EL PAíS › EL DIRIGENTE SOCIALISTA
ALFREDO BRAVO FALLECIO DE UN INFARTO A LOS 78 AÑOS
Un maestro que nunca cambió de camiseta
Militó hasta sus últimos días. Fue dirigente gremial, diputado, fundador de la APDH. Padeció secuestro y tortura durante la dictadura. Siempre apostó a los consensos sin resignar sus ideas y valores. También se lo recuerda por sus pasiones: el tango, la buena mesa, el fútbol. Lo velan en Pasos Perdidos del Congreso.
Por Victoria Ginzberg
“Yo soy maestro, democrático socialista desde los 17 años y muy higiénico... pero hay una cosa que nunca cambio: la camiseta.” Alfredo Bravo utilizaba esta frase para describir su lealtad para con River Plate. Pero había otras camisetas que Bravo no se cambiaba: sus amigos, el tango, la parrilla de Rodríguez Peña y Tucumán y la defensa de sus convicciones. Fue el primer funcionario en renunciar cuando el gobierno de Raúl Alfonsín sancionó la ley de Obediencia Debida. Murió ayer por la madrugada, a los 78 años, después de no poder recuperarse de un triple infarto.
Alfredo Pedro Bravo nació el 30 de abril de 1925 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. A los 18 años, cuando ya militaba en el socialismo, se recibió de maestro en el normal de Avellaneda y se fue al chaco santafesino a ejercer la docencia en una escuela rural. De vuelta en Buenos Aires se dedicó a la actividad gremial y fue uno de los gestores de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), que en 1973, unificó a diferentes gremios docentes. Poco después ayudó a construir otra institución. Fue miembro fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, creada por un grupo de políticos y religiosos poco antes del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 para denunciar la represión que se encrudecía y organizar la defensa a quienes sufrían violaciones a los derechos humanos.
El 8 de septiembre de 1977 a las 19.45, mientras daba clase en la escuela número 5 del distrito escolar 7, fue secuestrado por una patota de la policía bonaerense que comandaba el coronel Ramón Camps. Estuvo trece días desaparecido. Siguió preso pero “blanqueado” hasta junio de 1978, cuando le fue concedido el “beneficio” de libertad vigilada. En agosto, mientras tenía custodia policial, intentaron llevárselo nuevamente. La libertad completa sólo llegó en enero de 1979 y ese mismo año denunció ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos las torturas que había padecido durante su cautiverio. “Cuando llegué a casa lo primero que hice fue recorrerla, saludar a los míos, llorar, ver mi jardín: estaba un poco como alelado. Quería estar solo, sentarme en el jardín y comerme el plato que más quería: milanesas con papas fritas”, relató en 1996 a Página/12. En 1997, en el programa de Mariano Grondona, se cruzó con uno de los responsables de su detención, el comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz, quien fue a la televisión a defender un “libro” apologético de la dictadura y llamó “tratamiento de los callos” a los tormentos que había sufrido el maestro socialista. Bravo y su abogado Juan María Ramos Padilla lograron condenar a Etchecolatz, que estaba libre por la ley de Obediencia Debida, por calumnias e injurias.
Haber sido protagonista del terror no le quitó a Bravo el buen humor. De hecho, podía descomprimir con un chiste, en general subido de todo, las situaciones más tensas. “Recuerdo una vez que discutíamos con (Raúl) Alfonsín sobre la política de derechos humanos y Alfredo terminó contando cuentos verdes”, relató. Alfonsín lo había convocado como subsecretario de la Actividad Profesional Docente pero abandonó el cargo en forma indeclinable por sentirse “agraviado” cuando se comenzó a aplicar la ley de Obediencia Debida. No dejó de ser amigo del ex presidente pero el 30 de julio de 1987 se reunió con él y, junto con su renuncia, le entregó un extracto del fallo del Juicio a los ex Comandantes.
Porteño de los de antes, le gustaba piropear a las mujeres, el buen vino, la carne y la pizza. Sus pasiones, no podían ser otras, eran la política, el fútbol y el tango. Deja, además de a su mujer, dos hijos e infinidad de afectos y alumnos, un libro inconcluso sobre el tango que escribía en su “cueva”, el cuarto que tenía en la terraza de su casa de Saavedra, que era su biblioteca y su escritorio. Antes había publicado Pasado y presente de la pena de muerte (Eudeba) y la Historia Gremial de CTERA. Además, fue guionista de las Obras Maestras del Terror que protagonizó por televisión Narciso Ibánez Menta a principios de la décadadel 60. Otro de sus asuntos pendientes, es el conflicto que mantenía con el actual ministro de Justicia, Gustavo Beliz, por la banca a senador por la Capital Federal. “La angustia que tenía por el maltrato judicial al que estaba siendo sometido por parte de la Corte Suprema con la falta de definición por la banca de senador y el tema de la designación de Beliz creo que ayudaron aún más al cuadro que lamentablemente tuvo esta madrugada fatídica en la que tuvo el primer infarto”, dijo su hijo Daniel, legislador porteño. Ahora, si el puesto de tercer senador por la Capital se define a favor de Bravo, debería ocuparlo Susana Rinaldi, quien fue su acompañante en la lista por el ARI.
Bravo fue velado ayer en el Congreso, donde ingresó como diputado por el socialismo en 1991. Una de las satisfacciones de su vida fue poder abrazar a su madre de 98 años y anunciarle que había ganado. “A pesar de que ella reza todas las noches para salvar mi alma socialista”, contaba. Se había apartado de la militancia partidaria en 1958 cuando el socialismo, que presidía Américo Ghioldi, integró la Junta Consultiva, creada por los militares que derrocaron a Juan Domingo Perón. Con la renovación de los cuadros, Bravo volvió a sus fuentes y el año pasado fue elegido presidente del Partido Socialista, ahora reunificado.
En sus más de once años como diputado se las arregló para propiciar acuerdos amplios con fuerzas afines y a la vez, nunca traicionar sus convicciones. Participó desde el Frepaso en la Alianza pero no dudó en encabezar el proyecto de ley para anular las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que no agradaba a los socios radicales. Se acercó a Elisa Carrió pero el acuerdo se diluyó y, este año, fue, por primera vez, candidato a presidente. Sus restos serán inhumados hoy en el cementerio de la Chacarita.