EL PAíS › LOS KIRCHNER EN EL GRAN BUENOS AIRES
Sin permiso
El presidente Kirchner y su hermana Alicia recorrerán los barrios más pobres en la periferia de las grandes ciudades, allí donde la desindustrialización y la falta de empleo han hecho estragos. Para ello no pedirán permiso a gobernadores ni intendentes. En el Gran Buenos Aires ello implica una confrontación de concepciones, ya que no de aparatos, con las del gonzalismo de Duhalde. El rol del gobernador Solá.
Por H. V.
Desde los primeros días del año próximo, el presidente Néstor Kirchner, acompañado por su hermana Alicia, comenzará a recorrer la periferia de las grandes ciudades, heridas por la desindustrialización, la falta de empleo y el clientelismo. Estas salidas presidenciales no se limitarán al Gran Buenos Aires, pero tampoco lo eludirán. Kirchner no se propone pedir permiso a los intendentes ni a los gobernadores ni a los jefes políticos de unos y otros. Mezclarse con el pueblo sufriente de los barrios más pobres es una de las cosas que más le atraen y no hay en las constituciones ni en las leyes ninguna contraindicación disuasoria.
Federalismo y pobreza
Sólo la forma perversa en que se ha venido practicando el federalismo en los años de la hecatombe económica y el quiebre institucional pudo hacer pensar que aquel funcionario que la ley de leyes describe como Jefe Supremo de la Nación podría tener vedado el acceso a los sitios donde moran los más necesitados de sus mandantes. Ni la Liga de Gobernadores que luego del colapso de la Alianza entre Fernando de la Rúa y Carlos Alvarez operó como el poder real que ungió y depuso administradores interinos, ni las cofradías de intendentes que en algunas provincias marcan el paso a sus gobernadores constituyen formas de gobierno estables ni deseables. Reflejan sí, realidades político-sociales que no pueden ser ignoradas. El intento de cambiarlas es la forma no complaciente de reconocer su existencia. Tampoco es necesario ser muy perspicaz para advertir la susceptibilidad que estas salidas del molde convencional podrán producir. La presencia presidencial, bienvenida durante las campañas proselitistas, podrá ser vivida con incomodidad ahora que no hay elecciones a la vista. Sin duda, el Gran Buenos Aires será el punto crítico, por varias razones concurrentes. Allí es donde se produce la mayor concentración de pobreza del país (la única excepción son las zonas de la Ciudad Autónoma contiguas al conurbano), con más de una cuarta parte de los pobres del país hacinados en apenas el 0,13 por ciento del territorio nacional. Si en vez de la densidad se mide la intensidad de la pobreza, el segundo cordón del Gran Buenos Aires encabeza la penosa tabla nacional por regiones. El 71,3 por ciento de sus habitantes son pobres y el 38,3 por ciento indigentes. En cambio en la Capital Federal sólo son pobres el 21,7 por ciento del total de habitantes y de ellos poco más de un tercio son indigentes, lo que en proporción es tres veces y medio menos que en el segundo cordón del Gran Buenos Aires y tres veces menos que en el promedio de ambos cordones.
El nudo gordiano
Ese territorio es el asiento de un poder declinante pero aún significativo, dispuesto a librar batallas de retaguardia pero no sólo de retaguardia, en defensa de lo que fue pero también de lo que aspira a ser. Machacar allí incidiría al mismo tiempo sobre problemas diversos que forman parte prominente de la agenda nacional: los altos niveles de inseguridad, la protesta organizada en piquetes de desocupados, la descomposición de los aparatos políticos tradicionales y su nexo con el delito y con la corrupción policial. Allí está el nudo más apretado y junto a él, la tentación de cortarlo. La irrupción de los Kirchner allí pondrá a prueba las relaciones con el matrimonio Duhalde y con el gobernador bonaerense Felipe Solá. El ex Senador Eduardo Duhalde parece entender la racionalidad de los planteos del gobierno nacional, en el que siguen en funciones cuatro de los ministros que lo acompañaron durante su mandato de transición. Con una lucidez o una astucia que no muchos le sospechaban, afirma que se siente parte del pasado y que sólo le interesa que tenga éxito el colega patagónico al que eligió como su candidato preferido a sucederlo, cuando todas las demás opciones fracasaron. Distinto es el caso de la diputada Hilda González, quien a diferencia de su marido se siente llamada a un rutilante futuro político, con piso en la gobernación de su provincia. Es probable que la presencia de los Kirchner en los municipios del Gran Buenos Aires vuelva a desatar la verba irreflexiva de la señora de Duhalde, cuyas redes asistenciales se tendieron con criterios distintos a los que intentará promover el gobierno nacional. El encontronazo verbal entre el intendente de la Matanza, Alberto Balestrini, y el jefe del gabinete de ministros, Alberto Fernández, a propósito del manejo de los planes de empleo, indica que hay bases objetivas para la contradicción. Balestrini no forma parte del aparato duhaldista y está más próximo que otros de sus colegas a los planteos oficiales, pero las urgencias cotidianas hacen arder el piso bajo sus pies.
