SOCIEDAD › COMO SERA LA PROXIMA TEMPORADA EN LA COSTA

Verano bisagra

Los operadores creen que será la mejor temporada de los últimos años. Pero creen también que el boom turístico interno posdevaluación puede no durar mucho más. Por eso, apuestan a tratar lo mejor posible a los turistas, en todos sus segmentos: ya se prepara desde un hotel exclusivo gay en Playa Grande hasta asadores a domicilio en Cariló. Y una feria piquetera. Sin embargo, el turista no será tan bien tratado: los precios son hasta 20 por ciento más caros.

 Por Alejandra Dandan

Una feria piquetera, el proyecto para el reciclado de un hotel de los años `50 en Playa Grande, destinado a los turistas del mundo gay, y algunos servicios insólitos como el sueño del asador privado con delivery para los sitios más exclusivos de la Costa Atlántica. Estas escenas recorrerán las crónicas de temporada de los próximos meses. Cada publicación recogerá a su modo el perfil que tendrá el verano de los que transitarán las playas de la costa. Darán cuenta de una de las características más novedosas: la muerte de uno de los arquetipos del verano, el turista de las escapadas de los fines de semanas o turista express. Aquel modelo que se consolidó bajo el enchapado brillo de los `90 se está convirtiendo ahora en una especie en extinción. La costa espera turistas con más noches de estadía y más consumo en lo que ya anticipan será la temporada más importante de los últimos cinco años, y la más cara.
Algunas consultas bastan para saber qué está pasando en la Costa Atlántica pero sobre todo qué es lo que sucederá en los próximos dos meses. Mar del Plata, Villa Gesell y Pinamar, con cada uno de sus barrios, están recuperando la clase turista exiliada durante los `90. Los operadores turísticos lo saben. Por eso consideran que éste será un año bisagra: “Acá, esto ya nos pasó”, dice ahora uno de los expertos, Carlos Patrani, director del Ente Municipal de Turismo de Mar del Plata (Emtur) desde hace ocho años. “Se trató mal a la gente en la época en la que nadie salía del país –explica–, por eso para nosotros éste es un momento clave: tenemos que cuidar esta oportunidad, cuidar los precios, para repotenciar la costa.” Patrani está convencido de que en algún momento el boom turístico en el Atlántico, potenciado por la pérdida de la convertibilidad, se terminará. Y entonces afirma que “necesitamos que esto quede como una buena temporada”.
La muerte del turista express
La generación de turistas de exportación se está deteniendo en la costa desde hace dos años. Después de la crisis, estallidos y devaluación de 2001, los turistas empezaron a probar distintos destinos, entre ellos los viejos y tradicionales paisajes del Atlántico. Los turistas de exportación consiguieron convertir la temporada del año pasado en buena y están a punto de trasformar la próxima en la mejor de los últimos diez años.
El propio Patrani tiene algunos datos a mano que parecerían apuntalar esa hipótesis. El año pasado, dice, la gente pasaba en promedio 4 noches en hoteles y 10 días en departamentos o casas alquiladas. Este año, en cambio, la estadía sería un 50 por ciento más alta: 7 noches para hoteles y 14,9 para los alquileres vía inmobiliaria.
La cantidad de noches, la permanencia más larga en las distintas ciudades costeras, son uno de los indicadores de la extinción del turismo abreviado. Pero no es el único. Hasta hace dos años, en Mar del Plata o en Pinamar pululaba todo tipo de oferta inmobiliaria u hotelera con inventos y kits de regalos para seducir al prototipo del turista express, aquel que pasaba apenas un par de días por la playa, se bañaba y se iba. Era la época en la que los alquileres, por ejemplo, abrían y cerraban contratos de hasta 24 horas.
Ahora todo aquello parece parte de una historia vieja. Los alquileres no sólo son más prolongados sino que hicieron con mucho tiempo de anticipación. Tanto, que Patrani marca una advertencia: “Los que este año quieran venirse a Mar del Plata por un fin de semana –dice– lo van a poder hacer pero se van a encontrar con la cama ocupada”.
El regreso planificado
El mundo del turismo tiene sus fechas claves, cálculos y proyecciones. Para saber cómo va a funcionar una temporada de verano suelen analizar laevolución de las reservas a partir de una fecha que consideran clave: el feriado largo del 12 de octubre. Aparentemente, la vieja clase media solía programar en ese momento sus vacaciones. En los últimos años, esa tendencia había ido extinguiéndose por las crisis sucesivas y por las manías de la clase express, propensa a organizar sus viajes uno o dos días antes.
