Martes, 28 de octubre de 2014 | Hoy
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Por Washington Uranga
El Diccionario de la Real Academia Española no suele ser un recurso válido cuando se lo utiliza para discernir sobre cuestiones políticas o sociales. Pero es tanto el abuso de las palabras que se viene haciendo últimamente en la política –no sólo de nuestro país sino, en general, de nuestros países latinoamericanos– que es bueno ir a las fuentes para echar luz sobre lo que decimos.
Durante las campañas electorales en Brasil y Uruguay, las fuerzas opositoras –todas ellas ubicadas a la derecha política de quienes están ejerciendo actualmente el poder en esos países– han recurrido al argumento del “cambio” para señalar la necesidad de desplazar a los actuales gobernantes. Lo mismo ocurre en nuestro país, aun cuando formalmente no comenzó todavía la campaña electoral. No sobra recordar que la idea de cambio ha estado asociada históricamente a las fuerzas políticas de vanguardia, revolucionarios o progresistas, precisamente para oponerse al inmovilismo del poder instalado por minorías en función de su propios intereses.
Pero en poco más de la última década en América del Sur han nacido y prosperado otros gobiernos que hicieron del cambio su estilo de gestión y de las transformaciones una forma de entender el mundo. Aunque “el cambio” no tiene una explicación por sí mismo, sino que es apenas la indicación de que se quiere lograr algo diferente a lo existente o a lo actual, es válido retomar el concepto del escritor y pensador uruguayo Eduardo Galeano cuando señala que, “al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. Lo importante es lo que somos, y eso se demuestra con nuestras prácticas, con nuestras acciones. El quehacer de los actores carga de sentido el cambio que cada uno propone.
Así el ex candidato conservador del Partido Colorado uruguayo Pedro Bordaberry dijo, poco después de conocerse los primeros escrutinios en el país oriental que dieron la victoria al Frente Amplio y que concluyeron con una categórica derrota de su propia candidatura, que estaba dispuesto a dar su respaldo al candidato liberal Luis Lacalle Pou para que “que hagan mierda a Tabaré Vázquez”. Quienes tanto hablaron de diálogo, apertura y de colaboración, así se expresan en la derrota.
Mientras los sectores más conservadores quieren apropiarse de la palabra cambio, las urnas hablaron en Bolivia primero con un categórico triunfo de Evo Morales y en Brasil después, con una victoria de Dilma Rousseff, que los medios de comunicación más poderosos no dudaron en calificar de “estrecha” en segunda vuelta, dejando de lado los resultados de la primera y simplificando al extremo para presentar a toda la oposición como un único y coherente bloque de propuestas. Falso lo primero y falso lo segundo. Probablemente el sentido del cambio en el caso de Uruguay ha estado claramente expresado en las palabras de Bordaberry. El único propósito de la oposición es destruir al Frente Amplio –representado en este caso en la figura de Tabaré Vázquez– y lo realizado por esa coalición. En el caso de Brasil, el sentido del cambio propuesto quedó en evidencia en la reacción reflejada en los titulares de los diarios, incómodos con la victoria de Dilma y voceros “del cambio”. “Tras la victoria de Dilma Rousseff cae el Bovespa, se devalúa el real y se hunden las acciones de Petrobras más de 10 por ciento. La Bolsa de San Pablo abrió con una caída de 6 por ciento, que después se redujo a 3,77 por ciento; los papeles de la petrolera estatal se desplomaron y el dólar alcanzó su máximo desde 2008”, titularon para dar cuenta de la reacción ante el “cambio” que no se pudo lograr en las urnas.
Volviendo al Diccionario de la Real Academia. Tergiversar, según allí se señala, significa “dar una interpretación forzada o errónea a palabras o acontecimientos” o bien “trastrocar, trabucar”. Quizá se pueda aplicar al uso político que se pretende dar al concepto de cambio.
Para que no quepan dudas: cualquier semejanza o paralelismo con la realidad argentina... queda por cuenta del lector...
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