Lunes, 25 de mayo de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
Se ha hablado mucho y de manera insistente del “círculo rojo” aparentemente constituido por personajes que desconfían de los resultados de las urnas y, desde las sombras, pretenden influir en la vida política mediante presiones y extorsiones en favor de sus intereses. No me consta la existencia del “círculo”, ni si es apropiado el nombre que se le asigna. Tampoco podría identificar a sus integrantes, aunque no sería difícil deducir quiénes son eventuales candidatos a participar de esa supuesta organización conspirativa. No hay duda de que existe. Y es fácil comprender el sentido que le atribuyen quienes, intentando ponerle transparencia a la vida política y ciudadana, advierten y denuncian las operaciones secretas.
Integrantes o no del “círculo rojo”, es a toda vista una realidad que representantes del poder económico quieren ejercer presión para conformar, de cualquier forma, una alianza que se oponga al actual gobierno y que impida la continuidad del Frente para la Victoria. No importa que tengan o no ideas en común, sus coincidencias pasan por el espanto ante el kirchnerismo. Intentan reeditar lo ocurrido en el 2013, aunque encuentran el obstáculo evidente de que en las elecciones que se avecinan se disputan cargos ejecutivos, comenzando por la Presidencia, y en estas circunstancias el ciudadano razona más su voto, analiza los pro y los contra, hace balance y, sobre todo, trata de cuidar lo logrado. La versión de los voceros periodísticos de “la militancia contra” es que “la gente” no razona y, falta decir “lamentablemente”, la economía está mejor. Así es más difícil inclinar la balanza en contra del Gobierno sólo con apelaciones al sentimiento o los golpes de efecto, que es todo lo que tiene la oposición conservadora que no logra (no quiere, no puede, es incapaz... da lo mismo) articular ideas y propuestas.
El intento de reeditar el armado mediático del “grupo A” con todos los opositores no funcionó en su momento. Se diluyó por las contradicciones internas, las peleas y, sobre todo, por la falta de una idea articuladora, una propuesta de país. Quedó demostrado que “estar en contra” no constituye, por sí mismo, ninguna propuesta. Aunque pueda servir coyunturalmente para agrupar. Las verdaderas alianzas políticas no son meramente electorales. Necesitan tiempo, perseverancia y, sobre todo, legitimidad política.
Los representantes de los grupos de poder quieren, de todos modos, a Macri y a Massa bajo el mismo paraguas. Entienden que ésa es la única alternativa para derrotar al Frente para la Victoria. Mandan mensajes, hablan directamente y presionan. ¿Cómo? Usando el poder del dinero, quitando los respaldos económicos para las campañas y amenazando con “bajar” a quien se resista. Suman, para este fin, el poder de los medios de comunicación que controlan o son aliados, pero que en ambos casos obran como poderoso brazo mediático de los mismos intereses. Mandan a sus columnistas estrella a escribirles el guión a los candidatos advirtiendo que la desobediencia los hará caer en desgracia. Basta leer, ver y escuchar la “cadena nacional de medios privados”.
Como en la timba, esos emperadores que descreen de la democracia y que desconfían del voto ciudadano hacen sus apuestas, juegan su dinero en contra del Gobierno. Pero, con sentido mafioso, no están dispuestos a perder. Los quieren juntos y están decididos a ejercer todo su poder para lograrlo. En estos días tiran sus cartas definitivas. Paradójicamente, el mayor obstáculo lo representan hoy por hoy los candidatos sobrevivientes, los que ellos mismos ayudaron a construir después de descartar segundas líneas. Macri se sabe ganador en cualquier interna y no está dispuesto a ceder terreno. Sus asesores le aseguran que su única posibilidad de victoria es profundizando su discurso opositor. Se trata de decir que no a casi todo, sin debatir nada, sin comprometerse tampoco a nada ni presentar un proyecto. No es necesario, dicen. Basta con estar en contra para capitalizar de esta forma “la bronca” y el “rechazo” de “la gente” (no hablan de ciudadanos) contra el Gobierno. La apuesta (seguimos con la timba) es a que Massa finalmente se baje (o lo tiren) para unificar todo el voto opositor.
El hombre de Tigre se siente traicionado y hasta pierde el rictus de la sonrisa permanente que sus publicistas le fabricaron para la campaña. En un momento consideró que había sido tocado por la varita mágica del poder. Pero los números no le favorecen. “El cambio justo” no les sirve ni a unos ni a otros. Y aunque sabe que no llega, que los números no le dan, extorsiona con la idea de que en una eventual segunda vuelta en la que él ya no juegue, gran parte de los votos peronistas que lo acompañan podrían estar más cerca de Scioli que de Macri. Ese es su único argumento. Para salir de la encrucijada amenaza a los radicales con romper acuerdos locales o provinciales de los que participan tanto la UCR, como el PRO y el FR y en los cuales los principales beneficiados serían los radicales para retener espacios de poder.
Es un juego de fuerzas que puede extenderse hasta último momento antes de presentar los candidatos y las listas. Pero aquellos que quieren “que esto se termine” (sean o no del “círculo rojo”) parecen estar dispuestos a invertir pero no a timbear su dinero. No quieren correr riesgos. Y por ahora Macri corre con mejores chances que Massa. Aunque no vale hacer números... está claro que es una “inversión” que rinde más. Y para el “círculo rojo” la política poco tiene que ver con el bien común y sólo importa si está en función de mayor dinero para sus propios bolsillos.
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