Viernes, 27 de noviembre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Carlos H. Acuña *
En medio de la primera victoria electoral de un partido conservador en la historia democrática argentina (un “partido pro-mercado y pro-negocios”, Macri dixit en ArgenLeaks), hay dos grandes paradojas cuyo reconocimiento ayuda a pensar futuros posibles para la política en nuestra sociedad. La primera es que el kirchnerismo, colocando sistemática y estratégicamente a Macri como su “sparring” preferido, apuntó por más de una década a construir el escenario electoral del 22 de noviembre, en el que dos grandes bloques de agregación política reordenasen el sistema partidario para, producido el reordenamiento, quedar como una fuerza electoralmente dominante y progresista. La “transversalidad” era, obviamente, una herramienta clave en esta construcción. Sin embargo, y recordando el cuento del escorpión y la rana, se cerró en sí mismo, debilitando importantes lazos con sectores no peronistas así como dentro del propio peronismo. La paradoja es que el kirchnerismo logró su objetivo de colocar a Macri como su “contra-opción”, aunque al subir al ring lo hizo con pies de barro (por diversas razones, que van desde la complicación de condiciones internacionales, medios periodísticos con sistemática y destructiva manipulación pública, limitaciones institucionales al momento de seleccionar candidatos, hasta su propio accionar muchas veces rígido e intolerante; cada uno asignará diversa relevancia a gusto y piacere).
En este contexto, la consideración de futuros escenarios políticos demanda reconocer la posibilidad de que se dé una segunda paradoja a partir de esta victoria electoral: que Macri –inesperadamente victorioso en el ring en el que en gran medida lo colocó el kirchnerismo como principal contrincante– recupere la lógica de construcción política “transversal” y no sólo apunte para gobernar a la forja de acuerdos o la división de opositores, sino también a la incorporación de aliados y hasta de algunos opositores, en un nuevo “movimiento partidario” que persiga sostenerse en el gobierno no por medio de victorias en segundas vueltas, sino en primeras. Peronistas y radicales que ya se incorporaron al partido de Macri en este sentido dejarían de ser figuras excepcionales y localistas para tornarse un patrón desafiante al resto de los partidos (como en su momento resultó la “transversalidad” de Néstor). Para esto Macri necesitaría mucho pragmatismo y cintura (y, a la Maquiavelo, “buona fortuna”, sobre todo en el manejo de la cuestión económica el primer año de gobierno), atributos que –como me hicieron notar dos amigos hace unos días– quizás esta nueva generación conservadora tiene, dado que no los atan muchas de las restricciones y prejuicios que, por ejemplo, sí cruzaban a la UCeDé. Conclusión: es verdad que el gobierno del PRO puede confirmar la sospecha generalizada entre los vencidos y actuar como mero agente de los ricos, el capital concentrado y el pensamiento de derecha más recalcitrante que pulula en la sociedad. Pero también existe otro escenario potencial y paradójico: aquel en el que el PRO se maneje con una “tranversalidad” que apunte a retomar el rearmado partidario que intentó el kirchnerismo, aunque ahora desde el lado conservador de la balanza. Por supuesto, este escenario es el que más se acercaría a una “revolución conservadora”, tanto por su carácter de origen electoralmente democrático, como porque sería lo más cercano a la posibilidad de que las clases propietarias –como nunca pasó en los últimos cien años de la Argentina–, cuenten con la capacidad de proyectar de manera creíble para la mayoría, que sus intereses coinciden con los del conjunto social. En definitiva, este escenario sugiere la posibilidad de que esta victoria constituya el primer paso de una verdadera revolución conservadora porque le brindaría a las clases económicamente dominantes traducir su poder económico en hegemonía a la Gramsci. Por supuesto sabemos que el futuro casi nunca está escrito: los conservadores en el gobierno podrían mostrarse poco pragmáticos y confirmarse como meros agentes de intereses angostos, egoístas y minoritarios; o los grupos populares amenazados por el nuevo gobierno podrían mostrar, como tantas veces en la historia argentina, la capacidad de resistir, vetar políticas y desmantelar estrategias de construcción de hegemonía. Más allá de ello, si la primera ley de hierro de la política argentina era “en elecciones libres gana el peronismo” y la rompió Alfonsín en 1983, lo que sucedió este domingo rompe la segunda ley de hierro de la política argentina, esa que decía “en Argentina está fuera de lo posible que fuerzas conservadoras puedan acceder al gobierno con legitimidad democrática propia”. Esto el domingo dejó de ser imposible, lo que ya constituye una revolución política. Si además desemboca en una revolución conservadora está por verse (aunque a partir del domingo tampoco es imposible). Aunque celebro el fortalecimiento democrático que conlleva cada reiteración de elecciones transparentes y pacíficas, qué domingo de mierda, ¿no?
* Unsam-UBA/Conicet.
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