Por Enrique M. Martínez *
El problema del hambre en la Argentina no es económico. Es la más patética evidencia de nuestra disgregación social.
Hace cuarenta años, el término neoliberalismo era solo jerga de economistas, pero además había una cultura de relación con la naturaleza que diseminaba huertas familiares y gallineros por cualquier casa con un pequeño fondo. También era normal que una madre hiciera la ropa de sus hijos o que el padre levantara paredes del hogar en fines de semana.
En una generación el cambio fue drástico. El mercado se instaló como el lugar de acceso a todo bien, cualquiera sea su nivel de necesidad. Hoy se llega a los alimentos, la ropa o la vivienda sólo a través del dinero. A la vez, se concentró la riqueza de manera descomunal y se llegó a records mundiales de desempleo. Con lo cual, hoy todo está en el mercado. Pero muchos –tal vez ya son mayoría– no tienen dinero para comprar, ni conocen alternativas.
Cuando aparece el hambre, la respuesta de la política y también de la sociedad –hasta hoy– ha sido repartir comida o dar dinero para comprar comida. Se consolida así la terrible idea de que quien no tiene demanda efectiva –no tiene dinero– no sobrevivirá más que por la asistencia pública.
Es evidente para todos que la economía argentina no genera recursos impositivos que permitan agregar a las obligaciones elementales el dinero con el que ocho millones de indigentes compren su comida. Pero por otro lado se despilfarra el mayor capital de que se dispone para resolver el problema: la fuerza de trabajo de los propios necesitados, que permanece ociosa, en lugar de aplicarse a producir su propio alimento, fortalecer así su dignidad y avanzar un paso en la inserción laboral.
Este absurdo no se puede prolongar ni un minuto más. Los gobiernos, pero también toda organización pública o privada, deben hacerse cargo del tema, facilitando a quienes no tienen dinero la capacitación y los medios básicos para producir su propio alimento. Cada pedazo de tierra ocioso debe poder ser una huerta o un gallinero: cada cocina colectiva debe estar disponible para aprender a producir panificados y mermeladas; donde pueda cuidarse una vaca, no puede haber niños sin leche.
Hemos caminado la Argentina. El problema está en todos lados y siempre tiene solución –aun en las grandes ciudades– casi sin dinero. El obstáculo es la disgregación social que el dios mercado instaló entre nosotros. Quien tenga responsabilidad política o social –sea cual sea su color político– y necesite ayuda para pensar y hacer, que nos llame a
[email protected] y estaremos a su lado. Con hambre no hay sociedad ni país. Con hambre no hay puja de poder que no sea repugnante.
* Encuentro Transformador