EL PAíS
Lanusse juró como interventor con aplausos y “que se vayan todos”
El ex fiscal, en medio de la expectativa de los santiagueños, que lo recibieron con aplausos y cánticos, asumió el cargo. Con él, su gabinete, que comenzó a reconocer la Casa de Gobierno. Abucheos a Chabay Ruiz.
Por A. D.
Hora 18.55. Aeropuerto Comodoro Angel Aragonés, Santiago del Estero. La comisión que llegaba a bordo del avión de la Armada Argentina no sabía que, en las calles, distintos sectores de la ciudad comenzaban una marcha hacia Casa de Gobierno. Habían abandonado Buenos Aires hacía dos horas, con la ciudad repleta de reclamos sobre seguridad y el caso Axel Blumberg en el centro de la agenda. En la pretérita Santiago del Estero, la policía aeronáutica corría para montar su protocolo usual para recibir a los líderes políticos. Escaleras, barreras de seguridad, chequeos, permisos. En la puerta del avión apareció Pablo Lanusse, el ex fiscal designado ahora interventor de la provincia. Rápidamente, detrás suyo bajaron todos los funcionarios de su próximo gabinete y el ministro del Interior, Aníbal Fernández. Allí algo pasó. Nadie observó los viejos protocolos. Nadie se detuvo para frenarse ante la presencia del interventor. El nombre de Lanusse fue canturreado, hubo vivas por la intervención. También comenzó a ejercerse ese poder de control sobre el Estado que los santiagueños aprendieron a desarrollar durante estos últimos meses: impidieron el paso del intendente de La Banda, Héctor Ruiz, acusado por la muchedumbre reunida primero en el aeropuerto y después frente a la Casa de Gobierno por sus relaciones históricas con el viejo gobierno.
Lanusse había estado en Santiago varias veces. Normalmente llegaba como parte de la comisión del Ministerio de Justicia que trabajó durante el año pasado en las investigaciones que terminaron con el pedido de intervención. En aquellas ocasiones su paso era casi anónimo. Preguntaba, observaba, conocía los detalles que lo hicieron denunciar los mecanismos de tortura usados por la policía provincial. Ayer bajó ungido por la designación presidencial. Con firmeza anunció la creación de un gabinete que se concentrará en recuperar la transparencia institucional de cada uno de los poderes.
El nuevo gabinete de gobierno pasó del aeropuerto a la Casa de Gobierno. Pablo Fondevilla, el nuevo ministro de Gobierno, se ocupó de inaugurar formalmente el espacio de la intervención. Llegó primero, acompañado por los voceros de Aníbal Fernández y algunos hombres de prensa del nuevo gabinete. Estaban perdidos, metidos en una casa que podía transformarse rápidamente en una trampera.
–¿Qué hay arriba? –preguntaban desorientados mientras los que iban llegando subían hacia la gran Sala de Acuerdos, el tradicional sitio de ceremonias de la casa de Santiago y el ámbito desde donde Nina y Carlos Juárez pronunciaron alguno de sus últimos discursos públicos.
El cuerpo de empleados estable de Ceremonial y Protocolo, que hace dos días organizó la despedida sobre el balcón del matrimonio del gobierno, corría tan aturdido como los recién llegados para organizar el pequeño acto.
–Me interesaría saber cómo va a ser la ceremonia –les preguntaba Fondevilla antes aun de preguntarles dónde quedaba el despacho del gobernador o los lugares que tendrían para ellos.
Aníbal Fernández, mientras tanto, envalentonaba a Lanusse. Dispuesto a llevar adelante un plan de gobierno profundamente técnico, tal como lo anticipó, con bajísimo perfil político y menos perfil mediático, el nuevo interventor estaba convencido de que no pronunciaría una sola palabra en público. Fernández intentaba provocar un cambio de opinión que quizás fue acelerado por los silbidos y el clima de ofuscación de los santiagueños que se agolpaban en la calle y en la mismísima Sala de Acuerdos.
También ahí se escuchó un frenético “que se vayan todos, que no quede ni uno solo, ohhhh”. Los que estaban habían visto a uno de los intendentes locales cruzarse por el salón y recalar en el despacho donde se aprontaba el nuevo gabinete. No lo soportaron. “Si era un hombre de la Nina”, gritaba una mujer dentro del salón mientras enseguida conseguía eco en toda la audiencia. Silbaron, exigieron la “cabeza de todos” nuevamente, denunciaron en voz alta supuestos acuerdos del intendente con el poder económico. Héctor “Chabay” Ruiz, el intendente de La Banda, el cuestionado, rojo como un tomate, tuvo que abandonar la sala. Sólo en ese momento y no antes, en la sala se escuchó: “Y ya lo ve/ y ya lo ve/ es para Juárez que lo mira por tevé”, mientras Lanusse dejaba el despacho para pararse frente al escribano que iba a tomarle juramento.
No hubo tiempo para más. No juraron los funcionarios que lo acompañaban y que a partir de ahora integrarán el nuevo gabinete. El secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde, y Aníbal Fernández se sentaron enseguida a su lado para abrir inmediatamente una conferencia de prensa. “Vengo con el claro mandato de recuperar el funcionamiento y la credibilidad del Poder Judicial de la provincia, desterrar la corrupción y la impunidad, abordar las cuestiones sociales, la salud y la educación”, dijo Lanusse antes de que lo interrumpiera el primer estallido de aplausos. Su discurso y la conferencia se centraron en dos puntos: la recuperación de la calidad institucional de la provincia y del espacio de libertad aclamado por el pueblo. “Un espacio –dijo– del que muchas veces fueron privados.”
Ofreció compromisos. Reclamó colaboración de esa sociedad de Santiago que trabajó durante estos meses exigiendo una transformación. “Pero este trabajo tiene que ser acompañado con el compromiso de la sociedad de Santiago del Estero, que es la que en definitiva tendrá que decidir en libertad y con convicción el futuro de la provincia.”
Las palabras remiten a una nefasta experiencia histórica: la última intervención en la provincia. Aquella vez, Juan Carlos Schiaretti asumió por seis meses y extendió el mandato durante dos años. Y dejó la provincia en un desfalco. Lanusse se preocupó en aclarar exactamente dos puntos: el tiempo de 180 días, prorrogables por otros 180. Y subrayó la decisión de someter su administración a los controles de la Auditoría General de la Nación. El organismo se encargará de revisar las cuentas que quedaron y de controlar a la administración que ahora se pondrá en marcha. Una comisión revisará la Justicia y una mesa de concertación se encargará de las vinculaciones e integración con los distintos sectores políticos. Y será así, dijo, “hasta el último día que dure el gobierno para entregarlo a la autoridad que sea electa por el pueblo de la provincia de Santiago del Estero”.