Martes, 14 de agosto de 2012 | Hoy
EL MUNDO › HAY “DESCONTENTO”, PERO CON “RESPALDO” A LOS CIEN DíAS DE HOLLANDE
Las encuestas que se conocieron al cumplirse cien días del gobierno en Francia del socialista François Hollande muestran que aunque la mayoría respalda sus medidas, al mismo tiempo está descontenta y con poca confianza.
Por Eduardo Febbro
El general De Gaulle, que gobernó Francia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1969, decía que un país donde había 365 quesos, o sea, uno para cada día del año, era muy difícil de gobernar. Las primeras encuestas sobre los cien días del presidente socialista François Hollande muestran que al general De Gaulle no le faltaba razón. Francia aprueba masivamente las medidas tomadas por el presidente francés durante sus primeros cien días de mandato y, al mismo tiempo, declara estar mayoritariamente insatisfecha con su acción. Un sondeo realizado por la encuestadora IFOP revela que el 54 por ciento de los franceses está “descontento” con la acción de Hollande. Apenas 43 por ciento de las personas interrogadas dice estar “satisfecha” con lo realizado desde que el dirigente socialista asumió la presidencia, el pasado 14 de mayo. Un pesimismo general envuelve la percepción de la sociedad. Más de la mitad de los encuestados (51 por ciento) piensa que las cosas van “más bien mal” en el país, 32 por ciento considera que nada ha cambiado, mientras 57 por ciento reconoce que François Hollande ha cumplido con sus promesas de campaña.
Hollande fue electo con un principio radicalmente opuesto a la agitada presidencia que encarnó su rival, el ex presidente Nicolas Sarkozy, a quien derrotó en las elecciones de abril y mayo pasado. Sarkozy era el presidente fulgurante, veloz y excesivo mientras que Hollande se presentó con la oferta de asumir una presidencia “normal”. Ese argumento le sirvió para ganar el sillón presidencial, pero resulta menos convincente a la hora de gobernar. El jefe del Estado esquivó los desafíos y no hizo promesas irrealistas durante su campaña. Sus primeros cien días ofrecen así un contexto contrastado. Al 54 por ciento que no está contento con su gestión se le agrega el 40 por ciento que no confía en su eficacia para resolver la crisis que azota a los países de la Eurozona, el 33 por ciento que no cree en su capacidad para reducir el déficit público y el 27 que no lo cree capaz de solucionar el problema del desempleo. Sin embargo, la aprobación de sus primeras medidas es masiva. El 82 por ciento aprueba la reducción del 30 por ciento del salario del presidente y de los ministros, 75 por ciento respalda el retiro anticipado de las tropas francesas desplegadas en Afganistán (finales de 2012), 71 por ciento aprueba el retorno de la jubilación a los 60 años para las personas que empezaron a trabajar a los 18 (la media aprobada en los años ’80 por los socialistas fue suprimida en 2010 por Nicolas Sarkozy). El 68 por ciento está de acuerdo con el control de los alquileres. Igual porcentaje se dicen satisfechos por el aumento del impuesto sobre la solidaridad y la fortuna, ISF, y 59 por ciento aprueba el aumento del salario mínimo. François Hollande flota en una contradicción curiosa: aprobación masiva de su política, pero insatisfacción global. La gente, de hecho, parece desear que vaya más rápido, pero Hollande busca sobre todo evitar el efecto fulgurante que tanto marcó la presidencia de Sarkozy.
“Tomar su tiempo hace ganar tiempo”, dijo hace poco la portavoz del gobierno, Najat Vallaud-Belkacem. De hecho, no todas las promesas incluidas en la hoy famosa “agenda del cambio” presentada por el presidente en plena campaña electoral fueron cumplidas. En el cajón quedó la principal, el “big bang fiscal”, o sea, una reforma sustancial de los impuestos. Los primeros indicios de esa reforma recién se conocerán en septiembre. Hasta ahora, el presupuesto adoptado en julio pasado se limitó a desmontar las medidas más injustas de Sarkozy. También quedó en el tintero otra promesa fuerte: la separación de las actividades bancarias entre banco de depósitos e instituciones bancarias especulativas. Habrá que esperar aquí también hacia finales de año.
A diferencia de Nicolas Sarkozy, François Hollande hace de presidente y deja a sus ministros asumir sus respectivas carteras. Nicolas Sarkozy había hecho todo lo contrario: era a la vez jefe del Estado, primer ministro, ministro de Economía y de Interior. Allí donde Sarkozy corría, Hollande elabora, construye consensos, programa. Esa normalidad le vale hoy la satisfacción de una sociedad que terminó anestesiada por los excesos del sarkozysmo. Hasta los electores de la conservadora UMP (el partido de Sarkozy) agradecen el clima de tranquilidad que se instauró con la elección del presidente socialista. Sin embargo, en una entrevista publicada por el vespertino Le Monde, Denis Muzet, presidente del instituto Mediascopie, señaló que “ese estilo, que se define por lo plano y no por lo lleno, no será suficiente. Cuanto más nos alejemos de la elección, menos satisfactoria será esa respuesta. François Hollande deberá mostrar otra cosa. La situación es difícil, tanto en el plano nacional, en materia económica como en el plano internacional, especialmente con lo que ocurre en Siria”. La simpleza y la lentitud asumidas por François Hollande se han convertido hoy en los ejes de los ataques de la oposición de derecha.
El ex primer ministro François Fillon publicó un artículo en el diario conservador Le Figaro en el que fustigaba la normalidad y la lentitud: “Nuestro presidente normal debe entender que no hay nada normal en el mundo del que es ahora uno de los principales responsables”. Fillon lo interpeló a salir del inmovilismo para que actúe en la crisis siria y viaje a Moscú y convenza al presidente ruso Vladimir Putin de poner fin al respaldo que le brinda al presidente sirio Bashar Al Assad. Pero Fillon olvida mencionar que, sin la más mínima contrapartida, cuando Sarkozy era presidente invitó a el Assad a los desfiles del 14 de julio que se llevan a cabo en París, en la Avenida de los Campos Elíseos, para celebrar la Revolución Francesa. En ese entonces, Bashar al Assad era el mismo dictador de hoy. François Hollande cumplió cien días en el poder sin hacer olas ni desencadenar pasiones. La hora de la gran verdad llegará a finales de agosto, cuando se acaben las vacaciones y la agenda de la crisis imponga la elaboración de peligrosos equilibrios donde la socialdemocracia demostrará si deja atrás sus años pactistas con el sistema financiero o traza otro camino.
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