EL PAíS › EL SALDO DE SIETE DIAS QUE DEJARON SU ESTELA

Anochecer de una semana agitada

Todo empezó con los dimes y diretes entre Lavagna y De Vido. Terminó con la sorpresiva despedida de Prat Gay. En el medio, índices para todos los gustos. Qué pasó, cómo se ve el Gobierno en el espejo. Y qué es lo que no ve cuando crece demasiado la autoestima.

 Por Mario Wainfeld

OPINION

El Gobierno se mira en el espejo y ni se toma la molestia de preguntarle si hay alguien más bello en el mundo, porque lo da por hecho. La autoestima oficial linda con el cielo y los argumentos brotan como un tropel de la boca de surtidos funcionarios.
La meseta no existe, la meseta en la que habría recalado la dinámica económica, se entiende. La pobreza y la indigencia merman, el nivel de actividad económica crece a lo bestia. El Fondo Monetario Internacional (FMI) concede una prórroga solicitada desde acá. La exigente SEC de la Bolsa de Nueva York no tiene más preguntas acerca de la propuesta argentina de canje de la deuda externa privada. Cierto es que el índice de desempleo trepó en el segundo trimestre, pero el Presidente tiene datos que acreditan que descenderá abruptamente en julio, como ya venía sucediendo en junio. Internas hay pero, o bien Néstor Kirch-ner las resuelve de cuajo concentrando más poder sin daños colaterales (caso Banco Central), o bien se saldan sin mayores efracciones (caso De Vido vs. Lavagna). La autoestima que espejan todos esos argumentos (sinceros y hasta ciertos si se los contextualiza bien) es valorable, aun imprescindible.
Es fácil diferenciar conceptualmente la autoestima de la arrogancia pero no es tan sencillo notar dónde queda la línea divisoria en el día a día. Tal vez un buen modo de demarcar el límite sería notar que los principales problemas del país siguen irresueltos, que algunas áreas sensibles del Gobierno están discutidas por lentas e ineficaces. Y que, como coincidirían los compañeros transversales Adam Smith y Carlos Marx, un país que combina alto desempleo y mucha pobreza sigue siendo muy fértil para que haya salarios de hambre. El debate acerca de si la generación de trabajo vía el modelo postdevaluación resolverá la pobreza o si serán necesarias medidas más directas y específicas debería ahondarse en momentos de euforia y no ceder paso a la autocelebración, esa tentación eterna de los oficialismos.
Los indicadores conocidos durante la semana detonaron sonrisas en la Rosada y zonas de influencia. Máxime cuando Néstor Kirch-ner hizo saber a los integrantes de su gabinete que el índice de desempleo de 14,8 por ciento bajará en el tercer trimestre. Según los datos del Indec, que trabajan personas que le son confiables, el Presidente proyecta que el desempleo definitivo de junio será del 14,2 por ciento. Y que el guarismo de julio será 13,8 por ciento.
A decir verdad, los índices sorprendieron a los propios funcionarios, que percibían que la meseta existía. Ahora, cuando diagnostican su ilusoriedad, reparten reproches acerca de quién creó ese mito. En Economía señalan a los gurúes de la derecha económica. En Jefatura de Gabinete coinciden en parte pero no se privan de tirarle algún palito a Roberto Lavagna, quien habría “comprado” la susodicha ilusión óptica.
Las discusiones que enfrenta el oficialismo no suelen hacerle mella. Las desmentidas agorerías respecto de las decisiones del FMI o la SEC comprueban que el mejor registro de esas negociación sigue estando en los edificios públicos de la Plaza de Mayo. Kirchner y Lavagna suelen enfadarse con el punto de vista que proponen variados medios sobre el tema, mayoritariamente sesgado en pro de la postura de los acreedores privados o aun de los organismos internacionales. Algo de eso hay.
La aprobación del FMI al pedido argentino de postergación de pagos prorrogables refutó a quienes decían que estaba trabada o que se concedería por un lapso inusualmente corto. Lavagna no deja de subrayarlo.
