EL PAíS › OPINION
LA ELECCION DE CAPITAL Y LA NEGOCIACION CON EL FONDO, DOS PRIORIDADES
Tras los primeros cien días
Dos problemas importantes afrontados con distintas pulsiones. Kirchner, jugado en la campaña de Ibarra. El “mani pulate” y la reacción del Gobierno. “Razonable” calma en Economía y en la Casa Rosada. Una decisión de Aznar, funcional a la táctica del gobierno. Irán, una preocupación. Federales, abstenerse. Y algo sobre los cien días del título.
Por Mario Wainfeld
Si se miden las reacciones, los rostros, la ansiedad respectiva, la libido diríase, el Gobierno luce mucho más pendiente y preocupado por la elección porteña que por la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI). En pos de vencer a Mauricio Macri se maquinan excitadas jugadas, se analizan encuestas, se está en actividad permanente. Respecto del FMI priman el perfil bajo, la ausencia de declaraciones, la calma. El estilo K prevalece en lo que nimba a Capital. La flema de Roberto Lavagna es el tono de las negociaciones.
Es claro que la política agonal, la pelea, excita a la mayoría de los dirigentes como no suele hacerlo una larga negociación. Pero es también real que, en la Rosada y también en Economía (más que ven) sienten más incierto el resultado de la compulsa porteña que el de la pulseada con el Fondo. Los sondeos de opinión que maneja el Gobierno, no especialmente distintos al que se publica en la página 7 de esta edición, arrojan una luz de ventaja para el jefe de Gobierno y una mejor proyección sobre los indecisos. El cálculo político hecho a ojímetro alienta la misma conclusión: el electorado que rehuyó la polarización en primera vuelta tiene más afinidades con Aníbal Ibarra que con Macri. Por lo pronto hay algo así como un 15 por ciento de ciudadanos que votó por fuerzas de izquierda que casi de cajón debería terminar optando por el frentegrandista.
En la Rosada se perciben rezongos, a menudo audibles, respecto de cierta pasividad del ibarrismo en las horas y los días posteriores a los comicios. Fue patente que se dejaron primerear a las seis de la tarde del domingo cuando los macristas anunciaron su triunfo y luego especularon con cifras que le daban una ventaja holgada, no real. Y las jugadas más fuertes a partir del lunes provinieron del gobierno nacional: sus ratificaciones de identidad con Ibarra y la denuncia al Correo Argentino por supuesta manipulación de datos.
El “mani pulate” denunciado por el Gobierno, referido a una supuesta triquiñuela mediática del macrismo, tiene más importancia para revelar cómo funciona el oficialismo que para denunciar un escándalo. La jugada tiene todas las trazas de haber existido, pero todo sugería que el lunes quedaría olvidada. La Rosada dobló la apuesta en la persona del ministro del Interior que se convirtió en adalid de la denuncia contra la empresa de Franco Macri. El dato tiene su miga porque el duhaldismo en general –y Aníbal Fernández en especial– no estaban convencidos desde el vamos de jugar fuerte con Ibarra. Pero el Gobierno funciona así, unifica a su tropa y se manda a fondo. Y Fernández, una de las (demasiado pocas) espadas mediáticas del Gobierno funcionó como vanguardia de la avanzada contra el hijo del trompa del Correo.
Kirchner está convencido de que una victoria de Macri en Capital implicaría una rápida reunificación de la derecha argentina, desperdigada por falta de referencias políticas y por carencia de un proyecto económico común. Por añadidura imagina que, de primar Ibarra el 14 de septiembre, la Capital será la principal sede territorial de una (su) nueva coalición que tiene in mente pero aún no plasmada por mandato de las urnas. La maratón de votaciones que empezó el domingo pasado y seguirá hoy en Río Negro y el 7 de septiembre en Santa Fe tiene su cifra en Capital: Felipe Solá arrasa en Buenos Airesy Kirchner no arriesga tanto en Santa Fe donde cualquiera de los dos posibles ganadores –Hermes Binner (que conserva importantes chances) o Jorge Obeid– le viene bien.
