Viernes, 12 de agosto de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por José Massoni *
El espectáculo mediático de actos de corrupción que se pisan unos con otros oculta la corrupción inmensamente más grande que domina la vida del mundo. Su causa principal es consecuencia del capitalismo del siglo XXI, global, expoliador y depredador de toda vida en el planeta. Es verdad que en cualquier sistema aparece corrupción. El punto es otro. En el socialismo, comunismo, comunitarismo, cooperativismo, populismo democrático o como se llame el acto corrupto atenta contra el interés común y de cada individuo: la solidaridad, el cuidado del otro y de todos es el centro vital social, es el sistema. En el capitalismo la corrupción es inherente a su práctica: el meollo creador es la apropiación privada de la producción colectiva, el mayor valor surge de la parte no pagada –apropiada– del trabajo vivo de los asalariados de cualquier calidad o especie. Esta verdad era tan cierta cuando se la desveló como hoy, cuando los patrones pugnan, con eufemismo por bajar salarios, en “bajar costos”, para aumentar ganancias particulares. Este origen cultiva egoísmo individualista, categorías morales acordes y a partir de allí las variadas formas de corrupción en el literal sentido de pervertido, vicioso, venal. Sin aquella fuente, con eje productivo en el gregarismo humano, la paz, la solidaridad, el trabajo, el bien común, el favorecimiento de las expresiones existenciales espirituales y el interés y amor al prójimo, cualquier corrupción es fulminada por el sistema como anormal e inaceptable. Pero además, es incapaz de engendrar una perversión de tamaño universal como la dominante. No es lo mismo ser capitalista que no serlo.
En el siglo XXI el sistema tomó el planeta íntegro, no tiene más lugar. Se focalizó en las finanzas –producción de dinero con sólo dinero– y en depredar la Tierra misma, sin miramiento alguno. Las ciencias y la técnica tampoco le permiten ya soluciones cualitativas a la ausencia de espacio: están capturadas por el engendro y sólo a él sirven.
Para indagar el diseño del monstruo, empecemos por su síntesis final, su quintaesencia: el dinero. ¿Quiénes lo tienen? Con referencia a humanos adultos, ejemplifiquemos con el centro, EE.UU. De lo pagado por trabajo, el 1% cobra el 17%. Remarco: es desigualdad en remuneraciones. En cuanto a la originada por el producido del capital (inmobiliario y financiero), un 1% percibe el 35%; el 10% el 70%; la mitad más pobre –el 50% de la población– recibe el 5%. En el 1% de los muy ricos por cualquier ingreso están los que poseen más capital quienes, como siempre, perciben poco o nada que provenga de trabajar. Pero ahora están en esa franjita personas que llegan por sus ingresos y tienen poco o ningún capital. En general, son los “populares” CEOS. Esto se repite, con diferencias insustanciales, en todo el mundo central.
¿Dónde está ese dinero? En las guaridas o “paraísos” fiscales, o eufemísticamente zonas extraterritoriales. Con asepsia: lugar que atrae negocios garantizando, fuera del alcance de las leyes de los Estados, confidencialidad total sobre origen y propiedad del dinero depositado producto de delitos de cualquier tipo y dimensión, pago de impuestos y más. En lenguaje vulgar, una cueva de ladrones. “El sistema extraterritorial no es una excrecencia pintoresca de la economía mundial, sino que se halla exactamente en su centro”. En 2010 la banca internacional y la emisión de bonos del mundo ocurría en un 85% en la zona sin Estado llamada euromercado; ese mismo año el FMI estimó que los balances financieros de los ínfimos territorios de Caimán, Bahamas, Vírgenes inglesas, Man, Jersey, Gibraltar, Malta y decenas más equivalían a un tercio del PBI mundial; en 2016 habría que sumar a la cuenta Mónaco, Andorra, Uruguay, Dubai, Irlanda, Panamá, Liberia, p.ej.,pero por sobre todo a la poderosa City de Londres y su red planetaria y al mismo Estados Unidos entero a nivel federal, con “especialidades” en Florida, Wyoming, Nevada e islas Vírgenes y Mar- shall (Shaxson, Nicholas, “Las Islas del Tesoro”, FCE.)
