EL PAíS
› EL PRESIDENTE KIRCHNER DESPLAZO AL MINISTRO DE ECONOMIA, ROBERTO LAVAGNA
“Pará Roberto, tengo algo que decirte”
Alberto Fernández anunció su reemplazo por Felisa Miceli, titular del Banco Nación, además de los sucesores de Bielsa, Pampuro y Alicia Kirchner. Las intimidades del cambio y los motivos esgrimidos para tomar la decisión.
› Por Sergio Moreno
Roberto Lavagna, siendo todavía ministro de Economía, entró ayer a media mañana al despacho del presidente Néstor Kirchner, con una carpetita bajo el brazo, dispuesto a mantener una reunión de trabajo. Se sentó a la larga mesa presidencial y comenzó el diálogo:
–Bueno Néstor, te traje esto del Fondo... –encaró, animado, el aún ministro.
–Pará, pará, Roberto, antes tengo que decirte algo... –lo detuvo el Presidente.
Las palabras que siguieron, en un encuentro que apenas duró 15 minutos, pusieron fin a tres años, siete meses y un día de gestión de Lavagna, iniciada en aquellas turbulentas jornadas de abril de 2002, cuando el dólar alcanzó los cuatro pesos. El pedido de renuncia que le efectuó Kirchner fue el punto álgido de una seguidilla de –al paladar de la Casa Rosada– sinsabores, desplantes y confrontaciones que marcaron su camino de salida del Gobierno. “Terminamos con un ministerio-isla; ahora vamos a trabajar en equipo”, confió a Página/12 uno de los funcionarios más importantes de la administración nacional. Ese era el espíritu que campeaba anoche en el primer piso de Balcarce 50.
Aprovechando el cambio del gabinete impuesto por la elección (José Pampuro y Alicia Kirchner, electos senadores, fueron reemplazados por Nilda Garré, en Defensa, y Juan Carlos Nadalich, en Desarrollo Social, y Rafael Bielsa, flamante diputado, será sucedido en la Cancillería por Jorge Taiana; todos asumirán el jueves), Kirchner decidió despedir a Lavagna, quien no conocía los planes que atesoraba sobre su futuro el Presidente. Por el contrario, su equipo –y él mismo– trataron de minimizar durante el fin de semana el nivel de ofuscación que se había acumulado en la Casa Rosada.
Los motivos por los que Kirchner decidió eyectar a su ministro de Economía, según contabilizan en Gobierno, fueron: 1) su alto nivel de confrontación con la mayoría de los ministros del gabinete y hasta con el Presidente; 2) su poca inclinación a trabajar en equipo con el resto del Gobierno y la autonomía que pretendía mantener, y 3) su posición ausente –en el mejor de los casos– en la campaña electoral donde Kirchner apostó a plebiscitarse.
Sin que sea óbice de lo anterior, la gota que acabó con la paciencia presidencial fue su exposición ante la Cámara Argentina de la Construcción (CAC), el martes pasado, cuando acusó a los constructores de cartelizarse para cobrar sobreprecios al Estado. Esa exposición, dicen en la Rosada, echó dudas en la honorabilidad del Gobierno, abrió sospechas y dio argumentos a Elisa Carrió para volver a la carga con sus acusaciones. Todo esto terminó con la carrera de Lavagna, reemplazado por la hasta ahora titular del Banco Nación, Felisa Miceli, una economista largamente ponderada por Kirchner. “Con Felisa se trabaja muy bien –relató un alto funcionario nacional–. Tiene la misma concepción económica que el Presidente, mantener un alto superávit, tasas bajas y un tipo de cambio muy competitivo, que son los pilares de nuestra política económica. Y está comprometida a trabajar contra la inflación atacando la base de los costos.”
Volviendo a las causas de la eyección de Lavagna, vale la pena detenerse en los aspectos mencionados más arriba.
Un largo camino
“Roberto tuvo dificultades con todos los ministros; con Alberto Fernández (jefe de Gabinete), con Julio De Vido (Planificación), con Carlos Tomada (Trabajo), con los presidentes del Banco Central (antes Alfonso Prat Gay, ahora Martín Redrado). Teníamos muchas dificultades de funcionamiento, era muy difícil trabajar con él. Roberto era una máquina de ultimátums.” La frase pertenece a un consejero ponderado del Gobierno que ayer conversó con este diario. El integrante del gabinete refirió así a una afirmacióndel Presidente ante sus íntimos: “Con Roberto no se puede trabajar en equipo”, había dicho Kirchner.
