Martes, 14 de agosto de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Alberto Sileoni *
Desde nuestro lugar, en el Ministerio de Educación, nos sumamos con profunda convicción a la invitación de nuestra Presidenta de luchar contra el desánimo; por eso, ante las voces malintencionadas que intentan ocultar con cifras parciales los logros y avances educativos obtenidos en los últimos años, repetimos todas las veces que sea necesario que la educación argentina está mejor, que tiene más alumnos, más docentes, más inversión, más escuelas con mejor equipamiento y, además, se empiezan a ver mejores aprendizajes.
Por supuesto que somos conscientes de que es la educación secundaria la que demanda más atención, por ser el segmento del sistema educativo más discutido; por esa razón, la propia Presidenta, el 17 de febrero de 2010, presentó un conjunto de medidas que tienen como objetivo incluir a más jóvenes, bajar los índices de repitencia y sobreedad y mejorar los de escolaridad y egreso.
Desde hace años, nuestro ministerio realiza una importante inversión en diversas acciones para mejorar más de 9000 instituciones secundarias públicas de educación común de todo el país, acompañando otras políticas activas implementadas, entre las que se destacan el Plan Conectar Igualdad, la Asignación Universal por Hijo, la compra de libros, la construcción de escuelas y las acciones de mejoramiento de los aprendizajes.
No dejamos de recordar que somos la primera generación de argentinos que se ha propuesto que todos sus hijos e hijas asistan trece años a la escuela y concluyan la secundaria. No queremos una escuela de calidad para unos pocos, queremos para todos, la mejor.
Con la perspectiva de ampliar la mirada a una mayor cantidad de variables, queremos realizar un breve análisis de la situación de la educación secundaria en nuestro país.
La tasa neta de escolarización secundaria (cantidad total de jóvenes en edad de estar en la escuela) en Argentina es del 82,2 por ciento, mientras que en Chile –país que suscita la admiración de nuestras elites– es del 82,6 por ciento; de esta manera, estos dos países se encuentran por encima de la tasa neta media de escolarización secundaria en América latina y el Caribe, que es del 73,5 por ciento. Es incorrecto o tramposo analizar la tasa de egreso de un sistema educativo sin relacionarla con la tasa de escolarización. No está bien comparar el nivel de egreso de un país en el que ingresan en la escuela el 82 por ciento de sus jóvenes con otro que incorpora sólo al 59 por ciento.
Debemos vincular los datos; haciéndolo, podríamos advertir que hay países en la región con alta tasa de graduación y baja tasa de escolarización; ese sistema educativo, que algunos calificarían de eficiente, no es, desde nuestro punto de vista, un modelo deseable, sencillamente porque es injusto e inequitativo.
No valoramos la excelencia a costa del elitismo, y tampoco un sistema educativo preocupado exclusivamente por el rendimiento académico, con independencia del número de estudiantes que asisten.
Está claramente expuesto: algunos sectores prefieren otra escuela. Les parece deseable una escuela que exhiba buenos resultados, aun si en ese objetivo dejan decenas de jóvenes en el camino. Todavía ocurre, con alguna frecuencia, que a los repetidores “les pedimos que se vayan”, que se junten en escuelas específicas, para que no desluzcan los resultados generales. Hay normas de nuestro Consejo Federal que indican que todo el que repite tiene derecho a hacerlo en la misma institución. Además, sentamos posición: nos parecen valientes y generosas aquellas escuelas que les abren sus puertas a los que son mal recibidos en todos lados; las preferimos a las otras que se desinteresan por la suerte de “los peores”.
No relacionar egreso con tasa de escolaridad no es un olvido; se trata de una concepción de política educativa. Sencillamente no les interesa, no entra dentro de las preocupaciones de algunos sectores. A nosotros sí nos importa. Y ésa es una diferencia medular, definitiva.
El Censo de 2001 revela que había 3.905.000 estudiantes en el nivel secundario, incluyendo la educación común, la especial y la de adultos; el de 2010, por su parte, muestra un incremento de 308.000 jóvenes. Es importante destacar que existió una caída constante de la matrícula desde el año 2001 hasta el 2006 (año de la sanción de la obligatoriedad del nivel secundario), mientras que desde 2007 comienza una clara recuperación del número de alumnos escolarizados.
No ocultamos que junto con otros países de la región debemos incrementar la tasa de egreso. Al 43 por ciento de egresados que revelan algunas investigaciones, debemos añadir los que concluyen en la educación de adultos formal y en el Plan FinEs, que a la fecha cuenta con más de 350.000 egresados; sólo en 2010, unos 85.000 jóvenes habían completado sus estudios a través de esa estrategia.
Además, una gran cantidad de jóvenes que terminan de cursar sus estudios no logran graduarse porque adeudan alguna asignatura. Entonces, si sumáramos a los que han dado todas las materias y a los que adeudan algunas, ese 43 por ciento se elevaría a un 58 por ciento. Datos que coinciden con los que surgen del Censo 2010: el 54 por ciento de los jóvenes argentinos que tienen entre 20-24 años ha terminado la escuela secundaria.
También en la educación técnica, la Encuesta Nacional de Inserción de Egresados nos muestra que de los jóvenes que cursaron el último año de la secundaria, el 71,4 por ciento había completado los estudios 18 meses después. Todos estas cifras reafirman que aquellos alumnos que no concluyeron el nivel “en tiempo y forma” lo hacen posteriormente.
Consideramos que los análisis no pueden ser abstractos, ni realizarse sin tomar en cuenta las series históricas. Los nostálgicos se olvidan de que, en 2003, sólo el 39 por ciento de nuestros jóvenes terminaba la escuela secundaria.
Podríamos hacer referencia a otros números alentadores: la matrícula de nivel superior no universitario, que en el año 2001 era de 481.000 alumnos, se incrementó en 2010 en un 43,5 por ciento, llegando a 691.000.
Creemos y trabajamos para hacer una escuela secundaria distinta. Que respete los valores de los jóvenes, que los escuche, que se deje interpelar y se sitúe en el punto de vista de ellos. Una escuela que consolide la autoridad de los adultos, porque sin esa autoridad no hay aprendizaje ni hay institución. Una escuela que tenga normas que cumplan todos, docentes y alumnos. Una escuela donde se respete la asimetría del vínculo pedagógico, pero se defienda la absoluta igualdad del vínculo humano. Queremos una escuela exigente, donde se aprenda para el trabajo y la vida.
Esta es la escuela que anhelamos construir y defender entre todos: el Estado, los docentes, y los alumnos, los padres, la sociedad entera.
* Ministro de Educación de la Nación.
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