Lunes, 4 de agosto de 2014 | Hoy
EL PAíS › EL CONFLICTO CON LOS HOLDOUTS Y LAS DECISIONES DE GRIESA
Opinión
Por Alberto E. Barbieri *
El concepto de Patria no es sólo una apelación épica, también económica.
En la Comunicación que el doctor Julio Olivera hiciera ante la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, sesión privada del 11/07/13, refiriéndose a la globalización aclara: Subsiste sin embargo un grado de libertad para las políticas económicas nacionales, pues la globalización no alcanza a los bienes públicos. La provisión de los bienes públicos continúa siendo responsabilidad de los estados nacionales individualmente considerados. Aun en el plano de la teoría y de los conceptos abstractos, la existencia misma del Estado tiene por fundamento racional la provisión de bienes públicos... que comprende no solamente los bienes públicos materiales, sino los bienes públicos inmateriales o intangibles, como la educación, la salud, la justicia y la seguridad.
En estos momentos de extrema tensión por la resolución de la presión de los fondos buitre sobre la decisión soberana de nuestro país, no corresponde perder el tiempo en tecnicismos, muchas veces malintencionados, que pretenden comparar lo que está ocurriendo como si fuera un litigio judicial entre privados. Lo que importa es establecer si estamos de acuerdo con el concepto de que un Estado tiene una obligación sobre sus ciudadanos que va más allá de hacerse cargo de malos negocios del pasado.
Pareciera que los discursos referidos a la Patria sólo tienen cabida en ocasión de algún acto escolar. Sin embargo, en un mundo globalizado que suele hacer pensar que los estados nación han perdido toda vigencia, existen aún funciones indispensables tales como contribuir al desarrollo y bienestar de su sociedad. En efecto, un Estado que debe hacerse cargo de las crisis y contingencias de desamparo de sus habitantes, la seguridad social en el sentido más amplio y humanitario, no puede ser reemplazado por ninguna agencia mundial.
Más allá de nuestros propios errores y desaciertos, el funcionamiento de la economía mundial y sobre todo del capitalismo financiero a partir de los años ’70 facilitó el camino que condujo al fracaso de 2001. Si no entendemos esa lógica de funcionamiento del capitalismo financiero, cualquier diagnóstico o propuesta de políticas nacionales será contraproducente. Luego de que Nixon desenganchara en 1971 el dólar del oro y finalizara el funcionamiento previsto en Bretton Woods, y tras la decisión de Greenspan de liberar de toda regulación a las instituciones financieras, en los ’90 se ha creado una gran riqueza en activos financieros que no tiene correspondencia ni con el aumento de la economía real ni con el comercio internacional. En pocas palabras, al igual que la avaricia, es un monstruo que se engendra y nace de sí mismo.
La crisis de Lehman Brothers y los sucesivos golpes a la economía del mundo de esa burbuja financiera en explosión motivaron que la Justicia de Nueva York abandonara la Doctrina Champestry (Ley del Poder Judicial de Nueva York en la Sección 489) que era una sabia institución desde la Edad Media que no sólo prohibía la especulación de comprar deuda defaulteada solamente para judicializarla, sino que incluso podría aplicarse sanciones a ese proceder. Más allá de la vigencia o no de esta doctrina en la actualidad, lo que nos está poniendo en evidencia es que no se debería poner en pie de igualdad las responsabilidades de un Estado nacional para su pueblo con una especulación privada sobre un activo devaluado o de valor inexistente.
No hay deuda externa que se pueda pagar si la capacidad productiva y de competir en el mundo no genera las divisas necesarias. El camino artificial de alimentar el monstruo consigo mismo, el eterno revolving de la deuda, nos retrotraería a la experiencia de 2001 pero con un aterrizaje aún peor, porque sería el momento en que los poseedores de esos activos financieros inflados nos digan que no quieren dólares sino activos físicos de nuestras riquezas nacionales. ¿Podremos los argentinos de buena voluntad defender lo nuestro conjuntamente sin banderías ideológicas ni intereses mezquinos?
Se ha avanzado en acuerdos internacionales sobre el comercio mundial, pero nada se ha logrado sobre las deudas soberanas y la asimetría de responsabilidades entre los Estados y los fondos especuladores. Sería hora de que el mundo académico y científico de las universidades desarrolle nuevas ideas y procedimientos a fin de constituir una institución internacional que cree reglas objetivas para las deudas soberanas, que es lo que ha faltado en Bretton Woods.
* Rector de la UBA.
Opinión
Por Rodolfo Braceli *
Pregunta, para poner en remojo: ¿cómo es posible que un rostro, que la curvatura de una columna vertebral expresen, con tanta elocuencia, una condición moral?
Mientras remoja la pregunta, afrontando sucesivas fotos vayamos al retrato.
No hace falta descender ni al insulto ni a la descalificación: al señor juez Thomas Paole Griesa basta con describirlo. Su diseño físico más la calaña de su semblante traducen textualmente lo que anida en su condición humana. Su exterior espeja a su interior de un modo que espeluzna. Por afuera sintetiza los turbios recodos y emanaciones de su conciencia.
