Lunes, 18 de enero de 2016 | Hoy
EL PAíS › EL FUTURO DEL PROYECTO NACIONAL Y POPULAR; LA RESISTENCIA ANTE LA RESTAURACIóN NEOLIBERAL
Opinión
Por Mempo Giardinelli
En los últimos años nos acostumbramos a la promocionada idea de “grieta” como parteaguas de la sociedad argentina, supuestamente responsabilidad canalla del kirchnerismo. Los mentimedios bombardearon al país con eje en la prédica corrosiva de Radio Mitre, TN y otros instrumentos ideológicos de quienes lograron finalmente acceder al poder, y ahí están, estos días, borrando una por una sus mentiras electorales.
La grieta, en realidad, ni era kirchnerista ni era algo nuevo en la Argentina, que siempre fue, desde los inicios como nación hace 200 años, una sociedad muy compleja, dinámica, conflictiva y conflictuada, siempre en pugna. Cierto que con enormes virtudes y extraordinarios recursos naturales, pero también con gravísimas taras históricas que no se han podido superar. Dos de ellas: el comportamiento irracional de las burguesías urbanas acomodadas, en general poco y mal educadas, de maciza ignorancia y casi nulo espíritu solidario por un lado. Y por el otro el comportamiento irregular de vastos sectores marginales con demasiado resentimiento y también muchísima ignorancia.
Si se observa el abismo histórico entre ambas grandes franjas, se ve, primero, que esa grieta es parte constitutiva, y desdichada, de la vida nacional. Lo que también sirve para explicar la decadencia de las relaciones comunitarias en las últimas décadas, y para desmentir la estúpida nostalgia que suelen sentir los sectores privilegiados, que añoran una Argentina supuestamente desarrollada y de gran poder económico durante la primera mitad del Siglo XX. Lo cual es otra mentira promocionada por los mismos mentimedios, pues la verdad es que la Argentina de casi todo el Siglo XX fue un país muy injusto e inequitativo.
Entre 2003 y 2015, cuando se acusó alevosamente al kirchnerismo de provocar una supuesta grieta acerca de la cual se dijeron tantas idioteces, en realidad este país vivió su mejor presente en materia de equidad social, igualdades internas y autonomías soberanas. Cierto que el kirchnerismo, y sobre todo en los últimos cuatro años, cometió errores garrafales y necedades políticas que hoy se pagan carísimo. Cierto que hubo oídos cerrados a las advertencias y pedidos que muchos hicimos, pero el balance de 12 años de kirchnerismo sigue siendo positivo y es lo que explica la todavía serena esperanza de una ciudadanía que espera respuestas que no llegan y que son ya urgentes. Tanto como el surgimiento de nuevas dirigencias que reanuden lo mejor de esa gesta maravillosa e imperfecta. Por eso esta columna se definió siempre como no kirchnerista, pero acompañando sus mejores decisiones económicas y sociales, y su ejercicio de soberanía y autodeterminación.
La grieta como elemento de análisis de la realidad nacional contemporánea es un concepto engañoso. Esta sociedad lleva dos siglos dividida y el kirchnerismo fue sólo una etapa más. Y etapa entusiasmante si se recuerda que la Argentina de hoy es más consciente de sus derechos civiles; de la necesidad de memoria, verdad y justicia en el combate moral contra la impunidad de los genocidas, y de haber vivido un período de independencia económica e inclusión social tan original como tenaz.
Pero no se trata de enumerar nostalgias. Mucho más útil es tener presentes los errores para no repetirlos: el nulo esfuerzo por la transparencia y la imperdonable tolerancia ante actos de corrupción; la pésima política ambiental y el constante aval a gobernadores-caciques provinciales. Y el no haber sabido dialogar, que es premisa básica de la democracia y del ejercicio del poder.
Claro que todo lo anterior no es grieta; es recuento nomás. Y es alerta, también, porque los que hoy gobiernan están practicando, lamentablemente, una rápida sucesión de venganzas políticas, económicas y sociales. Y no se dan cuenta o no les importa, pero están incendiando irresponsable y colonizadamente al país. Como dijo Víctor Hugo Morales, están yendo incluso más allá de lo que les han de pedir sus patrones multimediáticos, que son antidemocráticos, prebendarios, cínicos y mentirosos, pero no tontos.
Lo cierto es que con represiones como en La Plata; con la desocupación galopante y la inflación ídem que han desatado; con la censura restablecida y un grotesto antijurídico para arrasar con la Afsca y la Ley de Medios; y ahora con la criminalización de Milagro Sala y todo con la complicidad y bendición de la Justicia más abyecta de esta república, el macrismo sobreactúa mientras camina, soberbio, hacia su propio funeral.
No son buenas noticias ni siquiera desde una nueva perspectiva opositora, porque por este camino pueden llevarse puestas la paz y la democracia. Que son los principales bienes, inclaudicables, que debemos preservar.
El imperativo de la hora es resistir con principios, memoria y firmeza, y rechazar la violencia que están reinstalando en la república. Por soberbios o necios, colonizados o resentidos, y acaso por un poco de todo, están llevando a nuestro pueblo hasta el borde de un precipicio en el que no querrá caer. A sujetos como el Sr. Ritondo, la Sra. Bullrich o el jujeño Sr. Morales la represión es el único camino final que se les ocurre y no les importará matar centenares como en 1956, o decenas como en diciembre de 2001. En su ideología, no importa la muerte de los que se oponen; siempre fueron así.
Por eso es menester estar alertas para evitar el caos y la violencia, para no caer en provocaciones ni entrar en la lógica antidemocrática que está en el fondo ideológico del macrismo más duro, que es el más corrupto y el más capaz de cualquier acción feroz.