Según nuestro gobierno desde fines de 2015, “hemos vuelto al mundo”, al central occidental. Así, las cifras son “auspiciosas” en cuanto a aumento de la desigualdad. En Estados Unidos, el milésimo superior superó el 12% de ingreso anual. Vale reproducir que “…el carácter más o menos sostenible de desigualdades tan extremas depende no sólo del aparato represivo sino también –y tal vez por sobre todo– de la eficacia del aparato de justificación… insistamos, la cuestión central atañe a la justificación de la desigualdad, mucho más que a su magnitud como tal”. En Argentina 2016 el discurso oficial es que con un sueldo “normal” no se puede viajar en vacaciones, tener celular y televisión modernos, “esa persona está desubicada”. El mundo de los países centrales de occidente augura riquezas maravillosas. El cienmilmillonésimo de adultos de allá –unos 45– pasaron entre 1987 y 2013 de contar con 3.000 millones de dólares promedio cada uno a 35.000 millones promedio per cápita, muestra ineluctable de la falacia del “derrame”. Las proyecciones estadístico matemáticas indican que 1.400 multimillonarios de 2013 con el 1,5% de todo el capital mundial, llegarían al 60% al finalizar el siglo por la fuerza centrípeta de las grandes fortunas. El 0,00000001 de la población sería dueña del más de la mitad del planeta; menos de la mitad, del 99,99999999 restante, de lo “derramado”. Nada hay en el funcionamiento capitalista globalizado que lo cambie: funciona así de manera inexorable.
¿Quién tiene esa masa de riqueza y dónde? En principio las corporaciones multinacionales productoras de bienes y servicios, los dueños de latifundios, los bancos y el mundo financiero en general, son más o menos visibles. Pero casi en su totalidad permanece oculto: para nuestro mundo existencial, no está; es un vacío sin realidad siquiera como tal. Ya hace veinte años la mitad del comercio internacional pasaba por los paraísos fiscales, en la oscuridad; hacia 2010 el 85% de la banca internacional operaba en la impenetrable “eurozona”, el más grande agujero de opacidad. Mucho se menciona a Reagan, Thatcher y Friedman cuando de globalización se habla, pero poco a la economía “en negro” que inficiona el mundo entero. En 2005, Tax Justice Network estimó que los individuos ricos tenían en guaridas fiscales 11,5 billones de dólares, un cuarto de la riqueza total del planeta e igual a un PBI de Estados Unidos. El Banco Mundial dividió en tres esa fortuna: un tercio provenía del narcotráfico, crimen organizado y delitos en general; un 3% al producido de sobornos a funcionarios estatales; el resto –casi dos tercios– a transacciones de empresas elusivas de tributos. Los tres –narcos, coimeros y CEOS– usan las mismas herramientas, en los mismos lugares, con iguales resultados y ocasionando análogos daños (por la masa de dinero involucrado y el hambre, enfermedades y carencias que ocasionan, por muy lejos los peores son los últimos). Los expertos afirman que las sedes económicas que no están en ninguna parte y no tienen ley que las regule han desplazado la riqueza y el poder desde los pobres a los ricos con mayor fuerza que cualquier otro acontecimiento en la historia de la humanidad.
Vamos al tema del título. El sistema está dirigido, literalmente, por ladrones de distinto rango que atesoran y mezclan, en guaridas inexpugnables, el dinero que logran con delitos, en su mayor cuantía sustracción de lo que deberían pagar –según sus mismas leyes– para sostener la infraestructura social. Quienes lo dirigen o usufructúan ¿de qué moral pueden hablar? ¿Con qué autoridad pueden ser justicieros de sus ínfimos cómplices? Como cabeza putrefacta derrama hacia toda la sociedad reglas de conducta moralmente no rechazadas, corrupción privada menor, egoísmo, individualismo, consumismo y más. La reserva moral humana solo se sostiene porque es inherencia gregaria de la especie y se manifiesta en los pueblos que en todas sus formas específicas trabaja y produce y, lo sepa o no, ha seguido haciéndose cargo de la subsistencia de la humanidad.
En su voracidad de ganancias máximas e inmediatas, encerrado en el planeta sin fronteras a traspasar, el capitalismo ha arremetido ahora contra la Tierra misma, su capa atmosférica, sus aguas de mares, ríos y polos helados, sus capas de humus, sus bosques, sus fuentes de energía no renovables, contra la biodiversidad, el clima y toda la vida misma. El Banco Mundial alertó en 2012 que con aproximarnos al 2% de calentamiento se entra en zona de riesgo de inflexión… y que estamos avanzando hacia el 4% que… “sumergiría Maldivas y Tuvalu y zonas costeras de Ecuador, Brasil, Holanda, California, sur y sureste de Asia y tendrían serio riesgo de inundación Boston, Nueva York, Los Ángeles, Vancouver, Londres Bombay, Hong Kong, Shanghai” (obvio, Buenos Aires).
