EL PAíS › EL CONSEJO DE LA MAGISTRATURA DESTITUYO AL JUEZ LEIVA
Moneta ganó, la Justicia perdió
Los familiares del banquero menemista festejaron la destitución del juez que lo procesó por la ley de subversión económica.
Por Susana Viau
Sobre un escenario minado de intereses políticos y financieros, rubricado por el aplauso alborozado de los familiares de Raúl Moneta y su tío Benito Jaime Lucini y con el trasfondo de la derogación de la Ley de Subversión Económica votada seis horas antes en una sesión ominosa de la Cámara de Senadores, el jury de enjuiciamiento del Consejo de la Magistratura decidió la destitución del juez federal de Mendoza, Luis Leiva, el hombre que había dictado la orden de captura que mantuvo prófugo durante seis meses al ex dueño del Banco República. Los miembros del tribunal desestimaron catorce de los cargos formulados al magistrado, pero concentraron en el número quince la munición necesaria para apartarlo, por unanimidad, del Poder Judicial: no haberse inhibido desde un inicio de investigar una operación de desprestigio contra su persona, fogoneada por el cuñado de Moneta.
La sala comenzó a poblarse bien pasadas la hora prevista. Leiva y sus defensores, de espaldas al público, escuchaban la lectura que los dos secretarios hacían de la sentencia. En la primera hilera de bancos, la diputada ultramenemista Leyla Chaya –sola hasta que se sentó a su lado el consejero Eduardo Orio– observaba con expresión relajada. En la Comisión de Acusación del Consejo, ella y el ahora senador (también ultramenemista), Juan Carlos Picchetto habían sido el motor de la embestida contra el magistrado mendocino. Contaban, sobre todo, con el respaldo de Juan Gersenobitz y de los legisladores justicialistas Carlos Branda y Augusto Alasino. Gersenobitz y Pichetto iban a asumir, precisamente el rol acusador. Ayer, no obstante, Pichetto y quien lo secundó en esa tarea, el amigo y antiguo adversario de ajedrez de Eduardo Duhalde, Jorge Casanovas, pegaron el faltazo.
En la voz de los secretarios, los cargos contra Leiva fueron cayendo uno a uno: el presunto contrabando de maletines, haber llevado a un menor a una prisión común, la supuesta solicitud de “dos o tres millones de dólares” a Moneta para no ordenar su captura, la escrituración infravaluada de una parcela en Chacras de Coria (denuncia presentada por Eduardo Pearson, yerno de Moneta). Las agencias noticiosas relatarían después que un consejero partidario de la destitución había comentado: “nos están ganando por goleada”. Pero esa queja no era sino una forma elegante de fingir ignorancia acerca de los resultados. Bastaba escrutar los rostros del nieto de Lucini, de los muchachitos enfundados en trajes grises –demasiado traje y demasiada grisura para la edad–, de la suegra del ex banquero, de su vocero, Ricardo Bloch, plácidos pese a la demolición de cada uno de los argumentos. O haber visto, la noche anterior, a otro ultramenemista, el periodista Eduardo Feinmann, informando frente a la cámara de televisión que el fallo tenía 108 páginas y Leiva estaba liquidado. En el fondo, menos el acusado y sus defensores, todos en la sala conocían el final de la película.
Tras el cuarto intermedio anunciado por el nuevo presidente del tribunal, el abogado Oscar Ameal, profesor de Obligaciones en la Facultad de Derecho y miembro del Consejo de la Magistratura, se abordó el tratamiento de uno de los cargos que menos tiempo de debate había insumido en el proceso de acusación: la investigación que Leiva había iniciado tras recibir la denuncia de que estaba en marcha un plan destinado a desprestigiarlo y en la que intervenía de manera protagónica un cuñado de Moneta, el escribano Silvestre Peña y Lillo. A criterio del tribunal, Leiva debió haberse inhibido de actuar. No apartarse de inmediato de un tema que lo involucraba –estimaron los miembros del jury– equivalía a “hacer justicia por propia mano”. Había desoído “uno de sus principales deberes como juez” y quedaba comprometida “irremediablemente su imparcialidad”. El tribunal no le quedaban dudas, el magistrado había incurrido en mal desempeño y se imponía su destitución. Leiva y sus defensores habían quedado petrificados. Por fin, Ameal comunicó a Leivaque quedaba en libertad de apelar a las instancias nacionales o internacionales que creyera convenientes.
Gersenobitz estaba eufórico. Los familiares adultos de Moneta, de pie, aplaudían la sentencia y los más jóvenes contradecían la formalidad de sus trajes grises saludándose con un entrechocar de palmas, al estilo de los negros del Bronx. En el reducido grupo de acompañantes del magistrado mendocino se oyó decir: “Lo del Senado y esto marcan una continuidad. Cometió el error de enfrentar a los bancos, a los políticos y a los colegios de abogados. Todo al mismo tiempo”. Aludían a la detención de veinte días del socio de Moneta, Jorge Rivarola, una figura conocida en el mundo del derecho. Leiva optó por utilizar una puerta lateral, evitando la muralla de periodistas que lo aguardaba afuera. Antes, se cruzó con Ameal –fanático de Racing, asiduo a la popular, amigo de la barra brava y ex directivo del club en las épocas de la conducción del metalúrgico Juan Destéfano–, que le tendía la mano y le decía “Lo siento mucho, doctor”.