El mojón que podría tomarse para reconstruir la decisión que cristalizó ayer con el despido de Lavagna, es aquel almuerzo que en plena campaña –el pasado viernes 12 de agosto– el ministro compartió con Mirtha Legrand. Sentado a la mesa de su programa televisivo, cuando la conductora le preguntó acerca de su preferencia entre Cristina Fernández de Kirchner o Hilda “Chiche” González de Duhalde, el ministro, flemático, no dudó en responder que “las dos” le parecían buenas y capacitadas candidatas. Kirchner estalló frente al televisor.
“Nos jugábamos el Gobierno, el futuro de un proyecto colectivo. El no podía tener esa actitud, que intentaba ser de abstinencia pero que resultaba funcional a nuestros adversarios”, reflexionó ayer un consejero presidencial. El hombre, sabedor de las movimientos de los palacios ubicados a ambas márgenes de la calle Hipólito Yrigoyen, recordó que después del episodio de marras “Lavagna siguió confrontando en el gabinete, marcando su autonomía cuando no debía, diferenciándose”.
Ayer mismo, en su rueda de prensa de despedida, Lavagna reconoció que nada tenía que ver con el triunfo electoral del oficialismo. Su justificación fue un estiletazo florentino: dijo que le parecía que la campaña se había enrarecido, que se atacaba muy fuerte al ex presidente Eduardo Duhalde, con quien había trabajado, y que él no acostumbraba a cometer “esas indignidades”.
Volviendo atrás en el tiempo, cuando las aguas electorales se aquietaron, Kirchner se puso a meditar la reforma del gabinete. Ya anidaba en él la decisión que concretó, sin anestesia, ayer. El martes pasado, el ministro saliente aceleró el desenlace: frente a la plana mayor de la CAC, el día del cumpleaños de la cámara, acometió contra los constructores acusándolos de cartelizarse para cobrar sobreprecios al Estado. Una semana antes, en Rosario, el ministro había dicho lo mismo, con una addenda para nada desdeñable: dijo que el Gobierno, y particularmente el Presidente, al enterarse de estas prácticas, había hecho caer los contratos, pidió una investigación y llamó a nuevas licitaciones. Una semana después, ante la CAC, el ministro obvió ese tramo.
Convencido de que Lavagna había reiterado ante los constructores su discurso de Rosario, Kirchner (que no había escuchado la exposición de marras) fue a la CAC, donde rescató su rol en la recuperación económica nacional. Kirchner se enteró de la totalidad del discurso de Lavagna leyendo los diarios del miércoles –a pesar de que Alberto Fernández lo había alertado un día antes–. Ese día, el Presidente quiso despedir al titular de Hacienda. Fue el jefe de Gabinete (paradójicamente un recurrente adversario de Lavagna) quien frenó las iras del patagónico y lo convenció de que frenara la intención de Julio De Vido de replicar al ministro de Economía en un programa de TV.
Kirchner instruyó a todos sus ministros para que no participasen del coloquio empresarial de IDEA, en Mar del Plata. Lo mismo hizo con el gobernador bonaerense, Felipe Solá. “Déjenlo solo”, ordenó el Presidente. Así fue. Allí, Lavagna reconoció que su destino no estaba en sus manos, sino en las del patagónico, a pesar de los esfuerzos de su equipo por minimizar el malestar que crecía en la Casa Rosada.
En un sentido opuesto a la del César, su suerte estaba echada.
“Fue el mejor momento para hacer ese cambio, junto con los otros cambios del gabinete”, ensayó un influyente miembro del Gobierno. Anoche, dicho confidente de Página/12 describió los cambios de la jornada de la siguiente manera:
–Hemos hecho un gabinete muy homogéneo, comandado por Kirchner y coordinado por Alberto Fernández. Todos los ministros nuevos tienen perfiles muy definidos. En Cancillería y en Desarrollo Social mantuvimos una continuidad política; en Defensa, hay una reafirmación de nuestras políticas...
–¿Y en Economía? –quiso saber este reportero.
–Terminamos con un ministerio-isla y lo metimos en el proyecto global. Ahora vamos a trabajar en equipo.
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