Este año, en Cariló, las reservas muestran una variación clara de esa tendencia: hubo lugares que se alquilaron hasta con un año de anticipación, otros desde las vacaciones de invierno y muchos después del famoso 12 de octubre. A eso se refiere ahora Juan José Rodríguez, secretario de Turismo de Pinamar. Explica rápidamente que las reservas fueron creciendo aceleradamente y que en este momento, para enero, los alojamiento están completos en un 90 por ciento.
Silvina Lamorte atiende los llamados en Constructora del Bosque, una de las inmobiliarias del centro de Cariló, convertida en uno de los puntos inevitables a la hora de las consultas sobre estos temas. “Los contratos empezaron antes –dice–, sobre todo el verano pasado, entre las familias que querían la misma casa para esta temporada.” En ese punto coincide Miguel Angel Donsini, ex presidente de la Cámara de Inmobiliarias de Mar del Plata, y lo mismo dicen en Villa Gesell.
Allí, en la Villa, está Jorge Ziampris como secretario de Turismo. El boom de las reservas previas al comienzo de la temporada es un dato que aún los sorprende. Alentadas especialmente por el público electrónico, la demanda comenzó a notarse en el sitio institucional de la comuna. Las visitas a la página pasaron de 180 consultas diarias a unas 1000 en estos días. “Afortunadamente –dice Ziampris–, la gente pudo anticipar sus vacaciones, una cuestión normal antes de los `90, cuando todo el mundo no sólo planificaban las vacaciones sino incluso la vida.”
El boom de la construcción
El dato es el siguiente: algunas zonas de la costa tienen una estampida histórica de construcciones, uno de los indicadores que está dando cuenta de una intención novedosa de permanencia o asentamiento a largo plazo. “¿Por qué? –pregunta en este caso Juan José Rodríguez, secretario de turismo de Pinamar–. En los últimos años, se veían construyendo entre 180 y 200 propiedades por año: este año, la Municipalidad tiene 800 planos de obras aprobados. Para los lugareños es un record histórico. Las construcciones se distribuyeron en Valeria del Mar, Ostende, Cariló y el centro de Pinamar. Suman en total unas 10 mil plazas nuevas sobre las 150 mil habituales para un tipo de turista, el de Pinamar, que está imprimiendo una marca de fidelización sobre su propia opción de verano: “El de Cariló cada vez más es de Cariló –dice Rodríguez– y el de Ostende, busca lo agreste de Ostende”.
El fenómeno de implosión en construcciones sacudió también a Mar de las Pampas, la versión gesellina del modelo Cariló. Jorge Ziampris, el secretario de turismo de Gesell, lo dice así: en un año se duplicaron las plazas, pasaron de dos mil a cuatro mil, unas 300 construcciones.
Los `60 fueron algo así como la época de oro del turismo made in argentina. La Costa Atlántica era un escenario fragmentado donde confluía la clase media, los obreros del turismo sindical y los prohombres de mejor poder adquisitivo. Los años pasaron, las fábricas cerraron, buena parte de los hoteles sindicales de Mar del Plata se privatizaron, otros cerraron. Un sector de los turistas comenzó a exportarse para el verano y otra buena parte, tal vez más grande, se quedó fuera del mercado y del verano. En el `94, el año en el que apareció por primera vez un índice de desocupación de dos dígitos en el país, Mar del Plata tuvo su última gran temporada. Ahora, aquellos dorados `60 y aquel `94 vuelven a mirarse como momentos ideales del turismo. La explosión de obras en Gesell y Pinamar estarían marcando la recuperación hacia aquellos viejos momentos. Sin embargo, los marplatenses no están tan convencidos: “¿Cuánto falta para volver a esa época?”, se pregunta ahora Miguel Angel Donsini, ex presidente de la Cámara Inmobiliaria de Mar del Plata. Y responde: “Que el tipo de cambio se mantenga, mantenerlo dos o tres años, y que se haga más construcción, porque todavía no hay confianza de que esto puede seguir así por muchos años”.
Con la neurosis a cuesta
