EL PAíS
La lucha por recuperar la propia identidad robada
Gabriel Matías Cevasco, hijo de María Delia Leiva, desaparecida durante la dictadura, declaró en la causa en la que se investiga el robo de bebés. Todavía no logró que la Justicia le restituya su verdadero nombre.
Por Victoria Ginzberg
Algunos hechos se potencian cuando quedan impresos en documentos oficiales o fueron enunciados ante una autoridad judicial. Y aunque en este caso no hay nada que supere al reencuentro familiar que ocurrió hace dieciséis meses, la presencia de Gabriel Matías Cevasco ante el juez Rodolfo Canicoba Corral, es un nuevo paso –y no sólo uno más– en su historia. Sobre todo porque es el primer joven que recuperó su identidad que declaró en la causa en la que se investiga el plan para apropiarse de los hijos de desaparecidos. Pero hay algo que los sellos y los papeles membretados no llegan a captar. La bronca de Gabriel por no poder firmar con su nombre, porque no le devolvieron aún su verdadero documento. “Cada vez que realizo un trámite, incluso cuando voy a votar, siento que estoy mintiendo. No son sólo veinte letras. Es lo que te pasa por adentro cuando estás escribiendo un nombre que no es”, asegura.
El lunes Gabriel tomó asiento en el juzgado y narró lo que fue reconstruyendo a través del relato de su familia y por su propia investigación. Que el 11 de enero de 1977, cuando tenía tres meses, fue secuestrado junto a su mamá, María Delia Leiva, a la salida de la fábrica donde ella trabajaba, en San Martín. Que en febrero de ese mismo año fue entregado por una mujer que pertenecía a la Brigada Femenina de San Martín a un matrimonio de Pergamino, que lo anotó como hijo propio. Y que su mamá sigue desaparecida. Gabriel se detuvo en medio de su declaración, porque el que supuestamente está dando su testimonio es Ramiro Hernán Duarte, quien figura como hijo de la pareja de Pergamino.
“Desea aclarar que su verdadero nombre es Gabriel Matías Cevasco, nacido el 14 de octubre de 1976. Asimismo manifiesta ser hijo de Enrique Horacio Cevasco y María Delia Leiva. Refiere que su Documento Nacional de Identidad, junto con su partida de nacimiento original y el peritaje genético, se encuentran secuestrados en el Juzgado Federal de San Martín, donde se investiga su apropiación ilegítima”, consta en el acta.
En los tribunales de San Martín, su tía Adriana Leiva inició una causa en 1998 a raíz de una denuncia que se había recibido en Abuelas de Plaza de Mayo. El chico que sospechaba podía ser su sobrino no lo era, aunque aún se investiga si pertenece a otra familia de desaparecidos. Por esa misma época un joven flaco y morocho se acercaba a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) que funciona en la Subsecretaría de Derechos Humanos para pedir que le realizaran un examen genético. Las personas que lo criaron le habían revelado cuando tenía siete años que no era su hijo biológico y, ya en la adolescencia, le contaron que había llegado a través de una mujer policía que les aseguró que sus verdaderos padres habían muerto en un enfrentamiento. Con esos datos Gabriel empezó a investigar. “Me empecé a enterar de cosas que ni bolilla les daba. En el interior, en Pergamino, de las Abuelas no había escuchado, sí de las Madres pero que buscaban a sus nietos no sabía nada. De a poco fui leyendo en diarios. Hasta que un día me enteré que existía la Conadi y el Banco de Datos Genéticos. Creo que un año después me presenté. Todo requería de un proceso de elaboración”, narra Gabriel.
La respuesta tardaba en llegar y el muchacho se ponía ansioso. Un año y medio después de extender su brazo para que le sacaran sangre no lo habían llamado: “Mi miedo era que murieran mis abuelos. No pensaba en tener tíos, primos. Pensaba en abuelos y que de pronto murieran y no los pudiera conocer. Y en el caso de mis abuelos maternos fue así. En realidad murieron antes de que me pusiera a investigar. La otra preocupación era que no esté denunciado mi caso. Claudia Carlotto (directora de la Conadi) me dijo que de los 500 casos, más o menos la mitad estaba denunciada y como pasaba el tiempo y no llegaban los resultados de los análisis...me estaba resignando a que no había incluido ninguna familia y mi preocupación era cómo hago para saber”.