Perfil bajo
“Las conversaciones van bien, mejor que ninguna otra negociación argentina con el FMI. Pero falta lo esencial, que es ponerle los números al acuerdo.” Cerca de Lavagna priman la templanza y una inequívoca voluntad de no calentar el ambiente. “Roberto ha hecho un culto de no aparecer en público, recién emergió el jueves anunciando medidas”, explican quienes conocen bien al ministro. La conferencia de prensa con surtidos anuncios procuró dejar patente algo que obsesiona a Economía: “El Gobierno está gobernando”. Atento como el que más a cierta lógica mediática el ministro quiso anunciar varias medidas el jueves y no el viernes: es que los diarios de los sábados producen menor repercusión en radios y noticieros de TV, explican en su torno. Esa prisa determinó que el secretario Alberto Dumont no flanqueara a Lavagna cuando se anunciaron las decisiones.
Economía computa, y cabe darle la derecha a su interpretación, que la aprobación del FMI al cumplimiento de las metas del acuerdo del 2002 es una señal favorable al acuerdo. “Los números se definen allá”, describe el ministro y señala hacia arriba, donde (según convenciones cartográficas que los argentinos aceptamos) se supone que esté el Norte. Serán el Tesoro de los Estados Unidos y los países que integran el G-7 los que impondrán el marco del eventual acuerdo. Según Economía, las señales de esos gobiernos son “razonablemente” (el adverbio de modo preferido del ministro) auspiciosas. Todo marcha conforme a lo deseable y dentro de los plazos previsibles, mitiga ansiedades el ministro.
¿Y los 2900 palos verdes que deberían pagarse el 9 de septiembre? Lavagna no suelta prenda. Según su criterio de negociador, es vano bocinar prematuramente si se va a pagar o no. “Hay tiempo”, calma a los ansiosos de su tropa. “Atendemos cobradores los martes y viernes”, chuceó por única respuesta a los cronistas argentinos que, con toda lógica, le preguntaron sobre el tópico en la ya mencionada conferencia de prensa. El sentido del humor del ministro es proverbial, tanto como sus broncas.
“Llegamos mejor que nunca. Kirchner quiere firmar el acuerdo, a condición de no exceder un superávit primario del 3 por ciento. Lavagna piensa igual. Por primera vez no hay la menor tensión pública entre éste y el Presidente del Banco Central”, dice un ministro del ala política, del disco duro kirchnerista, razonablemente optimista también.
Un logro con carga
La decisión del gobierno español frenando el pedido de extradiciones formulado por Baltasar Garzón causó diferente impacto en el Gobierno y en los organismos de derechos humanos. Para éstos fue un bajón, ya que los priva de una herramienta de presión y, de últimas, de un second best. Para el oficialismo, en cambio, es un logro ya que las extradiciones eran un modo no deseado de resolver el entuerto. De hecho, la aceleración de la ley de nulidad del Punto Final y la Obediencia debida buscó variar el escenario y catalizarla posibilidad de que los crímenes de la dictadura sean juzgados acá.
La sensación térmica del viernes en ámbitos comprometidos con los derechos humanos era de cierta depresión pero, bien mirado, desde que asumió Néstor Kirchner los progresos en esta materia superan con harta holgura a los retrocesos. La ley de nulidad es uno de ellos y la eventual revisión de los indultos es una hipótesis que sigue ganando consistencia y perspectivas.
Si se mira la película y no sólo la foto del viernes, la perspectiva es propicia. El objetivo deseable siempre fue que los represores pasaran por el banquillo en Argentina y no que este país fuese su aguantadero. Huelga destacar por qué esa resolución tendría implicancias morales e históricas muy diferentes a si algunos criminales fueran juzgados en otras latitudes. La Cámara federal porteña está pronta a dictar un fallo plenario reactivando dos megacausas que fueron archivadas aplicando la ley de Obediencia Debida. El tribunal reconocerá efecto operativo a la ley de nulidad y pondrá en la mira a varias docenas de represores. La flamante norma comienza a obrar efectos dentro y fuera de las fronteras argentinas.
