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“En esta desesperanza, tenemos que insistir con el tono poético”

Daniel Viola y Enrique Dacal, el director y el actor de “Dan tres vueltas y luego se van”, explican por qué creen que los textos de Raúl González Tuñón y Nicolás Olivari tienen “ardiente actualidad”.

 Por Silvina Friera

“Y no se inmute, amigo, la vida es dura: con la filosofía poco se goza. Eche veinte centavos en la ranura si quiere ver la vida color rosa.” Quien dice esto para convencer a la gente de entregar dinero a cambio de diversión es el dueño de un lugar de maravillas, con títeres, teatrillos, prostitutas, forzudos, marinos, enanos, payasos, canallas y ladronzuelos, un submundo funambulesco que los poetas Raúl González Tuñón (1905-1974) y Nicolás Olivari (1900-1966) retrataron en Dan tres vueltas y luego se van, pieza dramática que publicaron en 1934. Tal vez, el impacto del golpe del ‘30 y la urgencia por reflexionar sobre el poder y el destino del hombre -alzar la voz contra un sistema perverso que pocos osaban cuestionar– obligaron a los autores a incorporar poemas como “Eche veinte centavos en la ranura”, del poemario El violín del diablo, otros de La calle del agujero en la media (ambos de Tuñón) y varias poesías de La musa de la mala pata, de Olivari. La combustión del bajo fondo porteño, con sus tabernas frecuentadas por románticos perdedores como el protagonista, que pierde a su mujer y a su hija, fascinó a Daniel Viola, responsable de la dramaturgia y dirección de Dan la vuelta..., que se presenta los jueves a las 21 en Tuñón (Maipú 851).
“A pesar de una fuerte postura política de la obra, la poesía se impone más allá de lo político. Erasmo sostenía que no hay acto del ser humano sin dejo de estupidez. Todos los días luchamos para no caer en la trampa de no ser personas”, explica Viola a Página/12. Aunque en la pieza hay sólo un personaje que es titiritero, Viola convirtió en títeres a personajes como El Perseguido y El Angélico, concebidos para ser representados por actores. El elenco está integrado por Enrique Dacal, Graciela Rapazzini y Evangelina Rodríguez, y los actores titiriteros Guillermo Bernasconi, Pablo Sáez, Diego Ferrari y Fernando González. “Es la historia de un lugar de maravillas, que existieron en Buenos Aires casi hasta los ‘60. Y la de un señor que lo regenteaba, que por esas cosas de la ambición y el entorno termina siendo una figura de peso en la sociedad, a costa de perder su familia, su moral y ética”, explica Dacal, que interpreta a este señor, desesperado por conseguir dinero para “ser alguien”. “Si tuviera que hacer una obra donde intentara condensar la figura de Menem, probablemente a esta altura, para la expresión teatral, es un muñeco: un prototipo tan reconocible que hasta la exacerbación como marioneta lo pone en otro plano, como personaje previsible. Representa la encarnación del mal y del vicioso”, sugiere Dacal.
–¿A qué alude el título “Dar tres vueltas y luego se van”?
E. D.: Tiene que ver con la rutina de una función de títeres. En el poema “De Marionnettes”, Tuñón escribe que “sobre la lona del tinglado las marionetas dan, dan tres vueltas y después se van”. Toda esa especie de submundo en el que abreva la obra de Tuñón está planteado: ese mundo de titiriteros, forzudos, personajes de lugar de maravillas. En los ‘50 existía un lugar maravilloso que se llamaba Babilonia (en Retiro), plagado de porteños, nocheros, marineros y mujeres de dudosa moral.
–¿Qué resonancias encontraron en una obra escrita en los ‘30 que se propone reflexionar sobre el poder?
E. D.: En mi caso todas, porque este personaje es el retrato de gran parte de la clase política con la cual venimos peleando. La vigencia es asombrosa, porque la pieza indaga en la construcción de la inmoralidad alrededor de un hombre.
D. V.: Instala interrogantes sobre el destino individual y colectivo. Aparece un coro con reminiscencias del coro griego. Este trabajo está relacionado con la libertad, hasta qué punto el hombre está condenado a lo inevitable porque es rehén del destino.
–¿Cómo relacionan esta situación de acumular poder y dinero con la retirada de Menem? ¿Fue su última farsa? E. D.: No creo. No creo que Tuñón pensara que había una respuesta a si se acabaría la farsa de la sociedad argentina. Lo positivo es no dejar de preguntárselo, porque al menos se acumulan fuerzas en contra de esa farsa. A uno le queda la esperanza, en medio de la desesperanza, de insistir con el tono poético. Si bien la poesía es una de las tablas de salvación de la humanidad, tampoco es la solución a problemas vinculados con cuestiones concretas como el dinero, el poder, las armas. Lamentablemente, con un libro de Tuñón en la mano no se logra la revolución.

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Los textos de la obra fueron escritos en los ‘30, pero bien podrían hablar de la política actual.
 
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