EL PAíS › FERIA DEL LIBRO 2003
“Hay finales abiertos porque el escritor no controla los resortes”
En su nuevo libro, “Erec y Enide”, Manuel Vázquez Montalbán replantea la función de los intelectuales. Una vieja leyenda le permite demostrar “cómo los mitos cambian de lecturas según la época”.
Por Silvina Friera
Ese hombre pequeño de voz gruñona desplegó las armas que mejor domina: la sutileza de las palabras y una perspicacia inigualable para reflexionar con humor sobre el rol del intelectual en la sociedad, el Viagra, la publicidad y la ambigua relación entre argentinos y españoles. Con una ironía espontánea –en él no hay simulación posible cuando habla–, el narrador, poeta y periodista Manuel Vázquez Montalbán presentó Erec y Enide en la sala Julio Cortázar, en uno de los días más concurridos de la Feria del Libro. “Existe un tabú en la literatura cuando hay que narrar escenas amatorias protagonizadas por gente de cierta edad”, comentó el autor, que incluyó el uso de la “pastillita” del Viagra en las primeras páginas de la novela. En las vísperas navideñas de 2001, el profesor emérito Julio Matasanz, especialista en literatura medieval, viaja a Galicia para participar de un homenaje, que puede ser visto como una jubilación diplomática o el día de su muerte como catedrático. Su discurso final versa sobre la primera novela del ciclo artúrico de Chrétien de Troye. “La literatura depende del lector y cada lector decodifica lo que lee al margen de nuestras instrucciones más intransferibles cuanto la propuesta literaria más se aleja de lo contemporáneo”, dice el catedrático ante un auditorio entusiasta de colegas y funcionarios que esperan “poner la cara” en la foto con el homenajeado. Bien podría trasladarse esta declaración de principios a las estrategias narrativas superpuestas, flexibles y abiertas, que emplea Vázquez Montalbán como autor textual.
A las peripecias del profesor, que incluye encuentros furtivos con su amante, la mujer del catedrático –una dama de la alta burguesía de Barcelona– prepara la cena de Navidad con la ilusión de reunir a toda la familia, pero consciente de su soledad, mucho más que su marido rodeado de teóricos de la cultura y viviendo en un mundo de intermediaciones, que sólo parece cuestionar hacia el final de la ceremonia y cuando debe regresar a su casa. Simultáneamente, Pedro, ahijado de la pareja, criado como un hijo propio, recorre Centroamérica como voluntario de una ONG y junto con su compañera se enfrenta a los mismos enemigos –con distintos nombres–, a similares pruebas que deben superar, equivalentes a lo que padecieron Erec y Enide en tiempos de Arturo de Bretaña, leyenda que da título a la novela de Vázquez Montalbán, que –según confesó el escritor— lo obligó a documentarse y consultar con expertos en materia artúrica como Gabriel Oliver. “Me interesa señalar, igual que el personaje del profesor, cómo los mitos cambian de lecturas según las épocas”, subrayó el escritor. Aquí ingresa con fuerza el rol del lector en la medida que construye y elige significantes: el viaje y la aventura como aprendizaje de los héroes del relato y el autismo y el ensimismamiento, que inhiben cualquier posibilidad de comunicación y que revelan la necesidad imperiosa de reconstruir las relaciones de pareja, entre otras lecturas.
“El final es abierto en la medida que el autor no controla los resortes de la narración, porque persigue una libertad interpretativa que transforme al lector en su cómplice”, señaló Vázquez Montalbán, en diálogo con el escritor y periodista Martín Caparrós. En la novela, recordó Caparrós, se define a las ONG como “misioneros laicos que se reparten los déficit y desastres del mundo”. Vázquez Montalbán aclaró que el sistema alimenta su propia crueldad y trata de salvarse creando nuevas Cruces Rojas para que vayan por ahí repartiendo tiritas a los lesionados. “Compensar el sufrimiento humano me parece positivo, pero debe ser acompañado por una cultura de distanciamiento crítico y de resistencia, que revele las causas que originan la pobreza y la miseria en los países latinoamericanos. No hay que conformarse con lo meramente asistencial”, advirtió el autor de El estrangulador, Memoria y deseo y Escritos subnormales. “En la novela se plantean estas tensiones porque nadie puede vivir en una situación de completo aislamiento que le permita separar del todo el ‘yo’ del ‘nosotros’, pero tampoco es cierto que se pueda vivir sólo en función del ‘nosotros’, porque los problemas individuales de las personas deben ser considerados”, agregó. Cuando Caparrós le preguntó si lo habían postulado como candidato a integrar la Academia española (ya que en Erec y Enide se mete en la piel de un intelectual con un rigor asombroso), Vázquez Montalbán dijo: “No estoy en la Academia y no creo que me dejen integrarla –ni lo deseo–, porque mi profesión de periodista hace que emita demasiados ruidos como para que pueda ser academizado”.
“Mientras exista la división social del trabajo, un intelectual es una persona que dispone de su tiempo para tener una comprensión de la realidad y de sí mismo. No me parece una función superior o inferior, pero sí necesaria. Formular una crítica contra los intelectuales, como se hizo desde la muerte de Sartre, y darse cuenta de que los intelectuales que están ejerciendo como tales son el presidente del Banco de Alemania o el ministro de Defensa de Bush, me aterra bastante. Entonces, tengo ganas de que resucite Sartre porque al menos con ellos podías alcanzar una cierta complicidad”, comparó Vázquez Montalbán. “Una de las obligaciones posibles del intelectual es un compromiso de carácter social y político, porque tiene tiempo y mecanismos lingüísticos para establecer una distancia con la realidad que le permita reflexionar”, precisó. “Tendríamos que alejarnos del modelo que necesita el gurú único porque ahora hay sujetos más complejos, plurales, sutiles, condicionados por un cambio de la capacidad del saber y unas dificultades nuevas de lo que significa organizar un espíritu crítico, que antes estaba basado en la organización de fábrica”, sostuvo el escritor. “Hay una frase que dice que la historia de las ciencias es una historia de errores decrecientes y esto es lo que ha sucedido con el intelectual y su capacidad o no de modificar, con su teoría, en la acción.” Al final, Vázquez Montalbán anunció el esperado regreso de Pepe Carvalho, el detective más famoso de la literatura española: “Tengo 860 folios durmiendo en un cajón. Se llama Milenio y está inspirada en el Quijote y La vuelta al mundo en 80 días”.