La paradoja de Solá
La actitud que vaya a adoptar Solá es impredecible, como el propio gobernador bonaerense, cuya aptitud para conducir la mayor provincia del país es una conjetura sujeta a demostración. Solá cree que forma parte de un triángulo en cuyos vértices restantes imagina a Kirchner y Duhalde. Pero no ha logrado convencer a ninguno de ellos, que, a pesar de todo, se entienden entre sí con más facilidad que cada uno con él. De este modo, su estrategia de alejamientos y proximidades alternativos dibuja un garabato incomprensible, más propio de un juego infantil que del diseño político de un hombre maduro. La absurda batalla que libró durante seis meses con la Comisión Provincial por la Memoria es un buen ejemplo de las galerías de espejos deformantes en las que se introduce por propia decisión, tomándolas por la realidad. Convencido de que debía repeler un desembarco kirchnerista en la provincia, apeló a los recursos amenazantes y corruptores de la politiquería conurbana, sin advertir que estaba ante personas de otra jerarquía intelectual y moral, que no negociaron cuestiones de principios ni se dejaron intimidar. Mientras él escogía operadores de bajo vuelo, los comisionados actuaron con seriedad institucional. En defensa de la autonomía del organismo recurrieron a los jefes de las dos cámaras de la Legislatura Bonaerense, Osvaldo Mércuri y Graciela Giannettasio, quienes acordaron reformular el artículo 56 del presupuesto, que subordinaba la Comisión a los caprichos del gobernador. En esas condiciones, la mayor libertad que le quedó disponible a Solá fue asumir la iniciativa de esa enmienda antes de que se la impusieran legisladores de su propio partido que reconocen la conducción de Duhalde. El invento del triángulo se le volvió en contra, en el momento menos pensado. De un solo golpe, Solá consiguió quedar mal con el kirchnerismo, con el duhaldismo y con quienes fueron sus amigos de la Comisión en los años de Rückauf, lo cual se parece a una proeza. Recién se resignó en los minutos finales de un encuentro de casi tres horas, en las que no cesó de formular reproches de tipo afectivo, ante el desconcierto de sus interlocutores, que llevaban una decisión política, en defensa de valores y convicciones inamovibles, sobre asuntos de fondo.
Fotos prohibidas
El resultado es que el gobernador bonaerense se quedó con un secretario de Estado desprestigiado y sin diálogo con los actores principales en la materia, al que mantiene sólo por su apellido, que ambos lesionaron, y con un Procurador General que protege las prácticas más viciosas de la policía y el Servicio Penitenciario Provincial. Las violaciones graves, masivas y sistemáticas a los derechos humanos que ocurren en el territorio en el que viven cuatro de cada diez argentinos no pueden ser indiferentes al gobierno nacional, que es el que deberá responder ante la comunidad internacional en la que crece la alarma por aquella situación indefendible. Las fotos de presos torturados que el Procurador prohibió tomar, para que no quedaran documentados los maltratos, se abrieron camino sin embargo hasta el escritorio presidencial. Al gobernador de la provincia no le queda mucho margen para seguir ignorando ese escándalo, que asocia a su gobierno con las prácticas de los campos clandestinos de concentración de la dictadura militar.
Solá tiene la inteligencia necesaria para revisar en forma crítica los acontecimientos que lo llevaron a esta situación y sacar conclusiones útiles para lo que resta de su mandato. Si descubre quiénes pueden y quiénes no pueden ser sus aliados y cuáles son los límites que no debería traspasar, dejará de trastabillar y hará pie. De lo contrario, en las ligas mayores en las que debe jugar como gobernador de Buenos Aires es improbable que encuentre la misma condescendencia con que lo beneficiaron las personalidades integrantes de la Comisión, dispuestas pese a los golpes bajos recibidos a darle una nueva oportunidad de equiparar sus actos con la alta idea que tiene de sí mismo.
