Jueves, 8 de septiembre de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Gerardro Adrogué *
A volver, a volver, vamos a volver. En más de una ocasión me descubrí cantando esta consigna. Hace unos meses con cierta mesura, incómodo tal vez. Hoy con manifiesto entusiasmo. Es un canto potente y ordenador. A veces surge de forma espontánea, hermanando a personas que sólo pretendían escuchar música en un recital. Otras veces fluye en una plaza repleta de vecinos. Con mayor frecuencia lo escuchamos en los actos y encuentros que se suceden a lo largo y a lo ancho del país. A volver, a volver, vamos a volver. Verdadero santo y seña con el que reconocemos a quienes (intuimos) piensan como nosotros.
Por la fuerza de su instalación cabe preguntarse ¿Adónde queremos volver compañeros?
Si volver significa retornar a un momento específico de la historia argentina, cualquiera sea éste, erramos el camino. Se equivocan quienes sostienen que volver es volver a los primeros gobiernos de Juan D. Perón, o a los tiempos de la resistencia peronista, o a los años ‘70 y la lucha contra las dictaduras cívico militares, o incluso a los mejores años de los gobiernos de Néstor o Cristina. Todos estos momentos históricos son, qué duda cabe, constitutivos de nuestra identidad política. En todos ellos reconocemos la búsqueda constante de un pueblo por construir un destino mejor y más justo contra la voluntad de los poderosos. Definen quiénes somos y de dónde venimos. Pero el error consiste en pretender volver a ellos literalmente, sin metáfora. El problema no es fáctico (volver al pasado es aún materialmente imposible) sino político. Pensar de esta manera condiciona la acción política, perjudicando las posibilidades de volver al gobierno y, peor aún, obturando la reflexión sobre cómo ser mejores la próxima vez. Si volver es restaurar, volver es reaccionario.
Dos ejemplos para ilustrarlo. Suponer que volver significa volver a ser los que fuimos inhibe la capacidad de construir nuevas mayorías político-electorales, necesarias para ganar las elecciones y volver al poder. No volveremos a ser lo que fuimos porque la vida (nos) sucede y si nos ponemos tercos en querer replicar el pasado nos condenamos al fracaso. Segundo ejemplo. Sostener que volver significa –lisa y llanamente– reinstaurar las formas de asignación y distribución del bienestar que rigieron durante un gobierno popular (como si se tratase de una situación ideal a la que debemos retornar) desalienta la voluntad de pensar qué debemos hacer distinto y mejor la próxima vez que el campo popular gobierne en la Argentina.
Por eso, volver no puede suponer, implícita o explícitamente, que hay cambios y transformaciones que no podemos hacer. Si volver es resignarse, volver es reaccionario. Sostener que la única forma de volver es aceptar ser una versión digerible de la patota de CEOs que hoy gobierna el país no es volver sino es alejarse aun más.
¿Y entonces adónde queremos volver? (porque cantar, lo cantamos) No a un lugar en el tiempo, no al poder por el poder mismo, sino a una idea fuerza que los atraviesa. Se trata de volver a encarnar la promesa del campo popular en la Argentina. Esa promesa que convoco a nuestros padres, nos convoca a nosotros y convocara a nuestros hijos. Promesa de inclusión y ampliación de derechos en todos los planos de la vida, de construcción de un orden social justo y equitativo. Promesa de democracia plena y de instituciones legitimas al servicio del bien común. Promesa de paz y tolerancia, donde la convivencia no suponga la negación del otro ni de los conflictos. Promesa fundada tanto en la vocación de poder como en la voluntad transformadora. Volvemos si logramos volver a encarnar esta promesa, como lo hicieron Perón, Néstor y Cristina.
Así, necesariamente, volver significa volver mejores. Mejores respecto de nuestra capacidad para apartar del proyecto a los “presupuestívoros de Obras Públicas”, como los llamo Leopoldo Marechal en su memorable Adan Buenosayres. Los Josecitos de siempre, personajes sin valor ni creencias políticas que se cuelan en cualquier parte con el único propósito enriquecerse sin que se les mueva un pelo por el inmenso daño que causan al proyecto nacional y popular.
También debemos volver mejores en la gestión de lo público. Sin duda, existe más de un área de gestión en la que debemos ser más eficientes la próxima vez. La eficiencia no es un atributo de la derecha ni de sus gerentes, aunque es evidente que la evaluaremos con otros parámetros (menos en la tasa de rentabilidad de las grandes corporaciones y más en la distribución del ingreso y la reducción de la pobreza).
Finalmente, es claro que la próxima experiencia de un gobierno nacional y popular en la Argentina debe avanzar más y mejor en la transformación del orden social. No conformarnos nunca con lo obtenido si existen ámbitos o relaciones sociales donde imperan la injusticia y la inequidad. Eso significó “ir por más” siempre. Deberemos invertir mucho tiempo y esfuerzo en reconstruir todo aquello que el odio gorila hoy destruye con voracidad inimaginable. Pero nuestra promesa no debe detenerse en reparar el daño sino en avanzar mucho más y mejor en la búsqueda de bienestar para todos.
Por eso, la próxima vez que lo cantemos, también pensemos adónde queremos volver.
¡A volver, a volver, vamos a volver!
* Sociólogo, UBA.
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