EL PAíS › CRECEN LAS DEPORTACIONES Y LAS DIFICULTADES PARA LOS QUE INTENTAN EMIGRAR
La fuga es un camino cubierto de piedras
En los últimos meses, las cifras de los argentinos deportados desde Estados Unidos crecieron un 95 por ciento. La oleada de emigrantes hacia el Primer Mundo se topa con obstáculos cada vez más duros. Trabajo legal y papeles son casi inalcanzables. Israel, la excepción.
Por Raúl Kollmann
–Su esposa, ¿de qué lado duerme?
–Bueno...
–¿Se levanta de noche habitualmente? ¿Qué bebidas coloca en la puerta de la heladera? ¿De qué color es su cepillo de dientes?
–¿El cepillo? Esteeeeee...
El diálogo, entre un representante de la Dirección de Migraciones de Miami y un argentino casado por algunos miles de dólares con una cubana, puede terminar abruptamente. Si el interrogatorio al que son sometidos por separado tanto él como su esposa no muestra un conocimiento propio de un matrimonio real, el inmigrante parte hacia el aeropuerto, deportado. Al igual que los que son descubiertos con su visa de turista vencida o trabajando en forma irregular. En los últimos meses, las cifras de los argentinos deportados desde Estados Unidos crecieron un 95 por ciento (ver aparte). Es apenas uno de los tantos golpes que se dan los que en estos meses protagonizan la huida masiva. Quienes deciden partir muchas veces no son conscientes de que en el mundo desarrollado –Estados Unidos, Canadá, España, Italia– los argentinos no son bienvenidos. Aquí se detallan los obstáculos que tapizan el camino hacia el Primer Mundo.
Canadá es un país hospitalario. Está interesado en recibir argentinos, pero –claro– con algunas condiciones. Por ejemplo, necesitan gente que vaya al estado de Manitoba, más precisamente a la ciudad de Winnipeg, donde hace un frío parecido al de Alaska. Se deben pagar 660 dólares –que no devuelven– para iniciar el trámite y llenando el formulario se propone como candidato a ir para allá.
El sistema de aceptación es por puntos. Uno suma unidades de acuerdo a la profesión, la juventud, el conocimiento de idiomas, nivel de formación, la experiencia laboral y otros elementos de currículum. Se necesitan 80 puntos –nada fáciles de sumar–, pero para ir a Manitoba hay que reunir bastantes unidades menos.
Eso sí, la recomendación de los expertos es no llenar el formulario antes de consultar bien con algún canadiense amigo, un argentino que ya haya ido o alguien que esté de su lado. Por ejemplo, si uno dice que es médico, casi no suma puntos porque ellos tienen médicos en abundancia. Pero si pone que es enfermero, ahí sí que le va bien: necesitan enfermeros. Es muy posible que tenga que trabajar de enfermero un tiempo –un año o dos– hasta que consigue su lugarcito de médico, pero esas son las reglas del juego. Uno debe ser lo que ellos necesitan.
Un contratito de trabajo
Para conseguir la residencia, por ejemplo en Estados Unidos, hay que tener un contrato de trabajo. Pero según la mayoría de los expertos, sólo podrían conseguir algo así un jugador de futbol que sea más o menos de la talla de Maradona, un científico de gran nivel, algún artista que les interese o Mandrake.
El empleador que va a otorgar el contrato al argentino inmigrante debe presentarse en la Secretaría de Trabajo y explicar inicialmente por qué quiere contratar a alguien venido de tan lejos en lugar de a un norteamericano. No sólo lo debe explicar: tiene que mostrar avisos en los diarios en los que pide a alguien para ese empleo. Se debe también comprobar que los norteamericanos que se presentaron no eran aptos y por qué. Después de tantas torturas, el contrato se gira a la Dirección de Migraciones donde el trámite tardaba, antes de los atentados del 11 de septiembre, entre cinco y seis meses. Ahora tarda mucho más.
