cementerio islámico donde quedaba el cuerpo de su hijo se despidió de los presentes con los dedos en “V”, augurando la victoria.
Ganó fácil y permaneció en Olivos. Si el primer período fue el de las privatizaciones, el segundo sería el de la reconversión financiera. La banca argentina se extranjerizó como ninguna otra en el planeta. En juliodel ‘96, en Anillaco y durante su cumpleaños, sus seguidores saludaron las tres vaquillonas faenadas para el asado: tres, sentenciaron, prenuncio de una tercera presidencia. Menem callaba y ejercía la ventriloquía para que sus incondicionales insistieran con la re-re. El hartazgo de su ex vice, Eduardo Duhalde, la recesión y la investigación por la venta de armas a Ecuador y Croacia terminaron con esas ilusiones. En diciembre de 1999, el ex “presi” salía de prisa y entre abucheos por la puerta de la calle Rivadavia.
Fuera del poder, enfrentaba un verdadero problema. Lo embargaban el miedo a los juicios, a las investigaciones azuzadas por el enemigo, al ocaso irremediable. Alguno de sus consejeros –dicen que Manzano– inventó la fórmula de la perdurabilidad: una ex miss chilena que había coqueteado con Alberto Fujimori y era tan ambiciosa como él, reunía las condiciones. Cecilia era rubia y espigada, atributos de elegancia menemista de los que habían carecido sus antiguos amoríos de la revista y el cabaret. Además. “el jefe” la doblaba en años. El casamiento riojano debió hacerse en la casa del gobernador: Zulemita, loca de ira, había clausurado las casas de la calle Echeverría y la de Anillaco, puestas a su nombre para evitar inconvenientes. El político exitoso era ahora un paria, sin domicilio fijo, forzado a esconder las riquezas que se le sospechaban. Hasta para el festejo del triunfo de George W, el hijo de su “amigo”, tuvo que comprar la invitación. El golpe mortal se lo asestó una de sus creaciones, el juez federal Jorge Urso, a cargo de la investigación del negocio de las armas. Urso dictó lo inimaginable: el procesamiento y la prisión domiciliaria por razones de edad. Los fantasmas de Carlos Salinas de Gortari y Carlos Andrés Pérez se corporizaban. La recién casada lo acompañó a la cárcel VIP de Tortuguitas. En el confinamiento meditó la venganza. Regresaría.
El fracaso de la Alianza, la crisis descomunal, la fragilidad que sobrevino y un juez comercial del palo crearon las condiciones. Y este Menem nada tenía que ver con el del ‘89: era rico, muy rico, y como la plata llama a la plata, sabía que el dinero militaría en su equipo. El crecimiento en las encuestas fue sostenido: el 5, el 7, el 10, el 20. Echó mano de todos los recursos: el “Menem” infaltable en las canchas de fútbol, el tratamiento en Las Condes para tener un nuevo hijo y la alusión al otro, al muerto, en el spot ideado por sus publicistas. Si hoy lograra entrar en carrera podría decirse que ha vuelto a triunfar, esta vez “para el bronce”, como murmura su gente; si no quedaría en evidencia que falló, porque también se muere en la víspera.

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