EL PAíS › EL PRESIDENTE NESTOR KIRCHNER RECORRIO LA ESMA CON SOBREVIVIENTES DE ESA CARCEL CLANDESTINA
“Qué importante sería que todos puedan ver esto”
Estremecidos por el retorno al lugar donde fueron sometidos por los grupos de tareas de la Armada, los ex detenidos-desaparecidos se reencontraron con la tragedia. Después de casi treinta años se sintieron reconfortados por el respaldo institucional que supuso el acompañamiento del Presidente.
Por Victoria Ginzberg
Lo peor fue entrar en “Capucha”, el sitio donde los detenidos estaban con los ojos tapados por una especie de antifaz, tirados sobre colchonetas de gomaespuma, encadenados y engrillados. Allí se hizo silencio. “No éramos sólo nosotros. Sentimos la presencia de los que no están”, dice a Página/12 Ana Testa, una de las sobrevivientes de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) que regresó ayer después de veinticuatro años al lugar en el que estuvo encerrada durante la última dictadura militar. Atravesar la reja fue difícil para todos. Pero, a la vez, fue sentir el reconocimiento oficial sobre el horror que vivieron. Durante el recorrido, el presidente Néstor Kirchner tomó del brazo a uno de los ex detenidos y le dijo: “Qué importante sería que toda la sociedad hubiese venido para que vea esto y pudiera entender lo que pasó en el país”.
Los sobrevivientes se encontraron en Casa de Gobierno para dirigirse a la ESMA. Pero poco antes se habían juntado en algunos cafés cercanos a Plaza de Mayo. Ahí empezaron a reconocerse. Era un acontecimiento para el que muchos no sabían si estaban preparados. Pero el estar juntos lo hizo posible. “En un momento hubo una diversidad de opiniones: si entrábamos con el micro al predio o si lo hacíamos caminando. Decidimos entrar caminando por el portón. Yo estaba nervioso, observándome a mí mismo para ver cómo reaccionaba. No asustado, no nervioso por temor sino por ver cómo reaccionaba. Por momentos me agarraba una opresión. Pero estaban los compañeros y eso fue clave”, cuenta Víctor Basterra, quien estuvo en la ESMA por más de cuatro años y logró sacar de allí fotos que luego sirvieron para identificar a represores y reconocer víctimas.
Eran unos treinta sobrevivientes y varios funcionarios: además del Presidente, estaban la primera dama, Cristina Fernández; el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli; el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde; el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, y la subsecretaria de Derechos Humanos de la ciudad, Gabriela Alegre. Kirchner saludó uno por uno a todos los ex detenidos y en seguida se dirigieron hacia el edificio del Casino de Oficiales, donde funcionó la médula del centro clandestino. Después irían también a la Enfermería y a la Imprenta.
“La primera vez que entramos en la ESMA lo hicimos encapuchados, éramos menos que un ser humano, ahora volver con el Presidente es un reconocimiento del Estado de lo que el propio Estado hizo”, señala Martín Grass.
Adentro todo parecía más chico. “Me llevé una sorpresa. Siempre veía el lugar tirado en el piso. Estuve siete meses tirado en el piso y me parecía que era más grande. En el sector cuatro (el sótano) estaba Documentación, un escritorio, gavetas para guardar cosas, un pequeño espacio que conducía al laboratorio, la parte de los sellos, otra oficina y tres piecitas chicas donde entraban una cama y una silla para el tipo que te estaba dando ‘máquina’. También estaba el comedor, que nos parecía inmenso. Hoy la sensación era ¿acá entró todo eso?”, se sorprende Basterra. Porque eran más jóvenes, porque lo vieron todo desde el piso o porque aquellas paredes eran todo su mundo y trataban de que cada vez se hiciera más grande. Todos buscan razones, pero todos coinciden en que en sus recuerdos las dimensiones del sitio eran mayores.
“Me impresionó el sector de El Dorado (donde funcionaba la central de inteligencia del grupo de tareas). El salón era inconfundible, ahora tenía unos cortinados hasta el piso que no sé si no son los mismos. Del otro lado estaba el sector desde donde llegaban y salían los operativos y se podía escuchar cuando entraban a la gente. Al cruzar el sector, en esa época parecía enorme, pero uno lo cruzaba con grilletes. También uno era muy pequeño frente al poder desaparecedor”, señala Cristina Aldini.
Los cuartos estaban cambiados, el sótano casi abandonado, algunos baños habían sido removidos, pero había ciertas marcas que hicieron que cada lugar fuera emergiendo tal y como había sido hace veintiocho años: la escalera que conducía a la rampa de la que salían los “vuelos de la muerte”, el cuarto donde estuvo secuestrada la monja francesa Renée Duquet, el lavadero donde corrían las ratas que se comían la comida de los presos y “la piecita” donde estuvo secuestrada la dirigente montonera Norma Arrostito “Gaby”.
El pasado también irrumpió sin mediaciones. Estaba ahí. “Cuando subimos al altillo, vimos en el pasillo una cama metálica doble con dos elásticos, que era del mismo tipo de las camas que teníamos en la memoria como la cama en la que nos torturaban, en una foto que aporté, se veía parte de una cama de ese estilo. También vimos dos heladeras viejísimas, de unos treinta o cuarenta años y parecían de las robadas, parecían parte del botín de guerra”, narra Basterra.
