Martes, 24 de septiembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
No es un mal lugar. No está mal Nueva York, en el marco de la Asamblea General de la ONU, para una cumbre bilateral de presidentas. La desventaja es que el tiempo no sobra por los compromisos de cada una. La desventaja es que la sensación sobre el mundo no es solo intelectual, sino física. Un presidente se topa con los grandes temas y los personajes del momento. Con Siria y Vladimir Putin. Con Irán y su nuevo presidente, Hassan Rouhani. Con Angela Merkel y una flamante victoria conservadora que no tiene precedentes en amplitud y mayoría propia desde 1957. Comitivas a paso rápido en una Nueva York militarizada. Sonrisas dentro del edificio de la ONU. El hormigueo multilateral.
El sábado último, Europa Europa puso al aire, otra vez, Orfeo Negro. Si alguien cree en los espíritus como creían esos sufridos bahianos, también por eso Nueva York es un buen lugar. En 2004, Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner vivieron el peor año de sus relaciones. Kirchner llegó a pensar que Lula carecía de visión estratégica. Estaba molesto con lo que suponía una falta de apoyo del gobierno de Brasil al argentino en su pelea con el Fondo Monetario. Lula se quejaba de que ese argentino pasional no entendía que su realismo era compatible con el compromiso popular interno y externo. Fue una larga reunión a solas en Nueva York, aprovechando el marco de la Asamblea General, la que liquidó los recelos y permitió una relación fluida hasta el fin de la presidencia de Kirchner, en 2007, luego la continuidad de un vínculo personal fuerte entre los dos hasta 2010, al fin la elección de Kirchner como secretario de Unasur ese mismo año y la presencia en Buenos Aires de un Lula en llanto tras la muerte de Kirchner. “Buscó reindustrializar la Argentina y devolvió la autoestima a su pueblo”, dijo en la Casa Rosada.
Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff venían espaciando sus encuentros a solas. También las visitas a un país y otro. No es (¿era?) una cuestión secundaria. En tiempos de diplomacia presidencial, la distancia es un síntoma de falta de canalización política de alto nivel de los problemas y los conflictos. Los intereses comunes son enormes: 34 mil millones de dólares de comercio bilateral, sociedad estratégica, vecindad, Sudamérica como zona de paz, creación de un polo que pueda jugar con cierto margen de acción dentro del multilateralismo buscado. Si los intereses son significativos y el máximo canal de comunicación está (¿estaba?) obstruido, esa obstrucción impide la realización plena de los objetivos comunes.
Por ejemplo, siempre habrá problemas comerciales. Los hay en los últimos tiempos. La poderosa Federación de Industriales de San Pablo sostiene que el gobierno brasileño es demasiado blando con el argentino y no reclama lo suficiente por el “desvío comercial”, es decir, la sustitución de importaciones desde Brasil no por industrialización argentina sino por importaciones desde terceras naciones.
Enio Cordeiro, ex embajador de Brasil en la Argentina y actual vicecanciller económico, solía decir que el inconveniente mayor no son los conflictos comerciales, sino la generación de ruidos desproporcionados a partir de los desencuentros.
Los ruidos, argumentaba Cordeiro, quitan prestancia a la relación. Le sacan prestigio y apoyo. Por eso había que atenuarlos. La semana pasada hablaron sobre el tema los cancilleres, Héctor Timerman y Luiz Alberto Figueiredo. Del lado brasileño, un funcionario concentra el diálogo con la industria, el ministro de Desarrollo Económico, Industria y Comercio, Fernando Pimentel. Del lado argentino, como es obvio, ningún alto funcionario tiene poder suficiente. El primus inter pares es el secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Con una característica: cuando su primacía abarca mayor espacio, la lectura dentro y fuera de la Argentina es que cuenta con mayor respaldo de la Presidenta. Si es así o no, no importa. En política, las percepciones construyen la realidad hasta que otra percepción las reemplace. Y en este caso, además, la percepción no es (¿no era?) disparatada, a tal punto que no quedó más alternativa que una cumbre a nivel de presidentas.
Dilma y Cristina, que hoy hablarán en la Asamblea General, hicieron de la necesidad virtud. Ahora habrá que ver si la cumbre por necesidad sirvió como un paso para volver a la intensidad anterior en la relación de la Argentina y Brasil. O sea, a la virtud.
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