Lunes, 12 de septiembre de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
La semana pasada podría decirse que fue esperanzadora. El ataque vil contra el juez federal Daniel Rafecas (uno de los poquísimos todavía independientes y respetables, mosca blanca en los basurales de Comodoro Py) fue rápida y multitudinariamente repudiado por decenas de organizaciones de la sociedad civil, personalidades de todos los ámbitos y muchísimos colectivos. Tan grosera e insostenible fue la solicitada de ataque, que, aunque la vileza fue urdida desde el diario La Nación, muchos de sus rutilantes empleados parece que rehusaron firmarla al igual que muchos socios y amigos del Gobierno que podrán ser cuestionados pero no son tontos.
El brulote se sumó a la parva de mentiras y autoengaños gubernamentales, exponiendo una vez más la insensatez generalizada en el macrismo. Cuyo intenso afán de servidumbre a las ultraderechas norteamericana e israelí los está llevando al desatino de involucrar a nuestro país en narcoguerras y terrorismos. El manejo –es un decir– de la política exterior macrista y en particular su concepción del drama de Medio Oriente delata una vez más no sólo su incondicional entrega de soberanía sino también la estúpida y neocolonizada bajada de calzones ante un poder mundial descontrolado que pasa por su peor momento. La disputa entre la Sra. Clinton y el Sr. Trump se parece cada vez más a una pelea callejera de malos contra peores mientras el mundo sigue andando cada vez más inseguro, más violento y sobre todo más injusto. En ese contexto la ideología y las acciones de las Sras. Malcorra y Bullrich, si no fueran funcionarias con tanto poder ilimitado, ofrecerían un espectáculo desopilante como el de un carayá con una yilé en la mano en una fábrica de globos.
En ese contexto la Paz en la República Argentina, con este gobierno que ofrece pruebas cotidianas de su irresponsabilidad, corre serios riesgos. Mientras se cierran fábricas y se multiplican despidos, el cuadro social se agrava vertiginosamente. Se abren importaciones de todo lo que es innecesario, y aunque el presidente Macri hace bromas como que “las cosas mejoran”, continúa la destrucción de miles de pequeñas empresas y del consumo popular, a la vez que nuevamente se cierran ramales ferroviarios como en tiempos del innombrable riojano y los únicos privilegiados de la Patria son la minería, la soja y los bancos, que además son depredadores y no reparten un centavo de sus incalculables ganancias.
Por cierto, con este gobierno es imposible que el llamado “campo” sea recolocado al servicio de la Nación. Son todavía pocas pero sonoras las voces que reclaman el rediseño de la política agraria nacional para ponerla de una vez al servicio del conjunto de los argentinos y no más de una minoría privilegiada. El colectivo El Manifiesto Argentino ha salido por eso a cuestionar la concentración monopólica agrolimentaria, que desestabiliza el bienestar general y degrada la calidad de nuestra democracia, para lo que propone que se priorice la ocupación geopolítica del territorio, así como la soberanía y la seguridad alimentaria de la población. Nuestro país no resiste un metro más de soja ni un metro menos de bosque, y es por eso que el poder oligárquico que sostiene al gobierno macrista impide discutir el tamaño de las explotaciones agropecuarias, lo que es un perverso triunfo cultural de la oligarquía terrateniente y el empresariado de los agronegocios.
Nuestro país está en manos de patanes improvisados que sólo saben, si es que saben, de negocios y autobombos. Carentes de principios morales, su corrupción dizque elegante, por más que esté protegida por La Nación, Clarín y su telebasura permanente, parece también ilimitada: las cuentas secretas en Panamá, Bahamas y quién sabe dónde más del Presidente y su caterva de parientes y amigotes, más las fortunas casi seguramente mal habidas de acaparadores argentinos, particulares o empresarios, se calcula según diversas fuentes en una cantidad monstruosa y obscena: más de 300.000.000.000 (trescientos mil millones) de dólares. Presumiblemente encanutados en bancos o cuevas llamadas “paraísos fiscales” de todo el mundo, son la prueba perfecta de cómo llevan décadas reventando este país.
Es la misma supuesta elegancia con pretensiones aristocráticas que santifican las Sras. Legrand y Giménez en sus espectáculos circenses dedicados a encubrir despropósitos e injusticias. Y ahí está incluso la vicepresidenta Michetti, tan paqueta que parecía y aún con la consabida protección comunicacional, ahora investigada –ella sí, y en serio– por las fuertes sospechas de maniobras ilegales que sola o con su novio habrían hecho desde fundaciones truchas o casi, pero de lo que el monstruo mentimediático sigue sin ocuparse porque de eso, como de los Panamá Papers, “no se habla”.
Aunque todavía dominan muchas conciencias anestesiadas, el show militantemente mentiroso que a toda hora practican los medios que sostienen al gobierno está en declive. Protegen y ocultan a la vez que echan culpas del desastre a lo que insisten en llamar “la herencia recibida”, pero va quedando cada vez más claro que la conducta mafiosa del “de eso no se habla” no es más que confesión de impotencia y de maldad. Como la que reservan hacia la ex presidenta CFK, a quien en nueve meses de operaciones judiciales todavía no le han encontrado ninguna razón verdadera para llevarla a prisión. Casi igual que a Milagro Sala, quien más allá de cualquier reticencia que se pueda tener sigue de hecho secuestrada por el gobierno de Jujuy: no hay juicio, no hay pruebas, no hay condena y sin embargo se la mantiene en cautiverio como en una dictadura.
Entre lo ilimitado, lo que silencian y lo que mienten, y si encima andan inventando terroristas que no lo son, maras que no se encuentran y ahora guerrilleros de Estado Islámico, queda claro que estos tipos son capaces de cualquier cosa.
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