Viernes, 7 de noviembre de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Juan Carlos Martínez *
¿Qué dirá el Santo Padre, que vive en Roma, que están degollando a sus palomas?
Violeta Parra
Una de las principales fuentes a la que acudían familiares de las víctimas del terrorismo de Estado en demanda de ayuda fue la Iglesia Católica.
Es público y notorio que los hombres de la milenaria institución, desde el Papa para abajo, reunieron abundante información acerca de la tragedia que entonces vivían en la Argentina miles y miles de personas.
Incluso muchos de sus integrantes actuaron como brazo espiritual de la sangrienta represión, unos bendiciendo a los asesinos y apropiadores de niños, otros llenando fichas con los datos de las víctimas como verdaderos agentes de espionaje y el resto aportando su estruendoso silencio.
Los pocos que no se sumaron a la complicidad fueron marginados, perseguidos o asesinados.
La verdad histórica obliga a recordar que el actual papa Francisco, nuestro conocido Jorge Bergoglio, estuvo más cerca de los victimarios que de las víctimas. Como estuvo institucionalmente la Iglesia en capítulos similares ocurridos en Europa con el nazismo, el fascismo y el franquismo, sólo para mencionar a los más trascendentes.
“¿De qué no se enteró Bergoglio, si el primer centro de detención del circuito de La Plata era la Comisaría Quinta, que estaba enfrente del principal Magisterio, con las visitas de Christian von Wernich a los detenidos?”, sostuvo Estela de la Cuadra, hija de Licha de la Cuadra (una de las fundadoras de Abuelas) y tía de Ana Libertad, la última de las nietas recuperadas.
Cuando Bergoglio se convirtió en Papa se generaron algunas expectativas sobre la posibilidad de que el Vaticano decidiera romper el silencio que mantiene desde hace treinta y ocho años y se aviniera a entregar los archivos que guarda bajo siete llaves.
No fueron pocas las personas que expresaron su confianza en la tan postergada decisión de la Iglesia Católica ni los que creyeron que con la llegada del nuevo Papa la luz de la verdad iluminaría las sombras de la mentira y el ocultamiento.
El desencanto de los que creyeron se hace cada vez más evidente: a más de un año y medio de su asunción Francisco todavía no ha encontrado las llaves de los archivos.
Sin embargo, la Comisión Episcopal de la Pastoral Social que preside el obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano, acaba de hacer público un documento en el que exhorta a los católicos a proporcionar los datos que tengan sobre el robo de bebés.
“Hay cerca de 400 familias que buscan a sus nietos apropiados durante la época del terrorismo de Estado”, dice el documento en uno de sus sorprendentes párrafos.
La sorpresa no termina ahí. En otra parte, el escrito firmado por Lozano sostiene que “ha habido una red de silencio y complicidad que ha mantenido amordazada la verdad acerca de los bebés, ahora jóvenes adultos”.
Y, por si fuera poco, agrega: “Se nos mantiene escondida una verdad que no nos merecemos como comunidad nacional. No fueron niños abandonados al nacer o sin parientes. Fueron sustraídos, podemos decir arrancados, a su mamá y al resto de la familia”.
El final del documento es todo un canto al doble discurso, a la doble moral. “La moral no es solamente mentir; esconder la verdad o callarla también es inmoral”, concluye el documento de la Comisión Episcopal.
Dirigir el reclamo a los católicos (destinatarios innominados) es una forma sutil de desviar la responsabilidad que tiene la Iglesia como institución en el ocultamiento de todo cuanto sabe acerca del destino de los centenares de chicos robados.
La ambigüedad del lenguaje pretende desligar a la máxima autoridad de la Iglesia –el Papa– de la obligación ética, moral y humana que tiene Francisco de responder al extemporáneo reclamo de la Comisión Episcopal.
El interrogante queda abierto: ¿qué dirá el Santo Padre que vive en Roma..?
* Periodista.
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