EL PAíS › DUHALDE AGITO EL FANTASMA DE SU RENUNCIA Y ACRECENTO SU DEBILIDAD

El pez por la boca muere

La dimisión: un recurso que es también una confesión. Blejer se queda, pero a plazo fijo. Hasta los radicales se le animan al Presidente. Y de los compañeros diputados mejor ni hablar. La Pampa, una caja de Pandora tallada en ombú. Las broncas de los gobernadores. ¿Lo que viene?

 Por Mario Wainfeld

Qué fuerza puede tener un presidente a quien casi nadie apoya? Poca, claro, máxime si la coalición parlamentaria que lo designó –y que en sus momentos de euforia Eduardo Duhalde describió como la más grande de la historia nacional– está hoy balcanizada. Nadie lo votó y pocos estarían dispuestos a hacerlo. Sus compañeros de partido lo tienen en menos. Sólo le queda un exótico, inédito recurso: nadie parece muy apurado por relevarlo en el puente de mando del “Titanic”.
En tales circunstancias, histeriquear con una posible renuncia puede tener su atractivo y sus beneficios. Los peronistas prefieren que el compañero bonaerense siga recibiendo las bofetadas y los radicales temen a una compulsa electoral más que a cualquier otra catástrofe. El sillón de Rivadavia se ha trasmutado en una brasa ardiente, amenazar con soltarla puede disciplinar a dos partidos que, hoy por hoy, ya no parecen dos confederaciones de partidos provinciales sino un conglomerado de tribus nómades, chúcaras, en estado de asamblea permanente.
Aún así, que Duhalde haya comenzado a blandir su dimisión como amenaza o como recurso, contribuye a debilitarlo aún más, instalando un escenario tan riesgoso como inminente. El Presidente se esforzó siempre en demostrar que estaba dispuesto a sobrellevar las dificultades de su mandato y a mantenerse en el ring, como fuera. Quien ha prometido muchas cosas en pocos meses y ha sido prolijamente desautorizado por la realidad una y otra vez quizá no esté en condiciones de retirar su renuncia si se producen las condiciones que él mismo dijo la determinarían. Y hete aquí que esas condiciones están produciéndose.
Un ala optimista del Gobierno piensa que Duhalde aprieta para ganar. “Se cansó y puso las bolas sobre la mesa. Me sentí bien cuando lo escuché. Se estaba jugando entero”, describe uno de sus fieles. Un ala depresiva del gabinete cree que Duhalde sencillamente está armando el backstage de su partida. “Es un ultimátum, pero él cree que no le van a dar bola. Se quiere ir, se cansó de pelear solo contra todo”, dice otra de sus espadas.
Qué compleja es la política cuando –canceladas las mediaciones, colapsadas las ideologías, catatónicos los partidos, inexistente el poder estatal– todo parece depender de los vaivenes de uno u otro funcionario. El análisis político deriva a ser una disciplina anexa al psicoanálisis y así nos va. ¿Qué pensará Duhalde, en fin, en su inmensa soledad? Seguramente, dicen quienes lo conocen más, lo suyo es la ciclotimia. Ora cree que su presión domeñará a sus aliados, ora avizora que seguirán tirando cada uno para su lado y que deberá irse. A los tibios los vomita Dios, decía el profeta Carlos Menem, ni qué decir de los dubitativos. Y Duhalde, que de intelectual tiene muy poco, está sobreentrenado en dudar, esa jactancia de los intelectuales.
Patriotismo a plazo fijo
“Yo sé bien por qué quiere renunciar usted”, le espetó el Presidente a Mario Blejer, no bien se encontraron tras el viaje a Europa. El titular del Banco Central lo escudriñó, sorprendido. “Lo sé, porque a mí me pasa lo mismo”, añadió Duhalde jugando con la confidencia, la solidaridad por similitud de intereses y, peronista al fin, con la sorpresa.
Duhalde y Blejer se dispensan un trato más que cortés, que excluye el tuteo tan extendido entre argentinos de toda edad y condiciones. El Presidente le pidió al responsable del Banco Central un gesto patriótico y éste se lo otorgó, a plazo fijo. Si bien se mira, es el máximo patriotismo que puede dispensar un cuadro del Fondo Monetario Internacional.
Para el Gobierno es un alivio, que no se prolongará mucho más allá de un mes. Llamativamente Blejer –motivado a irse por las diferencias políticas pero también por problemas personales, de salud y azogado por las amenazas que suele recibir– jamás tuvo tan cerca de su ideario al Presidente. Este tuvo un viaje iniciático que parece haberlo influido notablemente. Superiplo por Europa, que en buena parte pareció urdido por algún operador turístico, obró sobre él peculiares efectos. El Presidente quedó atónito por algo que a muchos podría parecerle obvio, porque lo es: los gobernantes europeos piensan, en lo que Argentina se refiere, todos lo mismo. Chocolate por la noticia, dirá el lector, pero la provinciana mirada del Presidente y el canciller bonaerense pareció registrar el nacimiento de una nueva galaxia.