“Cuando bajábamos las escaleras, una compañera tuvo la misma sensación que tenía cuando las bajaba embarazada hace veinticinco años. Ella salió y parió a los tres días y como bajábamos engrillados y con los ojos tapados, siempre tenía mucho cuidado. Sin darse cuenta, hoy, mientras bajaba esas escaleras, se tocó la panza”, señala Testa.
La mujer, que vino especialmente desde San Jorge, en Santa Fe, para participar del reconocimiento del sitio, destaca que “cada vez más empezamos a sentir la necesidad de agarrarnos, de caminar juntos” y que “hasta el sótano” se sintió “más o menos normal”, pero cuando llegó a “Capucha” no pudo controlar ni los nervios ni el llanto. “Tenía en la cabeza el día en que me fui. Cuando me fui, más allá de las muertes previas y el olor a muerte, no tenía la dimensión real del desastre del genocidio. Hoy era un cementerio, lleno de espacios vacíos que eran vidas vacías. En ese momento la desolación era tan grande. Estaban las manos de los compañeros apretándonos, pero faltaban todos los que no están.”
“‘Capucha’ es muy fuerte. Las paredes están tan cual, impregnadas de presencia de una forma abrumadora. Cada uno se preguntaba allí por el otro, por dónde estaba ubicado ese que no está más. Varios se sintieron ahogados, porque además faltaba el aire. Hacía mucho calor en ‘Capucha’ y más en ‘Capuchita’, a pesar de que hoy no hacía tanto calor. Pensábamos el calor que haría en esa época. Yo estuve en verano y no recuerdo tanto el calor”, describe Testa. “Soportamos cada cosa. Y las neutralizamos con otras. No había oxígeno, pero lo tenías cuando te comunicabas con alguien, cuando te enterabas de que alguien estaba bien”, agrega Basterra.
El Presidente era y no era uno más. Acompañó, se interesó y, a la vez, su presencia hacía que el esfuerzo que hacían los sobrevivientes por estar ahí se retribuyera en el acto de apropiarse del sitio en el que los militares de la última dictadura habían querido apropiarse de sus cuerpos. “El Presidente estaba más cerca de Víctor (Basterra), de Mario Villani o Carlos Lordkipanidse, que fueron los que estuvieron más tiempo y pasaron por otros sectores en los que muchos de nosotros no estuvimos. Ellos le iban contando. Pero ante cada uno de los que nos brotaba la emoción o se nos caían las lágrimas, venía y lo sostenía, le palmeaba la cabeza o la espalda, pero no falsamente. Me da la sensación de que lo sintió como propio y de hecho creo que no puede ser ajeno porque él es parte de esa generación. Creo que hasta me sentí amparada por el Presidente, lo que me molestaba era la custodia”, dice Testa.
Basterra describe a un Kirchner interesado, preocupado en saber qué funcionó en cada lugar y, que, cada tanto, al escuchar las explicaciones que le daban los ex detenidos, movía la cabeza como si no pudiera creer lo que escuchaba y decía: “¡Que lo parió!”. La experiencia marcó también al resto de los funcionarios que acompañaron al Presidente. Al salir, Ibarra aseguró que fue “una de las cosas más fuertes” que vivió en toda su vida. “Esta postura del Presidente, que el Gobierno de la Ciudad acompaña, de recorrer la ESMA junto a los sobrevivientes y convertirla en Museo de la Memoria va a marcar un antes y un después en una historia nefasta del país. Es un homenaje a todos los que fueron secuestrados y torturados aquí durante la dictadura”, señaló. Los padres de alumnos de un liceo naval que funciona en el predio de la ESMA quisieron aprovechar la visita del Presidente para plantearle sus quejas por el traslado del lugar ante la decisión de convertir el sitio en un espacio para la memoria. Intentaron hablar con Kirchner, pero el Presidente los esquivó con una frase: “No es el momento”.
Después del atardecer, mientras se iba haciendo de noche, muchos de los ex detenidos sentían que era hora de irse. Volver a atravesar la reja, esta vez hacia la salida, fue otro reto. “Era una prueba, era atravesar un espacio con muchos fantasmas interiores porque éste ha sido un campo con un grado de perversión altísima. Muchos decían que era como exorcizarnos. Era salir por nuestros propios medios y encontrar gente afuera que nos estaba esperando. En aquella época a veces salíamos y entrábamos y era horrible la sensación de que el afuera era otro mundo no enterado de lo que pasaba dentro”, dice Aldini.
“Yo creí que nunca iba a volver. Muchos teníamos una sensación encontrada de no querer ir, pero a la vez necesitarlo”, asegura Testa. En cambio Basterra “deseaba” ir a reconocer el lugar: “Tenía que ir a ver el espacio, cómo lo dimensionaba, pero me sorprende el marco, que es institucional, que nos permite sacar a los milicos y nos permite entrar, aun transpirando y nerviosos, aun cuando había personas que nos miraban mal, lo hicimos. Entramos públicamente a un lugar que antes era clandestino y de alguna forma estamos recuperando pedazos de vida”.