Kirchner sabe que llegó a donde hoy está por una confluencia de acontecimientos que se parecen a la casualidad, pero que una vez allí hará todo lo que esté a su alcance por colocar una bisagra a la historia de la decadencia del país y de la clase política, sin olvidar los ideales de su juventud. Solá, en cambio, cree que tiene todos los méritos por el lugar alcanzado y que puede gobernar según las pautas políticas tradicionales que les vio aplicar a Duhalde, Antonio Cafiero y Carlos Menem, lo cual ni siquiera significa que sepa cómo jugar ese juego.
Sables jóvenes
El acto político más importante de la semana y tal vez de varios meses del gobierno de Kirchner pasó inadvertido. Por omisión del aparato de prensa oficial o por una acción bien concertada de algunos interesados en ocultarlo, casi nada se supo de la presencia del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en la entrega de los sables a los nuevos subtenientes, alféreces y guardiamarinas. Nunca antes desde el gobierno se había trazado con mayor claridad la frontera que separa el tenebroso pasado de las instituciones castrenses de su futuro. Kirchner dijo que era necesario tener “muy buena memoria. En la Argentina, precisamente por no cumplir los roles institucionales que a cada uno le tocaban, nos tocó vivir un período realmente doloroso y lamentable para todos, y nosotros tenemos que ser el punto de inflexión definitivo de la construcción de la nueva Argentina. Cada sable que cada uno de ustedes recibe debe ser para defender la vida y el honor de los argentinos, jamás volver a empuñarlo para adentro, siempre empuñarlo por la paz, por el respeto a los derechos humanos y por la unidad y la solidaridad de todos los argentinos. Confiamos plenamente en ustedes, porque sabemos que así como tenemos la nueva generación de trabajadores, la nueva generación de profesionales, la nueva generación de empresarios, también tenemos la nueva generación de cuadros de las Fuerzas Armadas que nosotros sabemos que van a estar en esta síntesis que el país necesita, de una Argentina con justicia, dignidad e inclusión social”. Una ovación inmediata rompió en el salón del Colegio Militar, poblado por los padres y las madres de los recién graduados. Es curioso. Los principales diarios del país rebajaron la significación del episodio, con notas secundarias y, en algún caso, tendenciosas, como aquella que consideró débiles los aplausos escuchados ante aquel mensaje. La grabación del discurso no deja lugar a dudas.
El discurso clásico que se repite en forma rutinaria pretende, por el contrario, que hay un único Ejército, una sola Armada y una Fuerza Aérea inmutables, cuyos miembros forman parte de una gran familia, sin diferencias entre el personal en actividad y en retiro, todos cruzados de un mismo cuerpo de valores, atemporal y absoluto. Esa historia debería asumirse como un todo, sin excluir ni siquiera el agujero negro de la década de 1970. Todas las decisiones de Kirchner fueron en la dirección opuesta, desde el descabezamiento de la cúpula politizada que intentaba reivindicar la guerra sucia militar contra la sociedad argentina hasta la derogación del decreto que prohibía las extradiciones y el impulso a la nulidad de las leyes de punto final y de obediencia debida. Unos ochenta oficiales están bajo arresto por crímenes de lesa humanidad y cuando todo haya concluido es improbable que pasen de quinientos, todos ellos retirados. A comienzos del siglo XXI nueve de cada diez oficiales en actividad están a salvo de cualquier sospecha porque no formaban parte de las Fuerzas Armadas en los años de Videla, Massera & Cía. En pocos años más todos estarán en las mismas condiciones. Está en su propio interés que quienes protagonizaron los episodios más horrendos de la historia criminal del país sean condenados a las penas más severas y sirvan como ejemplo de aquello que no es admisible ni tolerable. Es llamativo que la resistencia a ese bienvenido cambio no provenga de las filas castrenses sino de la Iglesia. Luego de las palabras de Kirchner el obispo castrense Antonio Baseotto pronunció una provocativa homilía. Digno continuador de Victorio Bonamín, el jefe de los capellanes militares rumió su rencor, con nostalgia por el nacional-catolicismo que durante más de medio siglo nutrió a los hombres de armas hasta precipitarlos en el abismo de la represión sin ley. El pacto corporativo hizo que se beneficiara con el silencio de los demás obispos, igual que el de La Plata, Héctor Aguer, fiador de banqueros truchos.