La corrupción en serio al comando de la economía mundial está devastando a los pueblos del mundo. En la Argentina tenemos ahora una dirigencia de fervorosos peones de esta estructura degenerada, ponzoñosa como no se conoció jamás, letal. En estos días, sin que piensen retornar lo que ellos personalmente tienen, distrayendo al pueblo usando a los jubilados, aspiran a que otros saqueadores del producto argentino legalicen, sin explicación de origen, siquiera un décimo de lo vaciado al país (50.000 dólares sobre 500.000 que se calculan están en el exterior, ver La Nación del 19 de junio, Página/12 y El Cronista del 30 de julio de 2016).
Académicos economistas de estatura mundial proponen medidas de gobierno, cambio cultural, implantación de impuestos progresivos, transparencia y control democrático del capital. Es seguro que deben utilizarse los mecanismos institucionales de las democracias occidentales. Pero la metástasis de corrupción que las aqueja provoca una lucha despareja dentro de ellas para que sean eficaces en el combate contra la corrupción que vimos. Es una batalla a dar, pero aislada no alcanza para el tiempo que nos queda. Antes que llegar al triunfo, habremos perdido la guerra. Quien apunta bien es Naomí Klein. Inventaría innúmeras batallas menores, todas triunfantes, dadas por los pueblos, la mayoría de ellos originarios. El movimiento de masas es el eje primordial de un cambio de esencia en el modo de producción y de vida terrestre y cuenta con base objetiva como nunca antes la tuviera: le va la vida en él. Hubo en todo el mundo numerosos y ocultados ejemplos de luchas victoriosas contra las industrias extractivistas de aguas, bosques y animales, por preservación de culturas, fuentes de trabajo, recuperación de fábricas.
Este camino atraviesa una cuestión enorme: el de la representación popular y la participación de las masas. Escuetamente: el pueblo europeo padece un sistema bipartidista con política única, contraria a sus intereses; igual Estados Unidos, donde vota una minoría selecta y la mayoría reniega de quienes ejercen el mandato de magnates y corporaciones, que con dinero eligieron sus candidatos; en América Latina los factores de poder económicos nacionales y foráneos ejercen permanente dominio sobre las instituciones. En la Argentina, legisladores de todos los partidos aceptaron órdenes de un juez municipal de Nueva York sin atención al perjuicio del pueblo, ni al honor, la soberanía y la patria; un poder ejecutivo en manos de un beneficiario de la obra pública, que usa paraísos fiscales y se olvidó de otros 18 millones de pesos que tenía depositados en la guarida de Bahamas; un poder judicial en su gran mayoría corporativo, elitista y servil del poder real y, en la más importante organización no gubernamental, dirigentes con décadas al frente de una clase obrera que no representan. Se trata entonces de utilizar al máximo las posibilidades institucionales que nos proporciona la democracia librando batallas en concejos deliberantes, legislaturas provinciales, el Congreso Nacional y con acciones judiciales, para defender los derechos ganados. Pero el eje centralizador debe componerlo la movilización de todos los beneficiarios de los derechos conseguidos, cualquiera sea su ubicación partidaria o política si es que la tienen, para participar en la custodia de lo que obtuvo y le corresponde. Todos los modos imaginables –marchas, plazas por la democracia, protestas colectivas, peticiones, reuniones de vecinos, de consumidores, de clubes, de bibliotecas, de centros de salud, de estudio, comedores, difusión y propaganda, ayudas para las cooperativas, trincheras para las fábricas recuperadas, auxilios a las economías regionales y las pymes, de amparos colectivos ante la justicia– deben extenderse y articular con la medida de la infinita creatividad popular. Un machacar constante, cotidiano, sobre toda la geografía nacional detendrá y revertirá el ataque de la derecha contra el pueblo, saqueado a mansalva que, sin lugar a la menor duda, responderá y triunfará con algunos dirigentes a la cabeza y con la cabeza de la mayoría de ellos. Será el imprescindible Frente Ciudadano camino del poder democrático, participativo, popular, que se inscriba en la recuperación de la Patria Grande para la soberanía y bienestar de los argentinos con destino de ejercer su potente aporte en el difícil y peligroso panorama mundial, que nos incumbe en la misma y antagónica medida que a los buitres que lograron poner a sus administradores al frente de la Nación. En esa columna popular en marcha, por esos fines, objetivamente no existe lugar para corruptos. Quien pretenda serlo será un cuerpo extraño, un pequeño tumor que se irá o se verá expulsado por repugnancia exudada por su connatural condición. Esa es la única y auténtica vía contra la corrupción en serio, la que llegó a límites extremos en el siglo XXI, practicada y dirigida por praxis contrarias al interés del otro, enemigas del bien común, egoístas, miserables, sustractoras del producto social que cada individuo, quien sólo así, desarrollándose como tal en el abierto escenario de sus posibilidades existenciales sociales, será.
* Ex juez de Cámara Penal, primer titular de la Oficina Anticorrupción.
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