Sábado, 25 de agosto de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Osvaldo Bayer
Este discurso fue leído ayer por Alan Joos en ocasión de otorgársele a Osvaldo Bayer la distinción Mayores Notables por la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados.
Mi palabra agradecida tiene aquí un tono cargado de emoción. Gracias al diputado Roy Cortina por este premio que recibo hoy, y a todos los que apoyaron este noble gesto. No puedo concurrir a este acto porque estoy justamente en Alemania. Nuevamente, gracias por otorgarme este premio. Justamente para un ser que sufrió ocho años de exilio y que tuvo que abandonar su querida tierra con toda su familia, este acto de hoy posee un significado profundo.
Profundidad que llama a la reflexión. Constatar una vez más que la Etica triunfa finalmente en la Historia. Puede transcurrir mucho tiempo, décadas enteras, pero finalmente queda todo esclarecido y la sociedad de profundidad democrática pone la última palabra. El no al crimen, el no a la muerte, el sí a la vida, el sí a los hombres y mujeres de mano abierta. Y aquí quiero mencionar a mis más queridos amigos. Desaparecidos. Rodolfo Walsh, el Paco Urondo y Haroldo Conti. Ellos sí que hubieran merecido esta distinción. Y desde ya se las dedico a ellos. Intelectuales con el coraje civil para salir a la calle cuando vieron injusticias en su sociedad. Dieron sus vidas por ello cuando hubieran podido permanecer en la torre de marfil que eligen ciertos intelectuales, rodeados de libros y aplausos, ganando premios pero con las ventanas cerradas al dolor de los pueblos. Sí, Walsh, Urondo y Conti. Tres mártires auténticos de una sociedad injusta y medrosa. Los conocí y admiré sus sentimientos generosos para con la vida. No al hambre de los niños, no a las villas miseria, sí al trabajo para todos. La paz y el no definitivo a la muerte. La vida es muy breve. Construyámosla con las manos abiertas y la sonrisa siempre dispuesta.
Mi 85 años vividos me han ratificado todo eso. Aunque muy poco hemos logrado con nuestra lucha. Pero sí, esto de hoy, recibir el abrazo de los generosos, de los que comprenden el verdadero sentido que debe tener la vida.
Recuerdo los sueños hacia el futuro que tuve en mi adolescencia. La edad de la verdadera poesía. Soñar, descubrir el amor. Los besos, la ternura y admirar la naturaleza. En esos años fui aprendiz marinero timonel en un pequeño buque de carga que viajaba hasta el norte del Paraguay desde Buenos Aires por los ríos Paraná y Paraguay. Durante la navegación, esas noches plenas de trinos que nos observaban desde las costas tan próximas, puro bosques, esas lunas que besaban constantemente el espejo del río, la música guaraní de los marineros correntinos y paraguayos en esas noches interminables. Pero también las vacaciones en mi provincia, la querida tierra santafesina, recorrer a caballo esas llanuras cortadas por esos horizontes poblados del quebracho, ese árbol noble del color de nuestra sangre y con la dureza de la piedra. Luego los años de estudiante universitario en Alemania, a principios de la década del cincuenta. La posguerra, esa del hambre y de las ciudades en ruinas y las mujeres reconstruyendo como siempre lo que habían destruido los hombres. Las enseñanzas en las aulas con estudiantes que se preguntaban cómo sus padres pudieron aprobar a un dictador así y marchar hacia una guerra tan feroz e inhumana. Las enseñanzas a través de la experiencia y estar en ese paisaje de la desolación. Pero el estudio y el aprender de la experiencia de la vida.
Luego, mi regreso a la Argentina. Nuevas experiencias. En aquel final de los ’50, con dictaduras militares y la vida política coartada. Prisión por las ideas y villas miseria. Aquí desaté mi pasión por la investigación histórica, el periodismo y la docencia. Mi curiosidad extrema me llevaba a preguntarme: ¿qué nos pasó a los argentinos? ¿Y qué nos pasa a los argentinos? Por qué en el país de las espigas de oro estuvo siempre presente la muerte violenta, el autoritarismo, las grandes fortunas, las miserias, sí, hasta niños con hambre y falta de trabajo. Mi curiosidad, tratada de responder en mis escritos, me trajo cárceles, cesantías, prohibiciones y finalmente, el injusto exilio y la quema de mis libros, sí, quemados por “Dios, Patria y Hogar”, como dictaminó el parte militar del hoy general Gorleri. En nuestro país desaparecieron seres muy humanos y se quemaron libros.
Pero, después, la inmensa alegría del regreso. Aunque siempre la sombra de la enorme tristeza por la muerte de mis mejores amigos y de tanta juventud. La desaparición, la Muerte Argentina.
El regreso, el volver a empezar y el continuar. Miro hacia atrás junto a mi mujer, Marlies, con la cual ya hace sesenta años que compartimos este destino, veo a mis cuatro hijos, a mis diez nietos y mis dos bisnietos. Y mi país que sigue siendo difícil. Pero continuamos el camino en busca de más luz para todos. Lo muestra este acto, con vuestra actitud. La voluntad de no olvidar, de renacer. De pensar en los principios de aquellos hombres de Mayo, de los hombres de la digna Asamblea del año 1813.
Ved en trono a la noble Igualdad, ¡Libertad. Libertad. Libertad!
Gracias desde lejos, un abrazo agradecido.
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