Sábado, 11 de enero de 2014 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Ha pasado más de un mes del último acto público en el que participó la Presidenta, el 10 de diciembre, en los festejos por los 30 años de democracia. De un altísimo nivel de exposición, Cristina Kirchner pasó al mínimo. Ha sido un cambio abrupto. La principal comunicadora se llamó a silencio y cedió ese espacio. No fue traumático, fue voluntario, pero produjo un impacto. Era un lugar que la ponía en el centro del universo político. Es la Presidenta, la principal dirigente del peronismo y del kirchnerismo, pero además era la que anunciaba, explicaba, promovía y propagandizaba. Realizar y comunicar al mismo tiempo ponían en paralelo los mundos de la realidad y la virtualidad sobre la base de un gran despliegue de energía. Pero bajo esa luz era imposible visualizar otras figuras.
No fue un cambio de concepción o de rumbo. La Presidenta se mantiene activa, se reúne con sus ministros y toma las decisiones como siempre. Ni siquiera se puede decir que es un cambio profundo. Por el contrario, a veces ese tipo de trasfondos no es tan visible y tiene consecuencias a medida que pasa el tiempo. Esto fue un cambio en el campo de la visibilidad, a plena luz y ostentoso, que no modifica el rumbo del Gobierno, pero que altera el cuadro de la política, transforma sus entramados y relacionamientos y, sobre todo, produce un efecto de extrañamiento en las periferias de la política, en las zonas de la sociedad que solamente llega a la política a través de los ecos a favor o en contra que produce Cristina Kirchner, que es como se relacionan en forma esporádica con la política la mayoría de los argentinos.
La función facilita esa centralidad, pero sostenerla depende de la forma en que se ejerza, que puede ser de liderazgo o no, o que puede tener sólo la apariencia de serlo. No lo fue con Fernando de la Rúa. Y con Carlos Menem fue más apariencia que liderazgo real, porque había una subordinación de partida a un poder mayor. En el caso de Cristina Kirchner ha sido un liderazgo construido casi desde el primer escalón a partir de la gestión. Prácticamente no hubo momento previo. Por eso, en su caso están muy unidas las dos condiciones, la gestión y el liderazgo, porque uno se construyó a partir del otro.
En la Presidenta, como figura política, hay un momento de transición hacia la separación de esas dos condiciones. A la bifurcación entre el liderazgo político y la gestión. Y no se puede decir todavía si la forma definitiva que va tomando esta transición será la actual.
De todos modos, ese movimiento de repliegue dejó una sensación de orfandad en general, de no presencia en el plano de lo virtual de una imagen que para bien o para mal ya formaba parte del escenario de la vida cotidiana. Una presencia que se daba por descontado para quererla o vilipendiarla. Por supuesto, esa sensación es más fuerte entre los que la quieren o entre los que asocian su imagen con un tiempo de cambios y mejoras, con una época de progresismo o de sentidos populares que puede interpretarse como una bisagra en una historia nacional con mayoría de gobiernos conservadores y de intentos populares o progresistas frustrados. Pero también sienten esa ausencia los sectores más conservadores, o en general los que la ven como la consumación de un populismo barbárico. Para unos y otros existe la sensación de que nada será igual en la Argentina después de esta década de gobiernos kirchneristas. Y en ese aspecto, la sensación apunta más a un fenómeno de comienzo de un ciclo que a su final. Como haya sido, la gran frustración de los golpistas del ’55 fue que el ciclo del peronismo no terminó con ese golpe, ni con los 18 años de proscripción que le siguieron.
La Presidenta da un paso atrás y, en los políticos y en los analistas, al extrañamiento se le suma el desconcierto. Se corrió el principal interlocutor, el principal punto de análisis y cada quien se queda haciendo dibujos en el aire. Aunque la rueda de la política siga girando, ha perdido un sentido de espectacularidad que quedó condicionado a las figuras de Néstor y Cristina. En todos estos años, los cambios y los protagonismos fueron creando en el campo de lo gestual, de lo virtual, de las imágenes, como formas de adicción o de condicionamiento tanto en los que respaldan como en los que critican, y más en los que lo hacen con vehemencia. Y ahora, sin ese escenario, hay un síndrome de abstinencia de Cristina.
Se hizo correr como sugerida, algo dicho por lo bajo, con cautela, sin arriesgar demasiado, la sombra de la salud. Ese condicionamiento con los Kirchner funciona en sus antagonistas, aportando espectacularidad desde la catástrofe. Cuando la oposición critica la parcialidad del “relato oficialista”, lo real es que en el afán de exagerar la imagen negativa del kirchnerismo, desde allí tampoco se aportan explicaciones normales. Lo que suceda con los Kirchner tiene que tener visos de ampulosidad y teleteatro como las famosas bolsas de consorcio llenas de dinero y las fantásticas cámaras de seguridad familiares atiborradas de euros.
Cuando la mandataria fue operada del hematoma subdural (una intervención prácticamente sin riesgos), una diputada de la oposición, ex kirchnerista, dijo que podría haber quedado “como un vegetal”. El trasfondo de odio en esa expresión lleva involuntariamente a victimizar a quien se ataca y le agrega elementos novelescos también en el relato opositor.
Esta vez nadie dio la cara, no se dijo abiertamente, pero la misma idea volvió en versiones periodísticas sin fuentes ni sustento. En el mes que transcurrió sin que Cristina Kirchner haya aparecido tanto en las pantallas de TV se tomaron decisiones importantes en casi todas las áreas. Se habrán cometido aciertos o errores, pero no hubo indecisión ni parálisis. No hay motivo siquiera para sugerir la idea de “vacío de poder”. Cualquier ausencia de Cristina Kirchner en la toma de decisiones se hubiera sentido en forma inmediata sin necesidad de ninguna disquisición. La Presidencia no es una figura simbólica y menos para los Kirchner, que organizaron la estructura de gobierno con ellos en el vértice. Un esquema de ese tipo es tan sensible que cualquier movimiento en ese lugar se hace evidente en forma inmediata.
Por eso fue tan visible la retirada presidencial del primer plano de exposición, pero al mismo tiempo lo es que no hay ni hubo vacío de poder y que la Presidenta mantiene el ejercicio pleno de su cargo. No habría forma de ocultar lo contrario. Lo que es visible es que hubo un repliegue en sus apariciones públicas y que delegó esta función en los ministros, sobre todo en el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich.
Además de los extrañamientos y orfandades, hubo una intensificación de los contactos con los medios por parte de los ministros. En los últimos días hubo conferencias de prensa de varios de ellos. Hasta el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, tuvo un largo intercambio con los periodistas, al igual que el ministro de Planificación, Julio De Vido. Capitanich da una conferencia de prensa todas las mañanas. El ministro de Economía, Axel Kicillof, y el secretario de Comercio, Augusto Costa, han hablado varias veces con los medios, ninguno se negó a contestar alguna pregunta y todos han respondido a las más inquisitivas sin que les cambiara el humor.
Los medios opositores habían hecho una teología de la conferencia de prensa, cuya realización o no definía, según ellos, el carácter democrático o autoritario de un gobierno. Hasta hubo una especie de dramatización donde varios periodistas estrella decían “queremos preguntar”. Ahora que tienen acceso a todos los ministros, en la conferencia de prensa de Capitanich del viernes solamente hubo una pregunta y fue de un periodista de la agencia Télam.
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