EL PAíS › UN JUEZ QUE SE JACTABA DE ACORDAR CON MENEM

El que entró por la ventana

 Por Irina Hauser

Adolfo Vázquez llegó a la Corte Suprema en diciembre de 1995 haciendo gala de una de sus mayores habilidades: la de articular frases estruendosas, de esas que quedan para la posteridad. “Evidentemente, Carlos Menem no va a poner (en la Corte) a una persona que no esté de acuerdo con él”, se jactó con desparpajo para justificar que su amistad confesa con el riojano no podía ser un impedimento para que lo nombraran en el alto tribunal. De fuertes vínculos con las Fuerzas Armadas y militante peronista desde los años ‘50, Vázquez llegó a la toga cortesana casi por la ventana, cuando el Senado aprobó su pliego sin cumplir con los plazos para la presentación de impugnaciones. Su desembarco completó la mayoría automática que quedó despedazada este año.
Suele vestir trajes grises con terminaciones impecables y mostrarse como un obsesivo de los buenos modales y los gestos de cortesía para con las damas. Tiene, de todos modos, una faceta irascible, protestona. Es, en la Corte, el hombre de los exabruptos, capaz de romper la solemnidad de las reuniones de acuerdo con pases de factura a sus colegas o quejas contra el poder político, que desde 2002 lo empuja hacia el banquillo. El año pasado, fue el único que se presentó personalmente a declarar durante el juicio político a toda la Corte; allí acusó de motorizar su remoción a “un sector de la izquierda al que no le gusta la propiedad privada” (eran tiempos de corralito) y a los diputados de “dictadores políticos”.
A Menem, contaba Vázquez en un reportaje con la revista Caras, lo conoció en la campaña política del ‘73. “El era candidato a la gobernación de La Rioja y yo militaba en el peronismo, era de la línea del doctor Raúl Matera”, rememoraba el supremo. Estuvo muy cerca del caudillo cuando llegó a la Presidencia, encargándose de organizarle los banquetes con las Fuerzas Armadas. Antes lo había asesorado en materia de defensa.
Llevaba once años como juez cuando el ex presidente lo promovió para integrar la Corte. Tenía una historia en la Justicia: Raúl Alfonsín lo había nombrado en 1984 juez en lo civil y comercial, a propuesta de Vicente Saadi y, cinco años más tarde, ascendió a camarista. Cuando lo tocó la varita suprema, el radicalismo hizo cuanta denuncia pudo para impedir su nombramiento. Contaron, entre otras cosas, que se había graduado como abogado con 4 de promedio y que durante la dictadura, con Jorge Rafael Videla en el gobierno de facto, había sido representante del Banade y gerente de la comisión de grandes obras mesopotámicas.
El oficialismo hizo malabares y un 7 de diciembre aprobó el pliego, a pesar de que estaba a estudio de la comisión y no se habían cumplido los siete días para plantear impugnaciones. Es que el día 10, con el recambio electoral, podía perder la mayoría calificada (dos tercios). Por aquellos tiempos también se supo que Vázquez había asesorado en las sombras a la jueza María Servini de Cubría en la censura a Tato Bores, que la invocaba en su programa, y cuando instruía la causa del Narcogate, que involucraba a Amira Yoma. También se hablaba de su vínculo con Alfredo Yabrán.
Hay quienes dicen que, en el fondo, Vázquez siempre quiso ser político. Como sea, aún desde la Justicia siempre se las ingenió –para bien o para mal– para hacerse notar. Al asumir en la Corte, en el lugar que había dejado Ricardo Levene, echó a todos los empleados anteriores. Se denunció a sí mismo, a raíz de las publicaciones que lo implicaban en un pedido de coima. En el máximo tribunal acompañó los fallos que contribuyeron al desguace del Estado, mientras celebraba a viva voz la política económica del menemismo. Durante la investigación por el atentado a la Embajada de Israel deslizó la teoría de que integrantes de la comunidad judía pudieron haber tenido participación y terminó desplazado de la causa. A pesar de que su amistad con Menem lo obligaba a excusarse, firmó el fallo que le devolvió la libertad en la causa armas. Y el año pasado le prometió al obispo castrense que la Corte ratificaría la constitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. En estos días, cuentan en la Corte, se lo ve desanimado y quejándose en soledad. A sus colegas les dijo que no renunciará, pero no le creen del todo, creen que resistirá sólo un tiempo.

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