Lunes, 2 de mayo de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
Cada vez más, en todos los medios y no sólo en los mentirosos, el eje central de la información y el opinionismo es, qué duda cabe, la corrupción. En la telebasura, en las radios, en los portales y en los papeles. Enhorabuena, porque ya era tiempo de este sinceramiento.
Está claro que en todas las épocas y todos los gobiernos hubo, hay y habrá corruptos, pero con tal certeza no se mejora nada. Que siempre hubo corrupción no pasa de ser una afirmación popular, pero lo que importa es saber que no por ser eternas las conductas innobles dejan de ser reprochables.
Por eso lo que más llama la atención en esta sociedad, ahora, es que la indecencia, la deshonestidad y el robo funcionarial, igual que la mentira sistemática de los medios, llegaron, por fin, a ser “el” tema de debate político, económico y social de los argentinos.
Claro que eso no resuelve nada, pero es bueno subrayarlo como signo de un imperativo que se vino soslayando durante muchísimos años. Porque, conviene recordarlo, las corruptelas de nuestra historia (la década infame, el conservadurismo, las dictaduras, el peronismo, el frondicismo, el radicalismo, el videlato con Martínez de Hoz, Cavallo y otros muchachos) parecían siempre episodios instantáneos que se tapaban rápido para que lo podrido no fuese distintivo de nuestro país. A pesar de lo cual todos los hedores sobrevolaron siempre el aire de esta república.
Por eso a las personas decentes –la inmensa mayoría de este país– no les molesta que se investigue a todo el funcionariado de los últimos 12 años. Como tampoco les inquieta proceso alguno ni rechazarán condenas, si llegara a haberlas. Pero lo que sí indigna, y muchísimo, es el abuso mediático de algunos casos con el evidente propósito de ocultar otros: los actuales.
Sin dudas que los posibles enjuagues del Sr. Lázaro Báez, que hoy ocupan todo el cielo de esta nación, son a priori tan repudiables como sus posibles, todavía no probados delitos. Y lejos está esta columna de esbozar siquiera defensa alguna de su situación. Pero cuánto repugna que se utilicen casos como ése (plagados de declaraciones verbales no probadas, acusaciones al boleo, intratables programas circenses e innumerables irregularidades judiciales en connivencia con los medios dominantes) para tapar la muy nutrida información sobre negocios y turbiedades del presidente Macri, sus familiares y sus amigos, y muchos de sus funcionarios.
Tan condenables como el Sr. Báez deberían ser, entonces, todos los que ahora mismo es presumible que se están forrando con el flamante reendeudamiento al que nos condenaron y que ellos celebran mientras los aplauden los fondos buitres y algunos funcionarios norteamericanos.
Eso: tapar, ocultar, silenciar, disimular, desvirtuar, engañar, confundir, también es corrupción. Y corrupción grave. Por las personas decentes pueden decirlo con todas las letras y sin miedo: esos medios que practican tales operaciones comunicacionales son medios corruptos. Porque corrompen la conciencia de la sociedad y, por lo tanto, carecen absolutamente de autoridad moral para acusar a nadie de nada. Y sus principales firmas y nombres estelares, también.
Y si acaso algún tonto o energúmeno preguntara si estas cosas las habría dicho este columnista años atrás, cabrá recordarle que en 2011, en el libro Cartas a Cristina, este autor le escribió a la entonces presidenta que “la corrupción es el cáncer que corroe a esta república, y es obviamente el alimento que el sistema les sirve en bandeja a los oportunistas y a los cínicos”. Y “aunque nadie ignora que a la corrupción no la inventó el kirchnerismo, sí es responsabilidad del kirchnerismo no haber cortado las cadenas de coimas. Ni hay tampoco un accionar, o un mecanismo del gobierno tendiente a desplazar a los sospechosos de corrupción. Y la ciudadanía tiene todo el derecho a sospechar, como muchos sospechamos, que hay incluso sistemas de protección. Y bien sé que va a resultarle odioso leer esto, Señora, pero es inevitable decirlo”.
Las personas decentes no hacen ciertas cosas. Sencillamente es así. Y la inmensa mayoría del pueblo argentino está de ese lado. Hartos de los que roban, los que robaron antes y los que están robando ahora mismo, también desconfiamos de lo que dice cualquier infeliz “arrepentido” ante fiscales y jueces parciales, o en programas de la telebasura.
Nadie decente sostiene que sean inocentes o culpables los señores Báez, Macri, Kirchner, Caputo, Sala, Conci o el apellido que el lector quiera añadir, mientras no se demuestren sus supuestos delitos. Lo dice nuestra Constitución. Entonces ningún mentimedio o persona tiene derecho a acusarlos irresponsablemente. Pero sí tenemos el deber, todos, de exigir investigaciones serias, tribunales irreprochables e igualdad ante la ley.
Todo eso que hoy no tiene esta república y que resultan padre y madre de la corrupción que la envenena.
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