Un viaje de IVA
La decisión de no producir ninguna reducción del IVA, como venía anticipando y estudiando el Gobierno, fue coincidente con este nuevo escenario. “No se tomó la decisión sólo por los índices, pero estos pudieron influir”, reconoce una voz muy afín a Lavagna. La baja del IVA, que se imaginaba generalizada, fue “desactivada” concediendo (¿cediendo?) a un argumento-apriete empresarial: los precios no bajarían. Mientras apretaban, los supermercadistas revolearon banderas rojas, invocaron los derechos de los pobres, impulsando una baja selectiva para artículos de primera necesidad, que prometían muy generosa para los menesterosos. En verdad, una rebaja de productos básicos recoloca a los súper y los híper ventajosamente respecto de los bolicheros que, en pos de su supervivencia o abusando de su astucia, evaden IVA. Cuando se trasviste de reclamador social, el empresariado nacional realmente existente muestra demasiado la hilacha.
La reducción del IVA, acaso por tres puntos, no iba a cambiar la historia pero rumbeaba en un sendero correcto. Por lo pronto, podía ser un zafarrancho para –algún día– bajar nomás la sideral alícuota del 21 por ciento. El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, gusta explicar que el sistema impositivo actual no es tan regresivo como pintan algunos críticos del Gobierno. Según él, la recaudación se divide en tercios bastante semejantes en volumen: uno de ganancias, otro de retenciones, otro de IVA. Los dos primeros tercios van en rumbo progresivo. Más allá de las precisiones numéricas, hay un reproche posible al método elegido para pensar el tema, del lado oficial. Lo que sigue ocurriendo, sin cambio, es que el 21 por ciento es pagado por los sectores más necesitados de la población, que soportan una carga tributaria feroz. Aportan relativamente menos de la torta recaudatoria porque tienen poca plata para gastar. Pero igual dejan en las arcas de la AFIP más lonjas de su patrimonio que los más ricos. Como nota al pie, valga señalar la morosidad con la que se implementa la “tarjeta social”, que de cualquier modo es apenas un paliativo a un problema de fondo.
Pero volvamos a los ricos. En la Argentina sigue siendo un negocio fenomenal tener plata. El establishment desconfía del actual gobierno, pues lo cree capaz de virtuales ataques en el futuro. Recela de las virtualidades del oficialismo, hasta le teme por lo que podría hacerle, pues lo intuye capaz de ahondar el rumbo que eligió. Sus enconos no tendrían casi razón de ser si fincaran en lo que ya han padecido.
Desactivar la merma del IVA dejó entre paréntesis (vale esperar que sea de momento) la discusión acerca de si la aspiradora fiscal no había frenado demasiado la economía. Esa discusión fue acotada por los índices conocidos en estos días pero no habría que tenerla por saldada.
No vienen por la tierra
Los indicadores sobre desempleo siguen subrayando uno de los principales desafíos al Gobierno. Los datos conocidos anteayer no sólo alarman por el respingo para arriba, que parece ser temporal. También por reiterar que los grandes agregados urbanos pobres siguen siendo focos irresueltos de carencia. El conurbano bonaerense, cuyo paro laboral creció más que la media, sigue en el centro de las necesidades y en la periferia de las soluciones.
El Gobierno celebra, con razón, la reactivación de la industria automotriz y el aporte que puede hacer el Bndes, el banco de desarrollo brasileño, como ofertante al mercado de préstamos en Argentina. Pero la carta más firme para generar trabajo en lo que queda de 2004 es el Plan de Viviendas. El Ministerio de Planificación sigue estimando que los resultados tangibles, esto es, el comienzo de la construcción de decenas de miles de viviendas sociales, se verá en noviembre. En una de sus contadas apariciones públicas de los últimos tiempos, Alberto Fernández compartió esa profecía optimista. De momento se transita el proceso licitatorio y dos dificultades acechan para que el augurio pueda no plasmarse en tiempo y forma. El primero es la existencia de impugnaciones, apelaciones o sencillamente chicanas a las licitaciones aún en curso. Este escollo alude a la naturaleza congénita del empresariado nativo. Así las cosas, es un riesgo de temer.
El segundo escollo se vincula, en cambio, con el deterioro estatal. Construir miles de viviendas exige miles de metros cuadrados de terrenos adecuados, con acceso a servicios básicos. Sobre el punto compiten el Estado nacional y los municipios. En algo están de acuerdo: la tarea de conseguir esos terrenos compete al otro. Los municipios se quejan de no tener plata como para comprar terreno. Incluso el intendente de La Matanza, Alberto Balestrini, sugirió al ministro de Planificación, Julio De Vido, que se pusiera a cargo de los empresarios que licitaran la obtención de las tierras.
