Viernes, 9 de agosto de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
La tragedia de Rosario indujo a varios partidos a suspender actos, lo que adelantó el cierre de campaña para las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Una decisión sensata, un acuerdo tácito elogiable, en medio de las rencillas y disputas propias de la competencia política que incluyeron una dosis baja de desbordes e intemperancia.
Hablamos de cierre pero, en rigor, para la mayoría de los partidos de 24 distritos habrá apenas un intervalo. La elección de autoridades nacionales y provinciales será en octubre y sólo una parte reducida de los participantes quedará excluida el 11 de agosto.
Se avecinan 24 elecciones diferentes, en territorios con distinta historia. La mirada general es válida, en tanto reconozca la diversidad.
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No hubo, mayormente, lo que el periodismo moteja “guerra de encuestas”. Se debió, principalmente, a que los consultores del Frente para la Victoria (FpV) retacearon sus sondeos. Sucede algo más curioso aún: distintos sectores les dan crédito a las contadas encuestas difundidas aun por quienes desconfían de sus fuentes. El caso más vistoso se refiere a la provincia de Buenos Aires. Un sentido común pluripartidista concuerda en que el intendente de Tigre, Sergio Massa, picó cómodo en punta y su par lomense Martín Insaurralde acortó ventaja. Tal vez esa percepción influya en las lecturas del resultado del domingo. Una eventual paridad entre ambos sería más celebrada en el oficialismo, pues se interpretaría consecuencia de una “atropellada”. Tres meses atrás, seguramente, otra hubiera sido la lectura.
Se descuentan los ganadores en los distritos más numerosos, con excepción de Buenos Aires y acaso Mendoza. Se da por hecho que la condición de local primará en Capital, Córdoba y Santa Fe. Los partidos de los gobernadores son favoritos en casi todas las demás provincias, acaso con final más abierto en Tierra del Fuego y Santa Cruz.
Esos son pronósticos (falibles desde ya) para la estación intermedia. Cuánto se moverá el cuadro entre agosto y fines de octubre será tema de debate y de laburo político desde la noche del domingo.
Para los consultores se genera otra fuente de trabajo: las bocas de urna y las encuestas cualitativas previas serán insumo de los comandos de campaña para encarar el segundo tramo.
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El corto tramo de publicidad audiovisual, en condiciones de relativa paridad (alta comparada con el pasado aunque no absoluta), suscitó una oleada de interpretaciones. Algunas son convencionales: las de los especialistas, dirigentes, militantes o profesionales inmersos en el microclima político. Para la visión impresionista de este escriba, se han acrecentado las lecturas cotidianas, de ciudadanos comunes, en tertulias o mesas de café. El impacto del debate público sobre el rol de los medios, los periodistas, la manipulación y otros etcéteras ha calado hondo. Como en el fútbol, abundan las versiones. En este caso, reflejan un clima de época, connotado por un cambio cultural.
Ya se dijo: es simplista proponer una mirada general. Sin mayor pretensión puede decirse que los avances técnicos fueron capturados por los creativos y que los discursos políticos fueron menos logrados.
Los spots del partido del impresentable Alejandro Biondini pueden servir de referencia, por la negativa. El fascismo criollo se traduce en feísmo, imágenes opacas, desdén por recursos que sabe usar cualquier chico de quince años. El estilo de la derecha rancia es una excepción. Casi todos los contendientes propusieron imagen y sonido con pisos altos, relativamente sencillos de obtener con una tecnología amigable.
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Es difícil inventar algo totalmente innovador en materia de comunicaciones. La mirada atenta de memoriosos (y de los programas “con archivo y memoria”) corroboró que no era original el spot en que Sergio Massa quiere probar decisión sacándose el saco y encarando a la cámara. Los publicitarios de Fernando de la Rúa y Aníbal Ibarra habían producido escenas similares. También tiene precedentes la idea de “Terragno cenador”, mostrando al habitualmente serio candidato cocinando con sapiencia y buena onda. El adusto primer ministro David Cameron trató tiempo atrás de suavizar su imagen (no en campaña sino en un blog) mostrándose en la cocina de su casa. Alguna otra diferencia hay: el inglés no cocinaba, sino que se mostraba cómodo en la cotidianidad de su hogar.
“Argen” y “Tina”, así dicho, son un invento local como el dulce de leche. Pero si se repasa propaganda política reciente en Venezuela, se verá que la idea-fuerza no reconoce fronteras, al menos dentro de la Patria Grande. Un tinte original adorna (por segunda vez) la producción del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT). En doble sentido. El primero es elegir un mensaje preciso y adecuado a sus perspectivas reales: pedir el voto para llegar al piso electoral. La idea es razonable y se postula con spots bien presentados y actuados. La otra pata son propuestas de tinte “socialdemócrata” (valgan las comillas) o hasta republicano. Sueldos reducidos para funcionarios o legisladores, quienes deberían hacer uso forzoso de la escuela y el hospital públicos, 82 por ciento móvil... Son medidas de cambio pero alejadas de los discursos flamígeros (e identitarios) ligados a la revolución proletaria o a las tomas del Palacio de Invierno. Una sensatez respecto de la propia “imagen corporal” que no adorna a varios partidos opositores que hablan como si integraran una fuerza mayoritaria a nivel nacional cuando, dendeveras, se conforman con ser competitivos en un par de distritos y ganar en uno, como techo.