Una anécdota con pasaporte ilustra lo antedicho. Duhalde, que en algún momento fantaseó con tener un tratamiento más piadoso desde Europa, se sintió corroborado cuando, en Madrid, Silvio Berlusconi le auguró un futuro lleno de negocios con Argentina. Nuestro país representa menos de 0,5 de las importaciones de Italia pero, devaluación mediante, podría ser competitivo en el 80 por ciento de los rubros que adquiere ese país. Duhalde soñó con desembarcar en ese mercado, pero una inmediata reunión de Carlos Ruckauf con el ministro de Economía italiano Giulio Tremonti, puso las cosas en su lugar, esto es en el lugar que predican José María Aznar, Paul O’Neill y el susodicho FMI: “Hasta que no arreglen con el Fondo no hay arreglo”. El canciller, un ariete en eso de proponer a Duhalde “entrar al mundo”, recibió incluso un diktat aún más severo. “¿Cuando vuelve a Italia por la reunión de la FAO?” –lo sondeó, retórico, el peninsular– “¿Tres semanas? Pues más les vale haber arreglado por entonces.”
Los viajes amplían la mente, a menudo marcan hitos en la vida de los peregrinos... la gira terminó de disciplinar al ex gobernador bonaerense, azorado por haber visto en la vieja Europa una unanimidad que acá escasea hasta en su propio despacho.
Los comparreligionarios díscolos
Duhalde procuró direccionar su concepción disciplinadora a los comparreligionarios radicales que, suele deslizar, lo tienen podrido. Los amenazó con su renuncia, les contó en confidencia su hastío de gobernar, ese síndrome que también compartió con Blejer y con la primera dama. El recurso a la sinceridad le resultó letal, sus compañeros de ruta no vieron en él a un peronista ducho en apretar y conducir sino a un clon del Fernando de la Rúa de diciembre de 2001. “Estaba demacrado, miraba al piso a cada rato”, describe un importante legislador radical, y sus palabras repican casi textualmente las de un par de peronistas de primer nivel que estuvieron mano a mano con Duhalde, tras el regreso. Una imagen presidencial que no estimula a seguirlo siquiera a la esquina.
La jugada resultó fallida ya que, apenas horas después de la presión, los diputados radicales sorprendieron al gobierno –que estaba representado en la galería por Alfredo Atanasof, Jorge Matzkin y Alberto Fernández– en la votación sobre la ley de Subversión Económica. “Nos cagaron”, dijo sin ambages a este diario uno de ellos, segundos después de conocerse el resultado.
Las razones patrióticas que empujan a los radicales pueden sintetizarse bien en un comentario, revelado por este diario, de Horacio Pernasetti al Presidente: “Si seguimos apoyando todo, todos nuestros votantes se van a ir con Lilita”. Frase henchida de sentido común que revela la grandeza y amplitud de miras del partido cogobernante pero debe complejizarse con un dato adicional: si llega a haber elecciones pronto cuesta imaginar que algún radical pueda alzarse con algo más que un puñado ínfimo de votos... a menos que los herederos de Yrigoyen sigan contando como propio al neodinosaurio Ricardo López Murphy.
Sapos y culebras brotaron de la boca presidencial no bien supo, vía celular de un impertérrito Jorge Matzkin, el laberíntico resultado de la sesión de Diputados del jueves. Alguna razón tenía pero también, puesto a medir su debilidad y falta de apoyos, debería computar la viga en el ojo propio. Quienes sellaron su suerte no fueron los comparreligionariossolitos. También hubo un generoso aporte movimientista de sus compañeros, los irredentos muchachos peronistas.
El pecado original
Es que Duhalde sigue pagando su pecado original, una congénita incapacidad para ganar consenso dentro de su propio partido. “No sabe gobernar, tiene a toda la provincia de Buenos Aires y no consigue que los legisladores lo apoyen. Si no puede conducir a los políticos de su provincia, ¡a los radicales! ¿cómo va a conducir el país?”, se pregunta un gobernador peronista que tiene las cuentas de su provincia bastante cerraditas. Uno de esos que es más ponderado por el FMI que por muchos de sus comprovincianos. Al modo socrático, su pregunta presupone la respuesta. El “goberna” prepara sus petates y aguza su lengua para el cónclave de La Pampa del lunes.
