Martes, 11 de agosto de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
En la provincia de Buenos Aires no hay ballottage. Por eso, salvo en el escenario improbable de que María Eugenia Vidal (29,4 por ciento) pulverice a Felipe Solá (19,5 por ciento) o viceversa, la consagración de Aníbal Fernández como el candidato del Frente para la Victoria, que sumó 40 por ciento, puede convertirlo en gobernador electo el 25 de octubre. Si ya sobrevivió a una acusación furibunda y a la interna peronista más cruda desde 1988, solo un fenómeno muy extraño parecería capaz de sacarlo de en medio. Al menos en los papeles le bastaría con una campaña tradicional y sin fisuras internas y con un buen desempeño de Daniel Scioli como locomotora de la boleta oficialista.
La candidatura del jefe de Gabinete encierra como pocas cosas en los últimos tiempos las múltiples caras de la política, esa maravilla donde hay lugar para lo probable pero nunca para lo seguro.
Fue, en principio, un acto de la voluntad. Ya que no medía lo suficiente como candidato a Presidente, Aníbal se bajó y se anotó entre los precandidatos a gobernador para llegar a un cargo que ambicionó siempre y que, calculó, esta vez podría no serle esquivo.
Haber llegado a la competencia de ayer tuvo una enorme cuota de azar. Si Florencio Randazzo hubiera aceptado ser el candidato del FpV en Buenos Aires cuando se bajó de la postulación a la presidencia después de la nominación de Carlos Zannini, adiós PASO para definir candidato a gobernador. Todos atrás de Randazzo y a buscar un lugarcito en alguna lista. Pero no sucedió.
La ventaja de 153 mil votos por sobre Julián Domínguez y Fernando Espinoza desafió una vez más el estereotipo de que en Buenos Aires solo gana quien controla el grueso del aparato. Fernández no lo tuvo con él. La alianza entre el ex ministro de Agricultura y el jefe territorial de La Matanza hizo que la mayor parte del poderoso PJ matancero trabajara para la fórmula Domínguez-Espinoza. En un principio también lo hicieron casi todos los intendentes del conurbano.
Al mismo tiempo el resultado desafió la idea de que la palabra “aparato” en política debe entenderse solo como una constelación de punteros, gente siempre igual a sí misma y con virtudes patrimoniales sobre el voto popular.
El jefe de Gabinete fue construyendo también su dispositivo. Lo hizo con materiales disímiles. Muchos análisis previos sobre el carácter definitorio de La Matanza no tuvieron en cuenta, por ejemplo, la presencia de la Unión Obrera de la Construcción, que llevaba un candidato de oposición, Heraldo Cayuqueo, contra la fernandista Verónica Magario. Tampoco consideraron que el diputado Carlos Gdansky, secretario de la Confederación General del Trabajo del mayor distrito peronista del país, fue uno de los apoyos de Fernández. En un estilo que se repitió en los distritos con jefes más hostiles la maquinaria de propaganda y fiscalización de Fernández-Sabbatella incluyó militantes desgajados del grueso del aparato, miembros de la CGT y la CTA, de Nuevo Encuentro y del Movimiento Evita. Función de ellos resultó evitar, el domingo, la parálisis de los fiscales propios ante una psicosis del fraude y la reacción ante los casos de robo y rotura de boletas. Antes, como recordó el domingo el director electoral Alejandro Tullio, las cosas se arreglaban si el fiscal cumplía con el consejo que le dieron a él mismo en 1983 en el alfonsinismo: “Pibe, vos cada cinco electores entrá, fijate si hay boletas y reponé”. Tal vez la introducción del pago por fiscalizar le quitó a la función su impronta militante y fue degradando la preparación de los fiscales.
De todos modos, ninguna matufia fue tan masiva y sistemática como para cambiar el resultado ni de las PASO generales ni de la interna a gobernador. En el conurbano, Domínguez-Espinoza solo consiguieron ganar en dos distritos, Matanza y Ezeiza. También les jugó en contra el trabajo de La Cámpora, que puso todo su esfuerzo en el triunfo de sus propios candidatos en Lanús y Moreno y ayudó a la derrota de Raúl Othacehé en Merlo y de Darío Giustozzi en Almirante Brown. Othacehé y Giustozzi habían apostado a Domínguez.
Aun sin el grueso del aparato a su favor, Fernández y Sabbatella aprovecharon su conocimiento del Gran Buenos Aires. Aníbal tiene el pulso del territorio después de una carrera política que abarcó el Senado provincial, la intendencia de Quilmes, el Ministerio de Trabajo de Buenos Aires, el Senado nacional y su participación como ministro de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Pero Sabbatella es otro conocedor de la zona. La historia más contada de los últimos tiempos fue su papel como opositor a la fórmula del kirchnerismo en las elecciones de 2009, cuando el propio Néstor Kirchner perdió ante Francisco de Narváez. Tuvo menos peso en las narraciones el hecho de que Sabbatella, como fenómeno político en Morón, surgió por oposición a dos jefes distritales. Uno era el antiguo simpatizante de la Triple A Juan Carlos Rousselot. El otro, nada menos que el senador provincial Horacio Román, empresario de farmacias y droguerías, presidente de la bicameral de Seguridad y figura decisiva entre los altos oficiales de la Maldita Policía, como quedó bautizada la Bonaerense durante la jefatura del comisario Pedro Klodzyck.
Una tendencia de las últimas dos semanas antes del domingo es que, atentos a las encuestas de intención de voto, muchos de los jefes peronistas del conurbano fueron variando de posición. Pasaron de un apoyo sin fisuras a Domínguez-Espinoza a la equidistancia y en algunos casos apostaron a las dos puntas, siempre teniendo en cuenta, claro, que en la cabeza de boletas que llegaron al metro de largo estaba Scioli. El más transparente resultó Julio Pereyra, de Florencio Varela, que fue a los dos actos de cierre, el de Domínguez y el de Fernández, y encima revalidó su mandato en el distrito contra tres fórmulas. Otros simbolizaron su posición giratoria desde Domínguez hacia Fernández mediante el reparto de boletas de una y otra fórmula. De paso: ¿no habrá que revisar de una vez por todas la verdad aparente según la cual siempre los votantes entran al cuarto oscuro con la boleta que recibieron en la calle o debajo de su puerta?
Es imposible calcular cuánto pudo desgastar a la fórmula Fernández-Sabbatella el ataque feroz que quiso convertir al jefe de Gabinete en un victimario tal como ya había sucedido con el Gobierno entero tras la muerte del fiscal Alberto Nisman en enero último. Lo cierto es que, a la vista de los números finales, si ejerció alguna influencia no fue letal, y hasta habría que ver si la sobreactuación posterior al programa de Canal 13 no pudo haber reforzado votos para Fernández.
Pero hay un elemento aún más interesante que medir el valor de las bombas de último momento sobre las PASO. A raíz de la posición de Fernández-Sabbatella favorable a combatir el narcotráfico sin hacer base en la criminalización del consumo, el tema se convirtió en un asunto de campaña. Polemizaron con él Felipe Solá desde el Frente Renovador y los propios Domínguez y Espinoza desde el Frente para la Victoria. Si en un punto tan complejo triunfó la candidatura con un enfoque no punitivista, también podría haber un indicador de que los candidatos no deberían seguir automáticamente como carta victoriosa al que, suponen, es el pensamiento dominante.
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