EL PAíS › COMO SON LOS SISTEMAS DE LOS JUAREZ Y LOS RODRIGUEZ SAA
Manual del feudalismo argentino
¿Qué tienen en común y qué de diferente los regímenes de San Luis y Santiago del Estero? La investigadora Marina Farinetti viene estudiando este tipo de política y sus estallidos desde hace más de una década y explica las claves de un estilo de construcción del poder y las debilidades de las sociedades que lo sufren, se adaptan y se rebelan.
Por Alejandra Dandan
Las características de folletín del gobierno de los Juárez. La Nina. Los mitos. Los Rodríguez Saá. El enfrentamiento con la Iglesia en San Luis. Los viejos feudos, los modernos. La incidencia del menemismo. El kirchnerismo como catalizador de procesos de cambio. Los pedidos de intervención. Las intervenciones. Los resultados. Marina Farinetti trabaja su tesis de doctorado sobre la construcción de poder del juarismo. Investigadora de la Escuela de Política y Gobierno Nacional de la Universidad Nacional de San Martín, investigó el estallido social de Santiago del Estero en 1993 y ahora revisa aquellos acontecimientos a la luz de la segunda intervención de la provincia. En diálogo con Página/12, compara las crisis de Santiago del Estero y de San Luis, analiza los emergentes, los actores políticos y las diferencias. Y la crisis de los caudillos del interior del país en el contexto del kirchnerismo.
–¿Por qué subsistieron hasta ahora los Juárez?
–El régimen sobrevivió durante años. Yo diría que hay una pregunta que contiene la respuesta: ¿por qué era tan débil el exterior del régimen? Lo que se observa en este momento son las miserias del régimen. Pero hay que preguntarse qué es lo que hay afuera. Sobrevivió sostenido por el afuera: lo que pasa es que está en la naturaleza del régimen tener poco afuera.
–Según los datos de la Universidad Católica: el 86 por ciento de la gente dependía formal o informalmente del Estado.
–La gente prácticamente está obligada a entrar en relaciones personales y a utilizar racional o estratégicamente los vínculos personales para tener una posición en la sociedad, no sólo para tener un puesto en el Estado. No sólo los sectores postergados lo hacían, también lo hacían las clases medias, los profesionales: mientras más arriba de la escala social estaban, parecían tener más dependencia de los circuitos políticos.
–¿Cómo se sostuvo el poder? ¿Por el espionaje?
–En la actualidad da la impresión de que el gobierno funcionaba a puro espionaje y autoritarismo. Estoy convencida de que además de eso tenía mecanismos muy micro y toda una arquitectura de construcción de consenso. Aunque es una palabra difícil de usar en un régimen autoritario, pero por lo menos en la elección de los funcionarios en todos los niveles del gobierno da cuenta de que existía cierto consenso.
–¿Hay elementos semejantes en San Luis y Santiago del Estero?
–Es fundamental historizar estos regímenes caudillistas o paternalistas de las provincias argentinas para entenderlos. En San Luis hay un Estado más desarrollado, más moderno, y en la situación actual hay una crisis pero no es comparable a la de Santiago. En San Luis hay una situación de fuerte conflictividad pero existe un Estado más desarrollado que implementa políticas, que tiene una organización distinta a la de Santiago, que era muy rudimentario: se puede ser igual de horroroso pero con tecnologías más complejas que las fichas, que era lo que había. En San Luis hay un administración pública más desarrollada, se nota en las políticas que han podido sostener. Pudieron sostener el régimen de promoción industrial, políticas educativas, es un Estado activo, intervencionista. Con una gestión pública clientelista, paternalista, pero podríamos decirle de modernización paternalista.
–Sin embargo parecería que la demanda de intervención federal homologa los dos escenarios.
–Pero si observa bien, hay más demanda de intervención en San Luis que la que hubo en Santiago. En Santiago importaba más la demanda de justicia en general, el esclarecimiento de los crímenes, que se vayan los Juárez pero no la intervención. En San Luis hay una demanda específica: que se vaya El Alberto por “vía de renuncia o vía de intervención”. Que no es que se vayan todos ni que cambie el régimen político. Adolfo Rodríguez Saá tiene mejor imagen que el gobernador.
–A su criterio, qué fue lo que generó el pedido de destitución de Alberto Rodríguez Saá?