En el gobierno nacional se razona que los intendentes son los que mejor capacitan para detectar las tierras aptas en sus distritos. “Desde acá –ilustra un funcionario con despacho de la Rosada– usted puede justipreciar cuánto cuesta una tonelada de cemento, en otro lugar del país. Pero ¿cómo hace para saber que le han tasado bien un terreno de un distrito lejano? Eso se presta a todo tipo de negociados que no vamos a bancar.” Tampoco hay disposición nacional para adelantar fondos a los intendentes.
La pulseada tiene su lógica y el Gobierno confía en que termine en una solución virtuosa. Apuesta a que, apremiados por la necesidad, los intendentes se pongan las pilas y consigan la tierra. El riesgo es que la contienda dilate los plazos o genere parálisis. Un antecedente incómodo remoja varias barbas en el Gobierno: el del plan de construcción de escuelas, que se demoró muchísimo por una contienda no tan distinta a la actual, aunque sensiblemente menor.
Dicho sea de paso, este caso es uno de los que más miradas de soslayo cruza entre Lavagna y De Vido. Lavagna no se priva de señalar que la plata está disponible desde hace meses y de remarcar que, sin construcción de viviendas, habrá un cuello de botella en el ataque al desempleo. Dejando de lado la pugna con De Vido, la centralidad atribuida al plan de viviendas es compartida por el Presidente y el ministro de Trabajo, Carlos Tomada.
El índice de desempleo cedió lugar en las tapas de los diarios al cambio de autoridades del Banco Central, pero sigue siendo un tema esencial. Asombra la escasez de voces opositoras alternativas respecto de los datos concretos, de coyuntura. La pobreza institucional se cimenta en todos los actores del sistema político, que parece un oligopolio oficial. La CTA yel ARI de Elisa Carrió bregan por la instauración de un ingreso universal básico, que enfoque desde otro ángulo el problema de la distribución del ingreso, la igualdad y la ciudadanía misma. Desdichadamente, solo anudaron una enérgica acción común (el Frenapo) cuando la iniciativa era difícil de receptar por el gobierno de turno y el Estado de turno no parecía estar en capacidad de bancarla. Hoy día, cuando el Gobierno es más poroso a esos reclamos y cuando “la caja” está mejor provista, las acciones conjuntas no aparecen. Seguramente las relegan diferencias políticas que, vistas desde afuera, dan la sensación de ser menos relevantes que la necesidad de incidir en pro de un cambio necesario.
Uno más uno ¿igual a ..?
La oposición se despinta, de modo tal que la política local actual no funciona como un juego de suma cero. Lo que pierde eventualmente el Gobierno no capitaliza a sus adversarios. Suele diluirse, excepción hecha de los momentos de auge de Juan Carlos Blumberg, cuyo consenso crece cuando los secuestros extorsivos invaden la agenda.
La situación tiene alguna analogía con lo que ocurría con el menemismo antes del advenimiento de la Alianza. Sus zozobras no alteraban el cuadro político por falta de un antagonista alternativo a la vista.
Tan es así que esta semana pudo repechar –aparentemente sin mayores costos– dos conflictos internos, entre figuras centrales del Gobierno. La discusión entre De Vido-Lavagna es una añeja tradición, pero ahora todo el oficialismo (empezando por los contendores) le baja el precio o la remite al archivo. En Economía explican que las críticas al funcionamiento de la Uniren no concernían sólo (ni aun especialmente) a De Vido. Y disparan dardos contra los legisladores oficialistas que cuestionan las negociaciones con las privatizadas, para mejorar su dolida reputación. “Preparan informes que nos putean de la primera línea a la última, donde recomiendan aprobar nuestro desempeño –rezonga un allegado muy cercano a Lavagna–, pero ya el daño está hecho. Le dan letra a los ciudadanos.” Más allá de la sinceridad de los argumentos o de la reconciliación, lo inequívoco es que en todas las oficinas de gobierno se “desactiva” la contienda, como si fuera la rebaja del IVA.
