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Con las dos decisiones encaminadas el pasado 24 de marzo –la conversión de la ESMA en Museo de la Memoria y el retiro de los retratos de Videla y Bignone del Colegio Militar de la Nación– el Presidente nos ha colocado, sin tapujos, frente a una cruda realidad. Podrá discutirse lo que se quiera sobre lo que pasó, en un plano instrumental. Pero de fondo nos colocó frente a una opción insoslayable. Así como no se puede ser cristiano y musulmán al mismo tiempo, tampoco se puede ser simultáneamente demócrata y partidario de la dictadura, de sus emblemas o de sus representantes.
Sin concesiones, la palabra y la acción presidenciales nos han planteado, hasta con fiereza, una cuestión dilemática: hay paquetes de valores que resultan incompatibles. La ESMA es la materialización del horror; Videla y Bignone son la imagen del terrorismo de Estado. Nadie que se defina como consustanciado con el orden republicano, la democracia y el estado de derecho puede, concomitantemente, reivindicar a Videla o Massera, o naturalizar la infinita barbarie que se enquistó en la ESMA, en los años del Proceso. Se está con el paquete de valores republicanos fundamentales o se comulga con los de la dictadura, la discrecionalidad y el terror. Ambos universos son irreductibles y, por lo tanto, incompatibles.
En una Argentina que ha dado ya pasos significativos para desandar el camino de las instrucciones a los fiscales, el Punto Final, la Obediencia Debida, los indultos y el amañamiento de la Justicia, puede sin embargo que todavía haya algo de lugar para la confusión. Para suponer que las medias tintas, los caminos graduales o la sospechosa ingenuidad de recomendar “borrón y cuenta nueva” sin más, ofrecen una salida.
Firme en sus convicciones, emocionado y emocionante, el Presidente nos ha puesto frente a dos ineludibles espejos. Afortunadamente no somos pocos los que sabemos en cuál hay que mirar para encontrar el dulce rostro de una patria democrática y libre, solidaria y plural.

* Sociólogo.