–En la crisis de San Luis está claro que hay un Estado que lleva a cabo políticas y que esas políticas generan conflictos. Lo que caracteriza la crisis es que hay muchos conflictos al mismo tiempo. La policía está dividida, los oficiales quieren que descongelen los ascensos. En ese contexto, la policía tiene la oportunidad de presionar por sus intereses porque es un factor clave para el gobierno. Los docentes fueron el sector que amplificó más la situación, la intendencia bicéfala, la Iglesia, los sindicatos. Hubo una sumatoria de conflictos sectoriales que se potencian entre sí y que amplifican la oportunidad para golpear: para la demanda. Son reclamos específicos pero todos se encuentran en la demanda de la intervención federal. Es evidente que está jugando el antecedente de Santiago del Estero. Como existió, aparece la idea de que es posible la idea de sacar a un gobernador que fue elegido hace un año, un año, por el 70 por ciento de los votos. Se unificó el conflicto con esa demanda: no sé qué otra demanda podría haber generado una amalgama.
–Usted marcó dos elementos: la confluencia de conflictos y el antecedente de Santiago del Estero.
–Pero hay más: estos regímenes han sufrido un viraje, un cambio de contexto muy importante.
–¿Cuales son los cambios?
–Advierto al menos dos. Por un lado, por el gobierno peronista de Kirchner, que llegó con un discurso de modernización política, de recuperación de la ciudadanía, de derechos humanos. Son discursos universalistas. Hay un Estado nacional que aparece como un Estado protector de los derechos de todos. ¿Cómo se concilia que haya regiones del país donde existan regímenes represores? Creo que la política nacional tuvo y tiene un impacto muy fuerte sobre la política interna en esas regiones.
–¿El otro?
–Es que no sólo cambió el discurso del gobierno. También la movilización social cambió. Hay una sociedad mucho más activada y más acostumbrada a la demanda y la protesta que en los ’90. Ha cambiado completamente el contexto para estos regímenes.
Los emergentes
–El doble crimen de la Dársena suele aparecer como el desencadenante de la caída del régimen. En varias ocasiones, solió asociarse ese escenario con la Catamarca de los Saadi.
–El doble crimen fue el detonante de la caída del régimen juarista. Hubo movilizaciones pero no fueron comparables con las del caso María Soledad. Las marchas no llegaron a esos niveles. Lo que pasó en Santiago del Estero es que el juarismo se quiebra internamente.
–¿A qué se refiere específicamente con “quiebre interno”?
–Al querer esclarecer esos crímenes, los Juárez entregan a Musa Azar y Musa Azar es una máquina de decir cosas. Estuvo comprometido con el proceso, pero es él el que destapa la olla de la máquina represiva y criminal de Juárez. Frente a la suma de ese tipo de cosas no podría haberse sostenido el juarismo: los crímenes, la participación de gente cercana al centro político, los derechos humanos, el papel de Juárez antes de la dictadura y en un contexto nacional de revalorización de la recuperación de la justicia.
La sucesión
–El gran problema que tienen estos regímenes ahora es la sucesión: que es clave en un sistema político. Cómo se reproduce el régimen.
–De hecho, en las dos provincias la crisis no se disparó cuando gobernaba el caudillo natural Carlos Juárez o Adolfo Rodríguez Saá, sino cuando entraron en juego herederos aparentemente legítimos: La Nina y El Alberto.
–Pero esto es nuevo. La Nina, por ejemplo, siempre tuvo mucha importancia en la organización del asistencialismo y la máquina electoral del juarismo, pero que asumiera un cargo como el que asumió de gobernadora era lo inimaginable. Nadie imaginaba cómo iba a ser ella, no tenía vida pública. No le gustaba aparecer en público ni ser fotografiada. Hubo un momento de días de total incertidumbre. Eso tuvo un impacto muy fuerte. Sucedió lo inimaginable: ella como gobernadora, pero sucedió lo inimaginable porque también era inimaginable otra sucesión. No han surgido líderes de hecho de la revuelta del ’93, no hay ni héroes ni figuras.
–¿Es posible un postjuarismo?
–No se generó ni un movimiento social ni tampoco una alternativa política. Es muy importante 1993. Esto no tuvo una productividad política. La intervención de Lanusse está acechada por el fantasma de qué va a suceder después. Cómo imaginar una política postjuarista. ¿Acaso si se presenta Juárez no gana? Pienso que las cosas en Santiago del Estero son tan descarnadas que la edad que tiene Juárez invalida que vuelva a ganar.
–¿Quiénes son los herederos?
–San Luis tiene la configuración de una familia con mucha influencia política que en general tuvo a su cargo el gobierno. En el caso de Juárez tiene esta segunda esposa que es Nina sin hijos: no configuran una familia tradicional. Lo tradicional en Santiago del Estero, por ejemplo, es que esas sucesiones las resolvía el gobierno anterior. Natalio Botana trabaja la pauta de la sucesión de los regímenes oligárquicos conservadores en Argentina, los llama “El sistema del gobierno elector”. Era el gobierno saliente el que elegía al sucesor, no la gente. En Santiago ese mecanismo estaba institucionalizado. Era Juárez el que elegía a su sucesor a través de un sistema muy complejo que es el Partido Justicialista en Santiago.