En una palabra, se necesita un empleador héroe, dispuesto a saltar todos los obstáculos y listo para esperar a su flamante empleado cerca de un año. Como es lógico, lo habitual es que el primer paso sea un viaje como turista, conseguir el empleo, convencer al empleador y después volverse a la Argentina a esperar que algo de eso funcione. Un dato: lo habitual es que la visa de turista –ahora ya no se entra sin visa– permita quedarse 90 días. Si uno se pasa un solo día, por tres años no puede gestionar visa de ningún tipo.
Diego Melamed, quien está a punto de publicar un profundo estudio sobre la emigración –Irse, Cómo y por qué los argentinos se van del país, de Editorial Sudamericana–, relata la contradictoria vida de la enorme cantidad de argentinos que están como ilegales en Miami: “uno no puede acceder al crédito ni a la salud pública y, para colmo, tampoco se puede ir de Estados Unidos porque sabe que no vuelve a entrar. En una palabra, uno está preso en el país que se supone es cuna de la libertad. Entonces, por ejemplo, aparecen las clínicas armadas principalmente por colombianos para atender a los ilegales y todo un circuito destinado a la gente que no tiene papeles. Algunos, que hicieron la experiencia de casarse con una cubana a cambio de dinero, consiguieron la residencia, pero si encontraron un buen trabajo al tiempo la mujer vuelve por más plata y amenaza con divorciarse, lo que obviamente significa la expulsión del país.
“Al mismo tiempo –contrasta Melamed–, si consigue incluso un mal trabajo y le puede mandar a su familia 300 dólares por mes, eso ahora son más de 600 pesos, o sea un sueldo en la Argentina.”
La madre patria
España es, sin duda, el país al que más argentinos quieren ir. Después siguen Italia y Estados Unidos, casi al mismo nivel, después Australia y Canadá, México e Israel, especialmente para integrantes de la comunidad judía.
Hace un año, España no veía con malos ojos la llegada de argentinos, sobre todo jóvenes: la población de la madre patria es vieja en edad y las cuentas de las jubilaciones no cierran. Por lo tanto, no les venían mal jóvenes que trabajen y aporten a la seguridad social. Sin embargo, ni bien corrieron vientos de recesión, el gobierno de centroderecha del Partido Popular puso en marcha la Ley de Extranjería, que convierte la emigración en una cuestión policial.
Ahora, entonces, el proceso se parece al norteamericano, pero es aún peor. Hay que conseguir un contrato de trabajo, explicar por qué el puesto de trabajo va para un argentino y no para un español y después esperar que el trámite siga su curso. Pronóstico actual de ese trámite, un año. Eso significa, en otras palabras, que se requiere de un vínculo especial con el empleador ya que tendrá que hacer todos los trámites y encima esperar al trabajador más de un año. Imposible. A diferencia de Estados Unidos, la variante de casarse con un español o española –obviamente hay que conseguirse ese cónyuge– no lleva después a interrogatorios o verificaciones serias.
Como ya todo el mundo sabe, lo mejor es tener padres o abuelos de origen español o italiano que a uno le abran las puertas a obtener la ciudadanía. Las colas en los consulados hablan a las claras de que ese es el mejor camino, aunque la demanda multitudinaria hace que los trámites y plazos se conviertan en eternos.
Con plata es otra cosa
Prácticamente todos los especialistas coinciden que una persona de clase media, con unos 100.000 dólares, no tendrá demasiados problemas en instalarse, por ejemplo en los Estados Unidos o Europa. El concepto es que no va a pedir trabajo, sino que le dará trabajo a otros.
Bajo esa premisa, florecen negocios. Hay abogados que por unos 4000 dólares arman una empresa de servicios de un profesional: eso tornarelativamente fácil conseguir la residencia. Eso sí, todos los años se debe demostrar que la empresa funciona, que se pagan impuestos. En general, lo que se hace es usar esa modalidad como base de sustentación para conseguir trabajo y, mientras se trabaja en un lado, se van pagando los impuestos de la empresa creada artificialmente. La misma estrategia suele funcionar en España y en casi cualquier país.
