EL PAíS › OPINION

Lealtad y camaradería

 Por Luis Bruschtein

El escudo británico tiene un león rampante y el de Estados Unidos un águila calva. El del menemismo tenía una porción de pizza y una fina copa de champán. Para la heráldica, la carga simbólica de ambos elementos expresó la insólita alianza entre los grupos sociales más altos de la escala local, representados por la copa burbujeante y los sectores más bajos simbolizados en la porción de muzzarella. Carlos Menem y María Julia Alsogaray personalizaron esa confluencia que ahora parece anacrónica incluso para sus mismos protagonistas que intercambian acusaciones veladas y desmentidas tajantes.
María Julia fue la arquitecta de las primeras privatizaciones, fue una protagonista de primera línea en el gobierno menemista. Y ella y la UCeDé le dieron a Menem la posibilidad de suavizar la desconfianza histórica de los grupos de poder económico hacia el justicialismo. Funcionaron como el certificado de buena conducta ante un sector que los visualizaba como un grupo de aventureros generados por el populismo.
El afán de Menem por incorporarla a su gabinete y mostrarse con ella no se centraba solamente en el caudal electoral del partido derechista sino que fue sobre todo una señal, un mensaje a la Recoleta y a los countries y la posibilidad de hacer negocios a pesar de los trajes celestes, el entretejido y las citas desmedidas a las novelas de Borges y los clásicos griegos. Todo eso fue paternalmente obviado hasta por las familias más pacatas, encantadas de formar parte por primera vez en muchos años de un gobierno que no fuera militar ni tutelado por militares.
María Julia en la cárcel, acosada por varias causas de enriquecimiento ilícito, y Menem luchando por ganar la interna justicialista de la provincia de La Rioja dan cuenta del cataclismo. Aquel diálogo indescifrable pero tan fluido entre los dos extremos de la escala social se cortó y se convirtió en un teléfono roto. Los sectores más bajos ya no se sienten representados por Menem, que los hizo más pobres. Y la clase alta mira ahora con cierto desdén a la ex polifuncionaria que abandonó el recato y la austeridad republicana en la vorágine de la política y la gestión pública. Suenan a dos ex, abandonados a su suerte. El champán se lo tomaron y se comieron la pizza. No hay postre.
Ella dijo que todos cobraban sobresueldos. El la desmintió, dijo que debe estar equivocada, que seguramente se confundió con los gastos reservados. Muchos ex funcionarios menemistas salieron a desmentirla, como si el argumento de su ex colega estrella fuera un manotazo de ahogado que pudiera arrastrarlos. En todo caso –pensarán con lealtad y camaradería– si se ahoga, que lo haga sola.

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