EL PAíS › OPINION

¿Crisis energética o presión oligopólica?

Por Plan Fénix *

Las agoreras advertencias acerca de cortes de suministro eléctrico ya escuchadas el pasado verano se revelaron falsas, pero, de nuevo, la opinión pública es asustada por la información referida a posibles dificultades en el suministro eléctrico y de gas. En esta ocasión, la amenaza se corporiza en la interrupción de suministro de gas a un conjunto de firmas industriales y generadoras eléctricas.
Estos inconvenientes han generado un debate, en el que se cruzan opiniones diversas. Ellas convergen en planteos acerca del ajuste de tarifas de servicios públicos, de modo que desde el Plan Fénix estimamos relevante dar a conocer nuestro punto de vista acerca del presente episodio, que no parece ajeno a tales definiciones.
En primer término, es de señalar que no existen restricciones nominales en cuanto a la capacidad instalada eléctrica, por cuanto la generación disponible supera en alrededor de un 50 por ciento la mayor demanda registrada. En efecto, mientras que el suministro máximo requerido se encuentra en el orden de los 14.000 MW-hora, la capacidad existente supera los 21.000 MW.
En segundo término, resultan pertinentes algunas consideraciones acerca del suministro de gas. Se aduce que las restricciones responden a la necesidad de recurrir a generación termoeléctrica, por baja disponibilidad de energía hidráulica; a su vez, esa primera opción se encuentra limitada debido a que no existirá suficiente capacidad de transporte de gas. En varios casos, esta aseveración se acompaña con advertencias acerca de la necesidad de reponer reservas de gas, habida cuenta de su disminución en los últimos años, lo que se lograría, desde ya, a través de un ajuste de tarifas.
Este debate presenta, de hecho, muy pocas cifras concretas, al punto que resulta notable la carencia de información precisa acerca del desempeño de los sectores de gas y electricidad. Por eso, cabe puntualizar los siguientes aspectos:
- Es cierto que las reservas de gas han disminuido durante la década del ’90, pero ellas equivalen aún hoy a 13 años de producción, de modo que no puede argumentarse que existan restricciones en lo inmediato.
- Es real que a partir de la reforma regulatoria y privatización del sector –llevadas a cabo a comienzos de la década del 90– no se han construido nuevos gasoductos para atender el mercado interno. Tampoco se ha incrementado significativamente el número de conexiones domiciliarias. Aun así, las empresas transportistas han logrado aumentar significativamente la capacidad de transporte, mediante la construcción de plantas compresoras y unidades de almacenamiento transitorio, que permiten amortiguar la demanda percibida en los momentos de pico.
- Si bien la demanda de gas se incrementó debido al retiro de antiguas unidades de generación termoeléctrica, su monto dista de alcanzar los picos que ocurren durante el invierno. El consumo de principios de este año es 25 por ciento superior al del período equivalente del año 2003, pero aun así existe capacidad disponible. De hecho, en agosto de 2003 se despachó un 30 por ciento más de gas que en enero de 2004. Parece insólito aducir que en verano, con temperaturas elevadas, se registren restricciones en la oferta de gas.
- Diversas publicaciones periodísticas vinculadas con la actividad empresaria han señalado que la restricción de oferta de gas a grandes consumidores se debe a la renuencia de las empresas petroleras a venderlo a través de las distribuidoras, obligando así a una adquisición directa, a mayor costo.
Las evidencias indican cabalmente que el problema de suministro que estamos atravesando no responde en lo esencial a restricciones técnicas de oferta. Por lo contrario, todo sugiere que responde a una maniobra de retención de gas por parte de los productores, en busca de mejorar los precios, aprovechando el crecimiento de consumo que se habría verificado en el primer trimestre de este año. Eso no indica que los problemas no existan, puesto que cabe anticipar restricciones en la capacidad de transporte, para el período invernal, si persiste la actual conformación de la generación eléctrica.
Tal como hemos señalado desde el Plan Fénix en diversas oportunidades, la reforma regulatoria y la privatización del sector energético han generado efectos distorsivos de gran importancia; entre ellos, la insuficiente inversión en transporte, tanto de electricidad como de gas, y la conformación de un mercado claramente oligopólico en la producción de hidrocarburos. Hemos destacado asimismo la carencia de políticas de mediano y largo plazo para el sector energético, a pesar de su reconocido carácter estratégico.
Es bien conocido que varias empresas del sector se han visto beneficiadas por la devaluación, puesto que no han sufrido incrementos proporcionales en los costos de sus insumos energéticos. Precisamente por ello no se justifican estas maniobras de retención de la producción, para presionar por un aumento de tarifas.
En rigor, si se verifican, esas maniobras deben ser aventadas rápida y vigorosamente por el Estado, que debe aplicar las regulaciones y controles que requiere cualquier mercado no competitivo y especialmente éste por su carácter estratégico; de no actuar, el Estado quedará necesariamente involucrado en esas maniobras. Peor aún, el suministro de un insumo esencial para la población, como es la energía, se encontrará en riesgo, como resultado de una puja de intereses sectoriales.
Conviene destacar que el presente proceso se asocia con la reciente sanción del decreto 181/04, que instrumenta un procedimiento para el ajuste tarifario del gas. Este decreto autoriza a la Secretaría de Energía a celebrar acuerdos de precios con los productores de gas; ese criterio refleja, notablemente, una práctica que se apoya en la elevada concentración de este mercado, y que resulta ilegítima cuando se realiza entre actores privados. Se requiere entonces que el Gobierno defina su posición ante esta presión, procedente de una oferta oligopolizada. De allí que entendemos que esa política no puede sino pasar por una regulación del precio de gas en boca de pozo, fundada básicamente sobre los costos reales de prospección y producción y la información veraz acerca de los volúmenes de extracción en boca de pozo.
En caso de que se paralicen las inversiones de prospección de reservas de hidrocarburos, será menester que la sociedad constituya los recursos necesarios para resolver el problema. Las mayores retenciones eventuales sobre las exportaciones de gas podrían ser la base de esa estrategia que en la mayoría de los países productores de América latina se resuelve a través de la gestión estatal.
El debate actual no debe ocultar, por último, que se encuentra pendiente una definición acerca del futuro perfil energético del país, luego del masivo vuelco hacia el consumo de gas ocurrido en la década del ’90, que se reflejó en la disminución del horizonte de reservas disponibles. Por otra parte, es necesario adoptar medidas para corregir las distorsiones que ocasionó el marco regulatorio, en particular en lo referente a capacidad de transporte de gas y energía eléctrica. Estas medidas deben ser encuadradas en una estrategia de crecimiento con equidad, que la Argentina no supo encontrar en los últimos 25 años. Un cambio de rumbo en la política energética puede ser un paso decisivo en esa dirección.

* Proyecto Estratégico de la Universidad de Buenos Aires.

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