Las pugnas intestinas inducen a opositores políticos u opineitors de derecha a divagar sobre el carácter predatorio de las internas peronistas, un tópico taquillero pero que se torna agobiante cuando no se le propone solución. Máxime cuando los peronistas demuestran en el rectángulo de juego otra de sus sabidurías proverbiales, la de reunirse contra emergentes adversarios comunes. Kirchner no debería estar muy feliz con Lavagna el jueves, pero cuando Alfonso Prat Gay planteó un desafío inesperado y divisivo del frente interno no se permitió dudar.
La chispa se encendió para azoramiento de la Rosada, que no imaginaba que iba a afrontar “un caso”, pues daba por hecho que el presidente del Central analizaría las correlaciones de fuerzas y le bastaría con conservar la conducción del Banco. Prat Gay se salió de la lógica política (o usó otra) y pidió amplias facultades, algo inaceptable (hasta inimaginable) para Kirchner. Las redondeó, cuentan en la Rosada, con críticas despiadadas a la negociación con los acreedores privados y con propuestas de reformular la propuesta en favor de estos. El Presidente leyó una provocación y aun un caso de doble pertenencia. Algo quizá demasiado duro con el banquero central, cuya política fue coherente con la del resto del Gobierno.
Aun sin “comprar llave en mano” las suspicacias de la Rosada sí puede hacerse un apunte político sobre lo que se discutió. Prat Gay, a estar a su propio discurso, reclamaba un directorio muy capacitado técnicamente, con alta especialidad en política monetaria, profesionales universitarios a nivel de post grado. Un dream team no obsecuente pero sí afín a suspolíticas. Prat Gay se quejó en la Rosada de que su directorio actual no calzaba en ese talle. “Propuse una reunión semanal para discutir de política monetaria, los jueves. Daba vergüenza”, relató. Y comentó que los bancos centrales de todo el mundo –empezando por el Primero, siguiendo por Brasil o Chile y culminando en el Tercero– están tallados así. Dicho sea de paso, a imagen y semejanza de Prat Gay. Tal sería, a su parecer, la matriz de la independencia de la institución. Pero es más que polémico que un equipo monocolor parido en el sector financiero represente algo parecido a la independencia. En una nota de reciente publicación (Clarín, 18 de mayo de 2004) titulada sugestivamente “No dejemos la economía en manos de los tecnócratas”, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz abogó por que los bancos centrales “escucharan distintas voces en la toma de decisiones”. Predicó como ejemplo positivo el de Suecia, en cuyo Banco Central hay un representante de los trabajadores, “una voz que habla en contra del desempleo”. Suponer que un conjunto de personas de idéntica formación e intereses, usualmente (por ser moderado) ajenos a los de las personas de a pie, es representativo de la sociedad resulta enojoso para Stiglitz, cuyo punto de vista parece sugestivo.
A casi dos días de la salida de Prat Gay, no se escucha mucha polémica acerca de estos temas. El ágora política criolla no será una meseta pero se va transformando en un desierto.
El misterio como don
La salida de Prat Gay se produjo cuando daba la impresión de lograr una victoria de prognosis sobre Lavagna. Los indicadores oficiales sugieren que el crecimiento anual del PBI estará cerca del 8 por ciento que vaticinó el banquero central, contra un guarismo bastante inferior que masculló el ministro. Pero está claro que esa supuesta victoria es solo aparente. Lavagna estima crecimientos bajos porque eso le otorga más margen de maniobra, para negociar y también para manejar el “excedente” del presupuesto.
El manejo del misterio es un recurso clásico de los políticos. Contar con el factor sorpresa acrecienta el poder. Kirchner no es una personalidad enigmática. No esconde mucho, no engaña acerca de su pensamiento, no habla elípticamente, es bastante tajante en sus definiciones. Pero sí es un buen manejador de la sorpresa, un modo de remarcar su protagonismo y de excitar consensos. Lavagna, un político más florentino, también gusta de reservarse información y manejo, distrayendo al auditorio o a las contrapartes. Si se permite una digresión, todo eso redunda en la práctica en más superpoderes para Alberto Fernández.
Dueños de la iniciativa, de la sorpresa, del manejo del excedente (qué chocante que exista excedente en un país donde falta de todo), los hombres del Gobierno se sentían al empezar el final de esta semana agitada más cerca de la cima de una colina que en una agobiante meseta. Y sin embargo están muy lejos de llegar a cima alguna. Como recuerda el mismísimo Presidente y nadie debería olvidar, la Argentina sigue en el subsuelo.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.