La lectura no excitada de la película también revela que, contra lo que suele postular cierto sentido común, la sociedad argentina ha logrado en ese terreno logros nada usuales. Mérito doble porque los consiguió en dura porfía contra sucesivos gobiernos obstinados en garantizar impunidad.
Para medir los avances es sensato cotejar el estado de la temática en los países limítrofes. En Chile recién ahora empieza el cabal destape de la dictadura de Pinochet, a treinta años de su advenimiento, y muchos observadores ligan cierta aceleración con el contagio de lo que está ocurriendo de este lado de la cordillera de los Andes. Las enfáticas declaraciones del presidente Ricardo Lagos alabando a Kirchner sonaron a gloria en los oídos presidenciales. Máxime porque el patagónico estima muy especialmente a su par chileno, que es también un convencido apologista de Lavagna. Para redondear la satisfacción oficial, la primera dama Cristina Fernández será invitada de honor del socialismo chileno para el 11 de septiembre cuando se recuerde el trigésimo derrocamiento y asesinato de Salvador Allende. En la Rosada se lee el convite como un reconocimiento a la consistente posición del Gobierno en derechos humanos.
Desplazada la presión de las extradiciones, el Gobierno no corre contra reloj en la materia pero le siguen quedando muchas vallas por saltar. En definitiva, el enmarañado tramado sobre los crímenes de lesa humanidad se resolverá en la Corte Suprema. Pero la reconstitución de la Corte –esto es, la incorporación de Eugenio Raúl Zaffaroni y la eyección de Eduardo Moliné O’Connor– tardará su tiempo. La decisión de la administración Aznar, sea cual fuere su designio último, fue funcional a los tiempos del Gobierno que con mucho optimismo puede esperar una decisión de Corte recién para el próximo verano.
El juicio a Moliné tuvo un ripio que, según pinta hoy, no será insalvable: los radicales negaron quórum a la sesión en el Senado. El Gobierno alentó numerosas sospechas sobre la actitud de los legisladores boinas blancas, cuyo número superademasiado a su actual representatividad. Es cabal que los pergaminos de Raúl Baglini, todo un emblema de una cámara desacreditada, autorizan recelos. Pero hay también una tendencia oficial a no articular sus decisiones, a imponerlas sin negociación ni diálogo que tiende al exceso y que puede tener costos con contrapartes más poderosas y menos desacreditadas que los correligionarios. Como sea, el proceso contra Moliné avanza, los cargos son sólidos y aunque el tenista ha llegado más lejos que su par Julio Nazareno sólo está prorrogando el tiempo de su derrota.
Federales en riesgo
En Cancillería se vivió la visita de Lagos como una fiesta, las preocupaciones discurren por otros lados. La detención del ex embajador iraní hace fruncir ceños en varias altas oficinas oficiales. El gobierno argentino tuvo una actitud sensata, lo que no quiere decir medrosa, ante las furiosas reacciones del gobierno iraní. Pero el clima de las relaciones es malo y preocupante. Es imposible saber qué motorizó a Juan José Galeano, tras años de modorra, a pedir la detención. El juez de la servilleta que se encarga del atentado a la AMIA es insospechable de hacer algo serio o correcto o en el tiempo debido. Lo real es que su decisión –que el gobierno argentino no puede ni debe sino avalar– cae en mal momento y alienta resquemores. Galeano, como muchos de sus colegas federales, sabe que cuelga sobre su cabeza la espada de Damocles del juicio político. Y en varias dependencias de la Rosada y el Congreso su tonante decisión de estos días funge como acelerador.
En modo casi imperceptible, opacado por la comedia de enredos de la sesión del juicio contra Moliné, avanzó en el Senado el juicio contra Norberto Oyarbide. Y habrá más, aunque Claudio Bonadío ya tenga a medio hacer el procesamiento contra Fernando Vaca Narvaja y Roberto Perdía que pueden, quiérase o no, servirle de escudo humano si las papas queman.