En octubre de 2000 llegó el resultado y Gabriel se encontró con los suyos. Además de sus tíos y una prole de primos, conoció a su papá, quevive en Brasil. Su caso es uno de los pocos en los que uno de los padres está vivo. En la causa que tiene a cargo Canicoba Corral –en la que están procesados once militares, entre ellos Emilio Massera, Jorge Acosta y Carlos Guillermo Suárez Mason– también figura el secuestro de Simón Riquelo, hijo de la uruguaya Sara Méndez, sobreviviente del centro clandestino Automotores Orletti. Ambos son simbólicos para Alberto Pedroncini, uno de los abogados impulsores del expediente en el que se investiga el plan sistemático de robo de bebés.
Veinte letras
Gabriel asimiló rápido su vieja-nueva identidad. Su tía Adriana, que ahora recorre acompañada los juzgados en los que busca saber qué ocurrió con su hermana, optó por decirle Hernán, pero él pidió que lo llamaran por su nombre. Gabriel también reclamó que la justicia lo reconociera como quien era. Pero hasta hoy no le dieron sus documentos y por lo tanto él sigue estando desaparecido en los papeles. “Eso es tremendamente complicado, en todo tipo de actividades. Por ejemplo, presenté un escrito y firmé como Cevasco y lo estaba haciendo como Duarte. Te trastornás, llega un momento que no sabés quién sos –dice y en seguida se retracta– yo lo tengo bien claro pero a la hora del papeleo es una locura”, aclara. Gabriel estudió teología en la Universidad Adventista del Plata, en Entre Ríos, y tiene una profunda fe religiosa. Terminó su carrera pero decidió no recibir todavía su diploma. “Quiero hacerlo con ni nombre verdadero, no con uno falso. Y si quisiera tener un hijo tendría que anotarlo como Duarte, cuando en realidad no es así”, Gabriel explica las razones que expuso ante la Justicia y su tía lo mira entre orgullosa y emocionada.
“Cada vez que realizo un trámite, incluso cuando voy a votar, siento que estoy mintiendo. Y siento que se me está vulnerando un derecho vital. Es una situación que te mueve toda la estructura mental cuando tenés que firmar como Hernán Duarte cuando no lo sos. No son sólo veinte letras. Es lo que te pasa por adentro cuando estás escribiendo un nombre que no es. La bronca que sentís”, explica Gabriel, aunque sus palabras parecen estar muy lejos de ese sentimiento. Habla pausado y tranquilo y nunca levanta la voz. Dice que ni aunque tuviera setenta años se dejaría su falsa identidad porque “la verdad es la verdad”.
Gabriel espera poder ayudar a otros chicos que tengan la duda que él tuvo y aconsejarles que sigan adelante. No juzga a aquellos que se resisten a aceptar del todo que fueron secuestrados y apropiados. “Respeto lo que cada uno siente en cuestiones del corazón. Hay mujeres que fueron maltratadas por los maridos y los siguen amando y lo quieren más que a cualquier otro. Son cuestiones que uno no entiende. Escapan de la lógica pero es una cuestión de corazón. Yo los respeto. A mí me pasa totalmente distinto, no los entiendo, pero los respeto”, asegura.
–¿Qué fue lo más difícil en todo este tiempo?
–El paso de empezar a buscar. Después todo se va dando más naturalmente. Cuando me dijeron que no era hijo biológico también fue un impacto muy difícil, algo que no me voy a olvidar. Como la media verdad de que mis padres habían muerto. Las otras noticias a lo largo de la historia, el reencuentro con mi familia fue muy alegre, muy lindo. Fue el clímax de la restitución. Pero tuvo una parte dolorosa, enterarme que mi madre está desaparecida. Durante un tiempo fue como un duelo. Te empieza a surgir el por qué. Por qué no tuve la posibilidad de criarme con mi familia, vivir una vida normal como cualquiera. De pronto esas son cosas dolorosas que tienen que cicatrizar, pero hay que aprovechar lo que se tiene y no preguntar tanto por qué a mí sino por qué no a mí también. Porque me pasó a mí como le podría haber pasado a cualquiera.