Sábado, 12 de octubre de 2013 | Hoy
EL PAíS › PRIEBKE LLEGO A ARGENTINA EN 1948 CON PASAPORTE FALSO
El criminal de las SS nazi residió sin ser molestado en la Patagonia, donde pasó casi la mitad de su vida, gracias a que se mimetizó en una sociedad que lo protegió y que incluso lo elevó al status de ciudadano caracterizado.
Por Gustavo Veiga
Erich Priebke huyó de Alemania por la ruta de las ratas, igual que otros nazis connotados como él. Desembarcó en el puerto de Buenos Aires el 14 de noviembre de 1948 con pasaporte falso y gracias a la cobertura del Vaticano. Igual que Adolf Eichmann, alias Ricardo Klement, cambió de nombre. Se hizo llamar Otto Pape, oriundo de Letonia. Igual que Eichmann, también, vivió en Vicente López, al norte del conurbano, apenas pisó suelo argentino. Pero a diferencia de su colega, con quien compartió la flor y nata de las SS, el criminal de guerra que después se aquerenció en Bariloche vivió hasta los cien años. Aquél murió en la horca de la prisión de Randeh, cerca de Tel Aviv, el 31 de mayo de 1962. Tenía 56 años. Priebke lo sobrevivió tanto tiempo como el que residió sin ser molestado en nuestra Patagonia. Resultó más afortunado gracias a que se mimetizó en una sociedad que lo protegió y que incluso lo elevó al status de ciudadano caracterizado.
Los medios virtuales de Bariloche, donde pasó casi la mitad de su vida, desarrollaron ayer la noticia de su muerte de manera dispar. Bariloche 2000 y el Mensajero digital le dieron el mayor despliegue a la información. Otros ni siquiera hicieron mención a su prolongada estadía en la ciudad. Como si asociarlo con la localidad turística más célebre de la Argentina en el exterior fuera un recuerdo incómodo. Priebke había llegado hasta allí después de arribar a Buenos Aires en el buque San Giorgio. Se alojó en un hotel de Retiro, siguió hacia Vicente López y terminó en la que hoy es la localidad más poblada de Río Negro.
Muy distinta era la bucólica Bariloche de los años ’50 que empezó a conocer el nazi de mirada altiva y figura erguida. Y todavía más cuando en la década del ’30, los pioneros alemanes festejaban el 30 de enero, la fecha en que Hitler llegó al poder. O celebraban la anexión de Austria. Priebke, por entonces, desfilaba a paso marcial en una Europa que empezaba a incendiarse.
Al país entró con el oficio de mayordomo y en el sur consiguió su primer empleo como maître del hotel Catedral. Le había tendido una mano su amigo Cornelio Delay, un tirolés que tenía a su cargo una concesión de Parques Nacionales.
Los hitlerianos recién llegados gozaban por entonces de privilegios oficiales extendidos. Uno de ellos era conchabarlos de modo más o menos seguro. La cadena de complicidades nazis hacía lo demás. Y la sociedad donde se establecían, en particular la comunidad alemana, completaba la faena de camuflaje. En Bariloche, los inmigrantes de este origen se instalaron alrededor de la Plaza Belgrano, donde pudieron ir comprando terrenos en cómodas cuotas y sin interés.
Por supuesto, hubo excepciones entre tantos simpatizantes de Hitler. En la Patagonia y en el resto del país. Lothaer Hermann, un alemán de origen judío, ex detenido en el campo de concentración de Dachau y que descubrió a Eichmann en Vicente López, fue perseguido por sus denuncias. Hasta lo confundieron adrede con Josep Mengele. Estuvo preso y lo torturaron en 1961, durante el gobierno de Arturo Frondizi. Su revelación contradecía la versión oficial del operativo montado por el Mossad para secuestrar al nazi en Argentina. La historia fue investigada por la periodista alemana Gaby Weber, una especialista en el tema.
Priebke trabajó en la gastronomía y el turismo barilochense durante años. Pasó por el tradicional hotel Bella Vista, situado a pocas cuadras del Centro Cívico, el corazón administrativo de la ciudad. En el riguroso documental Pacto de silencio (2005), del cineasta Carlos Echeverría, la dueña del establecimiento lo recuerda como un hombre obsesionado por la pulcritud y limpieza del personal. En su rol de maître –cuenta– les revisaba las uñas a los empleados. Joaquín Saavedra, uno de sus ex subordinados, relata en la película cómo el criminal de guerra le contó, sin inhibición ni arrepentimiento, los fusilamientos de la Masacre de las Fosas Ardeatinas.
Versátil, el responsable del hecho cometido el 24 de marzo de 1944 –una sombría coincidencia con la fecha del último golpe de Estado en Argentina– también había atendido una fiambrería llamada Viena. Formaba parte de una comunidad nostálgica del nazismo. En Bariloche, y hasta bien entrada la década del ’90, se festejaba el natalicio de Hitler cada 20 de abril.
El alemán, que ya había dejado sepultada en el pasado su adulterada identidad letona, blanqueó su situación legal y comenzó a usar su verdadero apellido. Apenas modificó su nombre de pila germano, Erich, por el de Erico. Nombre de un impopular rey de Pomerania que dominó Dinamarca, Noruega y Suecia en el siglo XIV.
Se sumó a la comunidad educativa del Instituto Primo Capraro, un colegio de la colectividad alemana que homenajeó el 4 de octubre pasado a su fundador, un inmigrante de origen italiano, fallecido un día como ése de 1932. El instituto se encuentra a cuatro cuadras del lago Nahuel Huapi. En su página web todavía se ve en distintas fotografías al imperturbable Priebke, sentado y cruzado de piernas junto a diferentes promociones escolares. Lo singular de esas imágenes es que su rostro aparece marcado con manchas blancas que, como muescas, parecen querer ocultar su presencia junto a los desprevenidos alumnos.
Echeverría comienza su documental con el seguimiento a un Fiat Duna que se dirige hacia una capilla barilochense. Baja de su auto, lo espera a Priebke en la puerta del templo y un puñado de feligreses lo increpa: “¿Para qué fuiste al colegio alemán?”, se escucha que le pregunta en voz alta una mujer. La película atrapa durante las casi dos horas siguientes. El nazi ocupó la presidencia del colegio, participó de las fiestas de egresados y se transformó en un personaje muy activo dentro de la institución. Compartió agasajos con autoridades provinciales y municipales como un referente de las fuerzas vivas de la ciudad. Todavía se recuerda uno por la envergadura del personaje con quien compartió la mesa: fue cuando le tomaron una fotografía sonriendo junto al gobernador Carlos Soria, asesinado por su esposa Susana Freydoz, el 1º de enero de 2012.
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