Se recalienta el decano
–Cuénteme profesor, ¿se recalentó la campaña porteña? ¿Le cobraron jugada peligrosa a Aníbal Fernández que salió con los tapones de punta? ¿Moliné levantó un match point? ¿Galeano está en la mira? No he recibido información suya en estos días y necesito material.
El decano de la facultad de Sociales de Estocolomo presiona a su discípulo favorito, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina. El decano, como se ve, se ha mimetizado con la jerga periodística-política criolla y se siente frustrado porque su pollo no da señales de vida.
“El politólogo se ha tomado una semana sabática, acompañado por la pelirroja progre”, le contesta, a las cansadas, el pasante noruego. “Quiere festejar con una nativa los 100 días de Kirchner”, buchonea el pasante que se aburre en su pequeño bulín porteño y envidia a su jefe.
–¿En qué consiste el festejo? –interroga, ingenuo pero ávido de aprender, el decano.
“A este tipo le falta estaño”, lapida el noruego. A falta de pelirroja, se consuela esperando que hoy River, el club de sus recientes amores, gane de una buena vez. Y decide ir aBanfield. Tipea veloz, mientras agarra su trapito albirrojo:
“Me voy al territorio de Duhalde, cambio y fuera profesor.”
Cien a mil por hora
Kirchner está cumpliendo cien días de mandato, plazo que, por convención, suele homologarse con la luna de miel de gobernantes y gobernados. Algo ya es seguro, esto no ha sido el trémulo comienzo de un presidente débil, sino el intento de surgimiento de un nuevo liderazgo.
Kirchner ha conseguido varios de sus objetivos, comenzando con el primero que es acrecentar su poder y su prestigio. Su imagen pública sigue siendo alta, se permite todas las semanas darse baños de afecto popular como los que ilustran esta columna. La revalorización de la figura presidencial viene de la mano con un discurso de rejerarquización de lo público, del Estado, de la política como mediadora eficaz de los conflictos sociales.
Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saá, líderes de los dos neolemas que lo enfrentaron a fin de abril, se replegaron en estos días a sus respectivas vidas privadas. Eduardo Duhalde es un problema virtual a futuro pero por ahora su relación con el patagónico ha sido armoniosa y cooperativa a niveles inusuales en el peronismo.
Tributarios del éxito y del prestigio del Presidente, legisladores y referentes de su partido le brindan un acatamiento inesperado que se prolongará mientras dure el idilio de Kirchner con “la gente”. La forma en que se comportó el electorado peronista de la Capital hace siete días es una señal de alarma: respondió mucho más a sus lealtades partidarias, encarnadas en un grupo de dirigentes impresentables que a la figura presidencial. Una conducta que, si se repitiera en otras provincias, dificultaría el intento kirchnerista de combinar apoyos al interior y extramuros del PJ.
Exitosa ha sido, computando pros y contras, la táctica política de Kirchner e imprevista su acumulación. Nada de esto equivale a un seguro para futuros tiempos. Queda claro que su iniciativa ha dejado sin habla ni reacción a adversarios poderosos que tratan de recomponerse, pero que esta situación edénica no ha de ser eterna. La negociación con el FMI es observada con interés desde los palcos altos. Si fracasa, habrá una embestida contra Kirchner, si sale bien, habrá que seguir esperando la oportunidad. No hay tregua, apenas ocurre que las armas están envainadas, a la espera de una ocasión propicia.
Tajante en sus juicios, a veces esquemático, le cabe al Presidente una virtud: la de señalar explícita, sinceramente sus objetivos, sus aliados, sus adversarios y sus enemigos. De cara a ese mapa que él mismo ha hecho público, la negociación con el FMI y las elecciones porteñas son cruciales. Pocos esperaban que llegara con tanta fuerza a ambas instancias, pero todavía faltan disputarse los puntos decisivos de ambos partidos.