EL PAíS
Los expertos advierten sobre los riesgos que llegan el día después
Por Pedro Lipcovich
Habrá un día después, y será horrible. Cuando bajen las aguas, no dejarán tierra seca sino un barro inmundo que podría diseminar enfermedades graves. Según los expertos consultados por Página/12, atender a ese momento requiere dos acciones de las autoridades: primero, diseñar un vasto operativo de saneamiento, que el dispositivo habitual de limpieza no podría afrontar; segundo, educar a la gente y suministrarle medios para rehabilitar sus hogares antes de volver a ocuparlos, ya que la inundación dejará desbaratados los servicios básicos, en particular el sistema cloacal. De otro modo, podrían propagarse enfermedades como la hepatitis –ya hay algunos casos– o la disentería. El otro costado del día después sería organizar desde ya lo que en esta oportunidad no hubo, es decir, un sistema de alerta que permita, por lo menos, una evacuación ordenada. Es probable que haya más inundaciones, ya que, según un especialista, la alteración de los patrones de lluvias responde al denominado cambio climático global. Esto anticipa la posibilidad de crecidas también en el Paraná. En cuanto al Río de la Plata, es más difícil de prever “por la incidencia de los vientos, que en 20 minutos pueden causar una crecida”, observó el mismo experto.
“El Gobierno debería alertar a los inundados de que, cuando vuelvan a sus casas, van a enfrentar serios riesgos sanitarios”, advirtió Carlos Zapata, coordinador de la carrera de Saneamiento Ambiental en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). La raíz del tema está en que “el agua de la inundación no es precisamente pura: viene mezclada con líquidos cloacales y, cuando finalmente se retire, dejará un residuo grasoso, una pátina formada por restos vegetales y desechos de todo tipo”. Los riesgos que conllevará esa pátina son las “enfermedades de origen hídrico como la disentería amebiana”.
A ellos se sumará el de la hepatitis. Amadeo Cellino –decano de la Facultad de Bioquímica, de la que depende el Centro de Profilaxis de la UNL– señaló “el riesgo de una epidemia de hepatitis A, si no se maneja bien la cuestión del agua potable y las excretas”. Jorge Kiguen, uno de los médicos que coordinan la asistencia en los centros de evacuación de la Universidad, observó que “ya tenemos algunos chicos con hepatitis”. También se registran, por supuesto, problemas respiratorios como “espasmos bronquiales en chicos que pasaron la noche sobre el techo de su casa”.
Y, cuando baje el agua, no será tan fácil volver. “Gran parte de la ciudad de Santa Fe no dispone de red cloacal y, antes de que la gente vuelva a sus casas, habría que rehabilitar los pozos ciegos, que van a estar colapsados; también sería necesario revisar todos los sistemas sanitarios, las redes de distribución de agua potable y gas, donde puede haber pérdidas. Estas precauciones deben ser tomadas por las autoridades y por los particulares en cada hogar”, previno Zapata.
¿Cuánto costará todo esto? “La suma todavía es incalculable. Las empresas de limpieza en la vía pública encontrarán un área colapsada por la cantidad de residuos en las calles, incluyendo animales muertos.” Además, “el agua no se va a retirar del todo; siempre quedan centímetros de profundidad en los lugares más bajos y habrá que eliminarlos porque son focos de infección”.
Todos los expertos consultados, al anticipar las prevenciones para el futuro, terminaron hablando del pasado, porque, como pidió Cristóbal Loseco, decano de la Facultad de Ciencias Hídricas de la UNL, “si en el futuro se presenta una crecida similar, convendrá que la sociedad civil y los organismos oficiales estén mucho mejor organizados”. Zapata, por su parte, destacó que “desde que se conoció la crecida aguas arriba, se podía haber dispuesto un plan de evacuación anticipada”.
Revisar los errores cometidos no es vano porque es razonable pensar que la inundación va a volver. Bruno Ferrari Bono, ex subsecretario de Recursos Hídricos y consultor de la ONU en la materia, explicó que “en el Litoral las lluvias aumentaron hasta un 40 por ciento y se corrieron hacia el oeste del río Paraná. Esto forma parte del cambio climático global, que viene estudiando un panel especial de la ONU. También el Paraná está en vías de crecer”.
¿Y el Río de la Plata? “Sus condiciones son muy singulares e infrecuentes en el mundo –observó Ferrari Bono–: una crecida en el Salado o en el Paraná debiera poder anticiparse en función de las lluvias en la cuenca alta, pero el Río de la Plata es más complicado por la incidencia del viento: según que haya sudestada o no, la crecida puede generarse en 20 minutos.”