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El politólogo y consultor Mario Riorda explica, en un recomendable nota publicada en El estadista.com.ar, que la negatividad fue el factor común predominante en las campañas. Es simple, de entrada, enfocar una disputa entre dos partidos: un juego de suma cero, como un partido de fútbol. Se hace más cuesta arriba elegir una táctica cuando hay más de dos fuerzas participantes que disputan bancas: ¿cuestionar a uno en especial o repartir las críticas? El intríngulis no se plantea en todas las provincias, porque seguramente la mitad o más terminarán eligiendo legisladores de dos partidos o, muy eventualmente, de uno solo. Pero es común en los distritos muy poblados, donde se dirimen más escaños.
En la Ciudad Autónoma, la coalición Unen optó por enfilar todos sus cañones contra el oficialismo nacional. Ni en sus debates televisados se concedió atención al PRO, que gobierna el territorio. Es paradójico porque todo indica que el target de sus votantes es similar al del macrismo y no al del kirchnerismo: todos los postulantes pugnaron por demostrar quién es más anti-K. Tal vez cambien el modelo para octubre, una vez formada la lista.
En la provincia de Buenos Aires, la irrupción de Sergio Massa trastocó el esquema, forzando la existencia de dos centros de atención (y de dardos). El FpV, introdujo una variante en su cuidada campaña. En general, emprendió contra la oposición como un todo, caracterizado por su falta de propuestas y su enconada cerrazón a validar los avances de la “década ganada”. Pero en suelo bonaerense destinó atención especializada a Massa.
El resto de la oposición disparó contra dos blancos: la gran esperanza ídem y el FpV.
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Los programas políticos de cable, que se propagan “todo el tiempo” cedieron lugar ante escenarios más típicos de la tele actual: aquellos que practican géneros surtidos, más desenfadados o directamente chimenteros. Nadie les hizo asco, más bien al contrario.
La tele concedió un menú especial dentro de sus códigos.
Suponer que los medios no participaron sería, empero, un error. La entrega de los premios Martín Fierro fue un acto de la oposición virtual. Del conglomerado amorfo sin programa, sin liderazgo y sin organización partidaria que busca su destino y su Capriles criollo. Un Capriles que gane, nada menos.
A las autoalabanzas que son de rigor en esos fastos se sumaron los tópicos más banales anti K. En ese rubro, el periodista Jorge Lanata se ganó el oro. La condolida prédica sobre la grieta, emitida por quien consagra su existencia profesional a cavar la zanja, fue un ejemplo de doble discurso. Otro tanto puede decirse de las celebraciones a la supuesta templanza de quien injuria, agrede verbalmente y hasta putea a sus adversarios.
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Otra faceta típica de la época se vivió ayer con motivo de la audiencia de mediación a la que fue citado el periodista Víctor Hugo Morales. La demanda promovida por el CEO de Clarín, Héctor Magnetto, tuvo una respuesta insólita, inimaginable un lustro atrás. Sólo es explicable en el contexto develador que produjo la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
La invisibilidad es un recurso de los poderes fácticos que hacen un culto de negar su propia existencia. Sus jefes administran el anonimato, la luz los ofusca y enardece. Muchos comunicadores y (ay) varios dirigentes políticos le hacen de claque. Que Magnetto sea hoy una figura reconocible, objeto de consignas callejeras, trasunta un cambio de paradigma.
El cronista anduvo por ahí, al solo objeto de hacer número y ver qué pasaba en la calle. Lo que sucedió merece más que estas líneas apuradas, pero las justifica como esbozo. Una cantidad notable de oyentes, de gentes de a pie, se dieron cita. Clase media-media o media baja, como mucho, en la tosca sociología impresionista de este escriba. Laburantes, jubilados, algunos profesionales. Fueron solos o en pequeños grupos (familiares o de trabajo): salieron de sus casas, se movilizaron por la libre, llegaron en bondi o en subte. Son los arquetípicos “Beatriz de Berisso” u “Oscar de Caballito” o “Mónica de Banfield” que llaman a los teléfonos de tantas radios. Entendían lo que significaba y simbolizaba la audiencia, querían hacerse ver y oír, definir posición.
Vivaron al colega oriental, unos pocos optaron por el “u-ru-guayo” que premió a tantos cracks de fútbol. Pero el coro se volcó a “Víctor Hugo” honrando a quien, entre tantos menos re-conocidos, participa de una disputa entre los poderes democráticos y los corporativos.
El cuadro, fascinante, es una postal de la época. Puesta en valor: una imagen en maqueta que describe la vigencia del kirchnerismo, los cambios que impulsó, la redefinición de las fronteras de la política.
También una puesta en escena acerca de los que juegan a la derrota del oficialismo sin exponerse al sufragio popular.
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Pasado mañana habrá que medir los guarismos, generales y parciales. Los niveles de participación, la perspectiva de si será posible incrementarlos dos meses y medio después. Hacer cálculos sofisticados para medir a cuántos diputados o senadores hipotéticos equivaldrían los votos.
Los festejos, que serán unificados en el FpV y diseminados en varios espacios opositores. Las interpretaciones se cruzarán en el aire, está bien.
Y recomenzará la cuesta para muchos competidores, condicionados por la megaencuesta ciudadana y las contadas internas que aprovechan el recurso abierto por las PASO.
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