Por eso esta columna insiste en que lo primero y principal es reorganizarnos para que el ideario nacional y popular, de soberanía, equidad y autodeterminación, gane abrumadoramente las elecciones legislativas de 2017 y renazca en 2019 para lograr de una vez una Argentina para todos y todas pero en serio: sin grietas, venganzas ni resentimientos. Es difícil, pero en política nada es imposible.
Opinión
Por Ariel Colombo *
Cuando una sociedad, o una parte de ella, se enfrenta a gobiernos elegidos según algún principio liberal representativo, y descubre tal como lo preveía que no solo sus decisiones son antinacionales, antipopulares, antiestatales, antimayoritarias, con una violencia simbólica y material, e incluso física, indecibles, sino que también están a cargo de delincuentes de guante blanco, integrantes de una burguesía sobreasalariada pertenecientes a corporaciones extranjeras y locales, protegidos por medios de comunicación protofascistas y neomafiosos, puede apelar a tres mecanismos de resistencia, uno de los cuales es muy diferente a los otros dos.
Uno de estos últimos es tratar de influir a través de los parlamentarios, impulsarlos y condicionarlos, y organizarse para ganar las próximas elecciones. Con todo lo necesaria que es, esta vía tiene la obvia dificultad de que la transacción parlamentaria entre mayorías y minorías, la desigualdad en los medios de partidos y ciudadanos, la asincronía entre el cronograma comicial con la afectación de necesidades y derechos básicos, la división vertical y horizontal de poderes que se vetan, y paralizan, recíprocamente, pueden alargar indefinidamente la resistencia, u obtener resultados frustrantes o contraproducentes. El otro mecanismo es protestar, por medio de huelgas, denuncias, manifestaciones y concentraciones en las calles, piquetes, y todo el repertorio de dispositivos conocidos. La movilización, en estos términos es igualmente imprescindible, pero desgastante. Están además los problemas de coordinación, la desinformación de la sociedad, la persecución y las balas de goma o de otro tipo. Finalmente, existe una tercera instancia, que ahora conviene describir con cierta precisión o profundidad, dado el contexto.
La desobediencia civil es una transgresión de la ley y/o de la Constitución. Una impugnación a través de un acto que no se funda más que en sí mismo, político en estado puro, al que le son constitutivas reglas de justicia procesal perfecta. Esto significa que, al margen de cuáles sean sus contenidos o demandas, encuentra su legitimidad en reglas de validez inmanentes que equivalen en jerarquía al ejercicio popular del poder constituyente, y que se halla por encima de la Constitución nacional en tanto las ponen en ejercicio como criterio último de crítica de cualquier disposición vinculante. Más allá de la inequidad, y de los fundamentos sustantivos para cuestionarla, el acto de transgresión se vale de esas reglas para exhibir que, de haberse empleado un procedimiento más justo, también hubiese sido otra la decisión. Esta fue la posición, por ejemplo, de la fracción minoritaria del movimiento antinuclear inglés conducido por Bertrand Russell. Puede demostrar, de acuerdo con ellas, que el procedimiento es o ha sido empleado no como tal sino como instrumento de intereses o poderes beneficiarios de la inequidad impugnada.
Ahora bien, el problema con la desobediencia civil es que esas mismas reglas inherentes imponen exigencias extremas a la voluntad de resistir. Primero, es recursiva, lo que quiere decir que se aplica a sí misma las reglas en base a las cuales cuestiona a las vigentes. De la coherencia demostrada extraerá su fuerza, que es la de lo político. La desobediencia civil no es una política determinada; no es tampoco un poder, ni fáctico ni fundado en derechos. Es pacífica, no es dirigida contra las personas imputadas de cometer injusticia, ni afecta a terceros puesto que carga con todas las consecuencias punitivas y responsabilidades legales de un acto ilegal, y evita que los no involucrados puedan sufrirlas. En ella las personas exponen sus vidas, no sus organizaciones o sus identidades, inmediata y abiertamente. Tercero, es democrática, pero de un modo que no admite delegación o mediación. Decide quien participa y participa quien decide. Carece de intérpretes y de representantes puesto que descarta toda negociación o concesión. Es, por ello, una forma de democracia directa, cuyos resultados son reivindicados, mediatamente, por quienes probablemente no han sido sus protagonistas. Cuarto, es pública, en doble perspectiva: puede demostrar argumentativamente, ante cualquier interlocutor, las razones para actuar de ese modo, y a la vez amplía el espacio y el tiempo públicos, incorpora materias a discutir y conflictúa la agenda dominante, obliga a definirse a sus enemigos y a tomar posición a sus adversarios, sumerge en la incertidumbre a los poderosos, coloca a los poderes públicos ante la disyuntiva de ejercer la coacción estatal o de resolver el problema.
Pero son exigencias difíciles de cumplimentar todas a la vez, y, sin embargo, únicamente los actos de rebelión como actos de justicia poseen el status de lo político más allá de la competencia partidaria y de las reacciones sociales. Tampoco es imposible encontrar en nuestra memoria casos ejemplares de nuestra historia de la segunda mitad del siglo XX que las reunieron a casi todas, teniendo un impacto a corto y a largo plazo que cambió decisivamente las coordenadas políticas. Las luchas del Frigorífico Lisandro de la Torre, las huelgas y movilizaciones promovidas por el sindicato cordobés de Luz y Fuerza con la dirección de Agustín Tosco, el Movimiento de los Derechos Humanos liderado por Madres y Abuelas, el primer Cutralcazo.
* Politólogo.
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