Sus colegas de provincias grandes también llevarán sus cuitas. El Plan Jefes y Jefas de Hogar abrió más zanjas en su relación con el Gobierno. Si bien, hasta ahora, no se han advertido irregularidades severas en la asignación de beneficiarios sí hubo astucias políticas que molestaron a los mandatarios provinciales. Funcionarios oficiales manejaron “por la suya” algunas inscripciones lo cual no implica, necesariamente fraudes pero sí astucias clientelísticas. Quien dispensa un subsidio, así sea un beneficio universal, puede quedarse con agradecimiento del beneficiario, una capitalización personal de lo que es un derecho ciudadano. Los gobernadores, ya fastidiados por haber intervenido poco en la urdimbre del plan, saltaron de furia cuando notaron que bonaerenses repartieron planes en sus provincias. “Esos tipos se creen que inventaron la política”, dicen cerca de Reutemann y apuntan a Atanasof (quien habría estado afianzando sus lazos con algunos sindicatos, la UOCRA en especial) y a Fernández (que habría articulado con grupos piqueteros). “Estamos hasta acá de los duhaldistas paladar negro”, musitan cerca de Solá.
En la Rosada intentaron mejorar las relaciones interiores. Duhalde mismo habló son Solá y le ofreció que viajara en el avión presidencial junto con él a La Pampa. Fernández –tras escuchar una sugerencia en tal sentido de Oscar Lamberto– intentó desmontar la casi muda cólera de Reutemann, llamándolo por teléfono.
“La verdad es que ellos tienen razón –explica un inquilino de la Rosada- el plan funciona bien, es casi un lujo, pero hay que mimar a los gobernadores, explicarles qué hacemos, calmarlos. Es política.” Política, ciencia infusa esa que determina tanta conflictividad interna en un oficialismo al que no le sobra nada y que determina que la reunión de La Pampa se sobreimprima con el recuerdo de la de Chapadmalal que se llevó puesto a Adolfo Rodríguez Saá.
Duhalde pedirá apoyo y actitud más consecuente de los gobernadores con el programa de 14 puntos que ellos le hicieran firmar. Los gobernadores seguramente le exigirán “que conduzca”, que expulse del templo a los aliados radicales y quizá que fije, y adelante, fecha de elecciones internas y nacionales.
Cuando cada cual atiende su juego, cuando no hay grupos orgánicos ni colectivos consistentes, cuando cunde un individualismo cerril en casi todos los dirigentes políticos, cuando la capacidad de veto multiplica por mil la de construcción, una reunión cumbre es una caja de Pandora. “Esta caja estará tallada en ombú, como cuadra a la tradición pampeana”, dice para darse dique el politólogo sueco.
Lo pactamos con alambre
François Mitterrand, alguna vez, comparó a los pactos políticos con uno hecho entre dos prisioneros, puestos a ambos lados de una alambrada en un campo de concentración. Se establecía un trueque entre, digamos, un pedazode carne y unos cigarrillos. Cada uno se comprometía a tirar su mercadería por encima del alambre. El convenio sólo funcionaría si ambas prestaciones pasaban al otro lado al mismo tiempo. Si, por picardía de uno o por torpeza, un producto no pasaba o chocaba con el alambre, el acuerdo fallaba: los guardias verían movimientos y sería imposible reiniciar la negociación o prolongarla luego. El nivel de riesgo es altísimo, sujeto a cierto piso de buena fe y destreza... Y sin embargo, contaba Mitterrand, muchos pactos se cumplían porque esa es la forma de sostener el intercambio, el sistema que en el largo plazo es conveniente a ambos lados de la alambrada.
“Eso será en Francia –marca la cancha el politólogo sueco que está escribiendo un docto volumen sobre la Argentina–, acá nada resulta. Todos son ineptos o prefieren la magra ventaja de currarse los cigarrillos que el otro les tira, a riesgo de resignar cualquier contrato ulterior.” “Acá priman la incompetencia, la urgencia, la falta de sentido común. Para colmo, a esta altura, los políticos ya no califican ni para tirar con habilidad un pedazo de carne por arriba de un alambre.”
Tendrá la soberbia de los europeos, pero tiene razón. Totalmente superados por la contingencia, carentes de lealtades partidarias e ideológicas, pensando sólo en el cortísimo plazo, los miembros de la corporación política argentina parecen obstinados en adelantar un escenario, el electoral, que no parece convenir especialmente a nadie.
Todas las semanas huelen a última chance en los últimos tiempos. En la que se viene se aglutinan el cónclave de gobernadores, la nueva reglamentación del corralito, el primer paro en serio contra el Gobierno, motorizado por la CTA. Y el fantasma de la renuncia o la salida adelantada del Presidente, un fantasma que él mismo, añadiendo una nueva palada a su propia sepultura, comenzó a agitar. En un gesto que, como casi todos los de la corporación política autóctona, tiene bastante más de suicidio que de astucia.

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