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La cuenta que sacan
Por Eduardo Aliverti
El Presidente acaba de insistir, en forma enfática, con que en octubre lo único importante será votar por él o contra él. Se plebiscitará su gestión, así reitera. Y lo dice, obviamente, desde un lugar que presupone la existencia de cambios profundos, o por lo menos muy considerables, en los dos años que llevará de asumido el próximo miércoles. Desde esa perspectiva, se puede tomar la hilera de hechos de estos días y preguntarse cuál es la verdadera profundidad de esos cambios que el jefe de Estado convoca a plebiscitar.
Tomemos la serie de reclamos salariales que se precipitaron desde mediados de semana. Que seguramente continuarán por parte de otros sectores, de la misma manera en que los de ahora son continuidad de la lucha de telefónicos y de subtes. ¿Cuál otra cosa podía ocurrir con más del 60 por ciento de inflación acumulado desde el estallido de la convertibilidad, y las repletas arcas estatales gracias al default, y el uso de las divisas para pagarles religiosamente al Fondo Monetario y al resto de las organismos multilaterales, y salarios que desde la economía real permanecieron congelados? ¿De dónde viene esto que el periodismo presenta como una “ola” de conflictos, si no desde la ausencia de correctivos en la distribución del ingreso? Tomemos la inquietud por el descenso en la cotización del dólar, que le pega en la columna vertebral al esquema de Economía por la afectación a las exportaciones, y por tanto a la tajada que el Estado se lleva de ellas, y por ende a la recaudación que sirve para acumular reservas y pagarles a las corporaciones financieras internacionales. ¿Qué programa económico de fondo es ése? ¿De dónde agarrarse para inventar un cambio de paradigma productivo, si seguimos hablando de exportar materias primas sin valor agregado y de que el Gobierno se financie por vía de ellas, con la vela prendida al precio de la soja? Tomemos los renacidos signos de crisis energética a mediano y, sobre todo, largo plazo. El “renacimiento” de esta semana se produjo por la advertencia de que los argentinos no deben creerse que tienen petróleo y gas para toda la vida. Chocolate por la noticia, ahora llaman a los consumidores a ahorrar energía con un gesto adusto que no se les conoció durante la (su) fiesta de los ‘90, mientras al Gobierno no se le conoce plan alguno de estrategia energética, ni de inversión en el área de largo aliento, ni de definiciones de recomposición tarifaria que re-entusiasmara a los grupos corporativos trasnacionalizados o, en su reemplazo, la decisión de reestatizar las compañías. Este es uno de los nodos de la economía en que la gestión de Kirchner resolvió patear la pelota para después de octubre. Otra vez: ¿a cuál cambio de fondo se alude para refrendar en ese mes?
Corresponde sacar la cuenta de cuál cuenta saca el Gobierno para, sin embargo, convocar con tanta firmeza a que se lo plebiscite. Y la respuesta, o la presunción, es que en realidad son dos cuentas. La primera consiste en que el capitalismo global ya tenía descontado el costo de su festín, cuando el festival especulativo de inversiones y bonos. En esa hipótesis, que el autor de esta columna suscribe, el default, los viejitos italianos y japoneses que no saben dónde meterse sus papeles pintados, la acción de los fondos buitre la quiebra argentina, en definitiva, era un problema ya considerado como probable y hasta ineludible. Y estamos viviendo no más que una puesta en escena de conflictividad externa y amenazas locales, cuando lo cierto es que sólo se trata de una recomposición de escenarios de negocios del capital concentrado. Este último elemento conduce a la segunda cuenta que saca el oficialismo, apoyada en la inexistencia de oposición. La forma en que Kirchner torea con las elecciones de octubre es directamente proporcional a la ausencia de actores políticos que lo interpelen desde una posición de fuerza. El Presidente juega con que él y los suyos son lo que hay. Esto es lo que hay. Y si eso que hay, que es el peronismo como partido virtualmente hegemónico, no ha ido más allá de administrar la crisis, si es por opciones electorales enfrente hay casi la nada.
El movimiento de pinzas resulta dado, así, por cierta certeza de que ya pasó lo peor; y por la certeza absoluta de que no hay nadie en condiciones de capitalizar aquella inexistencia de cambios de fondo. Está claro que en esa cuenta no corren los más o menos 19 millones de argentinos que siguen colocados por debajo de la línea de pobreza e indigencia. Ni las cifras brutales de desocupación y subocupación que se amortiguan con el dibujo de los planes de ayuda.
Pero, a ver si nos entendemos: ésa no es la cuenta que se saca.