Reunificación familiar
Aunque en principio los estados y gobiernos hablan mucho de que la familia es la base de la sociedad, lo cierto es que la reunificación familiar no es tan fácil. Por ejemplo, un argentino que vive en Estados Unidos y realiza el trámite para llamar a su hermano, es decir para que vaya a vivir al país del Norte, requiere de mucha paciencia: la aceptación puede tardar incluso más de diez años. Una madre que “llama” a su hijo, puede tardar de tres a cuatro años. Si la madre está enferma, tal vez los tiempos se aceleren, pero suele ocurrir que más bien le otorgan una visa de turista por seis meses –no por tres– al hijo.
El concepto de reunificación también está presente en la actitud de Israel respecto de los integrantes de la comunidad judía que quieran vivir en aquel país. La constitución israelí, justamente sustentando la reunificación del pueblo judío, obliga al Estado a ayudar a cualquier judío dispuesto a volver a la tierra prometida.
En términos concretos, esto significa que Israel paga los pasajes, una parte del envío de los enseres domésticos, hay un aporte de unos 4.000 dólares a lo largo del primer año de residencia del inmigrante en Israel, se le da un curso intensivo y gratuito de hebreo durante cinco meses y además se brinda un alojamiento subvencionado durante los dos meses iniciales: en un llamado centro de absorción, donde se pagan únicamente la luz, el agua y el gas. Por último, existe un crédito que hasta el momento era de 12.500 dólares y que para los argentinos sería ahora de 20.000, que en caso de que el inmigrante termine quedándose más de tres años se convierte en subvención: es decir, no se pagan más las cuotas.
A raíz de la crisis argentina, Israel mejoró las condiciones para que los judíos argentinos se radiquen allí e incluso está previsto que en las próximas semanas lleguen al país varios intendentes de ciudades israelíes para promocionar la instalación de argentinos. Oficialmente, la embajada israelí en Buenos Aires sostiene que no hay una masiva emigración de argentinos. “En el 2001 viajaron unos 1500 y tal vez en el 2002 se llegue a 2500. La prueba es que no hay colas en nuestra embajada ni en la agencia que se ocupa de la cuestión”, le dijo a Página/12 un alto funcionario de la misión diplomática israelí. Otras fuentes sugieren que la cifra del 2002 podría trepar a los 5000 emigrantes hacia Israel.
El corralito y las penas
En su libro Irse, Melamed precisa que el corralito se ha convertido también en una enorme traba para emigrar. Quien quiere irse a vivir afuera puede, por ejemplo, vender su vivienda, pero el corralito le impide sacar el dinero del país. “Hay 5.000 trámites iniciados desde diciembre en el Banco Central acogiéndose a una excepción planteada en las normas que establecieron el corralito. En otras palabras, el que prueba que se va a vivir al exterior tiene derecho a sacar el dinero. Que se sepa, por ahora, de esos 5.000 trámites ninguno obtuvo respuesta”, revela Melamed.
Todos los especialistas que están trabajando con emigrantes tanto aquí como en los lugares de destino coinciden en que la experiencia es durísima. “Todos se pasan horas delante de la computadora con la camarita intercambiándose palabras e imágenes con familiares y amigos. Ninguno deja de escuchar los partidos los domingos a través de la radio en Internet yobviamente viven con melancolía el cambio de país”, señala el responsable de una agencia norteamericana que ayuda a emigrantes.
“Yo tengo la sensación de que hay un voto-valija –redondea Melamed–. En el 83 la gente votaba esperanzada, después se fue decepcionando y se terminó en el llamado voto-bronca, anulado o en blanco. Ahora se llega a esta nueva etapa, el voto-valija, tal vez sin pensar lo suficiente en que nosotros mismos forjamos todo esto con nuestros apoyos y rechazos.”
Sea como fuere, el principal consejo que dan los especialistas al que estalla con el “me voy ya” se lo tome con calma. Que no vaya a consulados ni llene formularios. El proceso de preparación es clave y previamente hay que averiguar, navegar por sitios de Internet que sean ser amigables, contactarse con los grupos de argentinos que ya emigraron al lugar que se apunta y buscar amparo en quienes pueden dar una orientación práctica y precisa. La aldea global no existe. El mundo es inhóspito, ahora especialmente para argentinos.