EL PAíS › OPINION
El modelo Duhalde
Por James Neilson
Lo mismo que tantos otros políticos, pensadores y clérigos, cuando se divertía en la oposición Eduardo Duhalde proclamaba que el gran problema del país era el “modelo liberal”, de suerte que la solución sería cambiarlo por otro. ¿Y cómo será el suyo? Según parece, será tan capitalista y liberal como el anterior, quizás más, pero en vez de bancos en cada esquina habrá una multitud de pymes hiperproductivas manejadas por mariscales de la industria nacional como José Ignacio de Mendiguren. El que haya sido a lo sumo una cuestión de matices lo habrá decepcionado –vaya a saber con qué soñaba antes–, pero ocurre que hoy en día las variantes escasean a menos que uno esté dispuesto a conformarse con la miseria equitativamente repartida, alternativa que ni siquiera la Iglesia Católica, que últimamente se ha reciclado en una suerte de agencia social, se ha animado a proponer, lo cual es una lástima porque será imposible “derrotar” el capitalismo sin renunciar a los bienes materiales que –en otras latitudes por lo menos– es el único sistema que haya sido capaz de producir en abundancia.
Para la mayoría abrumadora de quienes lo hacen, hablar de “modelos” siempre ha sido escapista, una manera de llevar el debate al terreno agradable de las abstracciones en que las transformaciones reclamadas no requerirían medidas concretas antipáticas como confiscaciones masivas, impuestazos a granel o despidos masivos. Pero, como sucede con los autos, casi todos los “modelos” son iguales en cuanto a su estructura básica –tanto en Suecia como en Estados Unidos se da una combinación de estatismo y capitalismo liberal que se atiene a las reglas internacionalmente aprobadas–, lo que no quiere decir que sean idénticos.
En última instancia, los resultados dependen menos del “modelo” elegido que de la calidad de los componentes. Por mucho que se la pinte, una antigualla oxidada no será nunca un Mercedes-Benz nuevo y ningún “modelo” concebible funcionará de modo satisfactorio en la Argentina hasta que el país cuente con las piezas apropiadas: leyes adecuadas, un Poder Judicial imparcial, una administración pública eficiente, políticos que sean obligados por la ciudadanía a ponerse siempre a la altura de las circunstancias, etc., etc. Sin estos ingredientes fundamentales, cualquier “modelo” será un pobre simulacro de algún original imaginario. Claro, las mejoras así supuestas significarían el reemplazo de muchas personas de carne y hueso por otras de actitudes y aptitudes radicalmente distintas, razón por la que el grueso de los “dirigentes” se negará a entenderlo hasta que su “modelo” particular caiga en pedazos.