Este hombre, Griesa, lo primero que hizo fue nacer: eso le pasó a él y le pasó al mundo el 11 de octubre de 1930 en Kansas City. Ascendió a juez del Distrito Sur de Nueva York haciendo escala en Harvard y Stanford. Hace años rozó cierta famita porque se cruzó en un juicio con John Lennon y soltó una gran carcajada ante una ocurrencia del beatle. Estos días la famita rompió el cascarón del diminutivo porque eyaculó un fallo favorable a los otros obscenos buitres humanos que desolan el planeta.
Este hombre, Griesa, prefiere mirar por la rendija de sus ojos. Como quien fisgonea desde su ventana por detrás del cortinado ¿mira o espía?
La espalda, vencida, nos avisa que su columna vertebral estuvo por años trasladando unos ojos capciosos y con uñas.
Los labios de la boca de este hombre parecen cocidos desde adentro. Algo esconden esos labios, algo como la mueca de una sonrisa malparida. Pero atención, ojo piojo con las confusiones: al juez se le suele diagnosticar senilidad, y se lo califica de monstruo. Señalando esto o aquello se lo está absolviendo. Pero no: estamos ante un ser humano, eso sí, portador de hediondo corazón.
Una pequeña digresión. Este juez, buitre por aspecto, semblante y acciones, tiene demasiados adherentes adentro de nuestra patria idolatrada. Más allá de los errores que podamos atribuirle a este gobierno, observemos a toda hora y sin feriados la galopante buitredad de una oposición amalgamada por la celebración de las malas noticias y calamidades, y por la carencia de propuestas; oposición cuyo gran proyecto se reduce a que este gobierno –elegido por las urnas eh– estalle por los aires a cualquier precio. Para eso los buitres de aquí adentro cuentan con la saña de Griesa que respalda a esos usureros que genocidian endeudamiento mediante.
¿Puede concebirse semejante buitredad? Tomados sus cerebros y sus corazones por la hiel de sus odios, los celebradores de un muy deseado apocalipsis no advierten que a esta deuda la pagarán hijos y nietos y bisnietos entregando pedazos de mapa y quemando los sueños de varias generaciones.
Pero esto les importa menos que un carajo. La hiel hace rato que les anegó el cerebro y les acogotó todo posible sentimiento.
No hay caso, el diccionario se extenúa a la hora ofrecer sinónimos de buitre asociados a la conducta humana: aprovechado, egoísta, individualista, rapaz, depredador, usurero, vomitivo, hasta lameculos. Lo de lameculos –qué notable– parece inspirado en buitres vernáculos. Desde ya: los culos no tienen la culpa de ser visitados por estas lenguas usureras de lesa humanidad.
Más fotos para este retrato. En cada una este hombre, que lo primero que le hizo a la humanidad fue nacer, enfrenta con goce perverso la cámara. La uña puntiaguda de su mirada atraviesa la rendija de sus párpados. Sus labios continúan cosidos desde adentro para que no se le escape el alma: porque se supone que alma el juez debe de tener.
Otra foto, y más preguntas: por los años de su edad, que hace rato pasó los 80, uno deduce que él es padre, abuelo, bisabuelo. ¿Cómo será a la hora de las ternuras? Realmente, ¿alguna vez habrán besado esos labios? ¿Besado qué? ¿Y qué pasó con lo besado?
Una foto más. Ahí lo vemos: este hombre se deja ayudar para meter su organismo en un saco, o para cubrirse con la solemne toga. El se sabe juez, él se siente Dios, él tiene en su puño un fallo del que penden las noches y los días de millones de humanos. Nos mira con sorna el juez norteamericano se regodea en esa mueca cínica: él sabe que puede meter miedo y se relame, paladea la saliva de la felicidad vengativa. Tengamos cuidado, no se nos ocurra sostenerle la mirada, ni a la misma foto, porque hasta la foto nos puede inocular cierto pus irreparable. Y cuidado, además, porque esta noche podríamos soñar hasta la pesadilla con él...
Justamente, la pesadilla: anoche soñé con este hombre, que lo primero que le hizo a la humanidad fue nacer: él venía por una vereda de Nueva York, yo me le paré adelante. No le di una trompada, porque eso era condecorarlo. A punto de darle un chirlo, pensé: No, mejor lo enderezo con una flor de patada en el culo. Pero ni una cosa ni la otra: de pronto me encontré preguntándole por la madre que lo parió.
En eso él le hizo un seña a un taxi, el taxi se detuvo, yo le facilité la subida abriéndole la puerta; agradecido me extendió un billete dólar. Cuando me arrimé para tomarlo, recibí una ráfaga de su mal aliento; aliento sonoro, aliento atravesado de carnes sumamente muertas... Caí de espaldas volteado por el insoportable hedor y desde el piso vi que él miraba fijamente el billete que yo apretaba en la mano. Rápido me lo metí debajo de una media antes de que...
Posdata pueril: una línea de sol me despertó los párpados y salí de la pesadilla, mordí aire para desalojar el asco de la bocanada de aquel mal aliento del juez que lo primero que le hizo a la humanidad fue nacer. Ahí fue que me di cuenta de que yo estaba completamente desnudo. Pero vivo. “¡Que no es poco!, ¡que no es poco!”, me gritaban las vocecitas de los hijos de mis hijos. Que también estaban desnudos.
* Periodista, escritor.
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