Silvina, de Inmobiliaria del Bosque, les toma el pulso a las obsesiones con las que los porteños llegan o van llegando a Cariló. “Imaginate -dice–, si está todo el mundo con eso.” “Eso” no es otra cosa que el vastísimo universo de los miedos: miedos a los secuestros, miedos a los robos, miedos a la policía y miedos hasta a los efectos de las resinas de los pinos sobre los coches: “Por eso piden cocheras –aclara–: no por los robos, por los pinos”.
Frente a todas las consultas, Silvina siempre dice lo mismo: “Las casas son seguras, los complejos de cabañas han reforzado este año sus custodias de agencias privadas, en la calle hay camionetas de patrullas civiles, en la ciudad hay refuerzos de la brigada antisecuestros de la Bonaerense y en los cuatro puntos de entrada a Pinamar se han colocado monitores de seguridad” (ver aparte). Aun así, muchos no se convencen. En palabras de Juan José Rodríguez, el secretario de Turismo, la gente tendrá que empezar a acostumbrarse, dice. “Acá –explica– no tenemos esa psicosis que no salimos a caminar por temor a que nos hagan algo en la calle.”
Con el desplazamiento de los miedos, también se desplazan algunas nuevas costumbres urbanas. Uno de los ejemplos es la explosión de los spa. El fenómeno registrado en algunos barrios porteños se convertirá en una de las modas de 2004. Más grandes, más privados o más públicos, Gesell los anuncia como parte del circuito de esparcimiento. “Hay más lugares con spa –dice Ziampris– pero también hay terapias para tratamientos específicos y ofertas de yoga intensiva”, como parte de una ruta de exotismos modernos que rompe con ese paisaje de militancia hippie y setentista.
A la ruta de los placeres corporales, la Villa le suma una apuesta a la comida étnica, con comedores con opciones mexicanas, pastas caseras y comida francesa. La lista incluye además otra importación: los bares irlandeses del bajo porteño tendrán este año sus réplicas veraniegas gesellinas. Sus vecinos cercanos y más coquetos, los habitantes de Pinamar, no se quedan afuera de esta onda relax: habrá spa en hoteles del Bosque, tal como lo cuenta ahora el secretario de Turismo, habrá spa en el resto de los hoteles de cuatro estrellas y encontrarán réplicas devaluadas conocidas como piletas a secas en hoteles de tres estrellas, el último grito de la moda.
“De a poco estamos abandonando la onda del aerobic, que era una cosa del menemismo”, dice explayándose a sus anchas el dueño de La Caseta, uno de los lugares bien vip de Mar del Plata. “Ahora estamos con una filosofía más relajada, incorporando superficies sobre la arena e hidromasajes.” Para Cuchillo González, es uno de los cambios que se está promoviendo en las ciudades y que, simplemente, los dueños de la fábrica del verano lo trasladan. La exclusión del aerobic menemista será reemplazada además por prácticas de corte oriental. “Recuperaremos la zona de los médanos de la entrada de la playa –dice González– con prácticas de relajamiento, técnicas de respiración que permitan sentir la arena en la planta de los pies”, una de las zonas del cuerpo que será, seguramente, lanzada como el sitio erógeno del verano.
Un poco más extraña es la importación de otras herencias urbanas advertidas entre quienes preparan la temporada de Cariló. Los mismostesteos de Silvina en la inmobiliaria sirven ahora para advertir dos nuevos perfiles turísticos: los que odian los muebles de las casas alquiladas y los que odian la faena de hacer asado. Como todo engranaje del verano, también para ellos Cariló propone soluciones: servicios de alquileres de cama o muebles para una familia o para recepciones especiales y para resolver las cuestiones del asado, envían asador a domicilio. “Lo hace mi hermano”, confiesa Silvina. Su hermano es Sebastián Lamorte, a partir de ahora, uno de los asadores de temporada. Cobra 50 pesos por asado y hasta 100 si los comensales son demasiados. Las razones de la demanda del asador a domicilio son variadas pero una parece determinante: “Imaginate –dice otra vez Silvina, cada vez más especialista–, mucha gente vive en departamento y... no sabe”.
A estas alternativas se suman las propuestas tradicionales: babysitter, mucama, servicio de taxi y de remise. “Eso sí –advierte la joven– book de fotos todavía no incorporamos.”

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Mar del Plata, Villa Gesell y Pinamar, con cada uno de sus barrios, están recuperando la clase turista exiliada durante los `90.
 
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