EL PAíS
• SUBNOTA › OPINION
Cuestión de piel
› Por Marcelo Zlotogwiazda
El desplazamiento de Roberto Lavagna por parte de su jefe confirma que en la política, incluso en la política de máxima jerarquía, las relaciones personales, los estilos, lo que podría resumirse en “la cuestión de piel”, influyen mucho y pueden llegar a tener consecuencias gravitantes. Más allá de lo que se diga en público sobre “correcciones en el rumbo”, “homogeneización de gabinete”, etc., etc., lo que cuentan en confianza fuentes de ambos lados es que la incompatibilidad de caracteres llegó a un punto de ruptura a juzgar de Kirchner, que es obviamente el que decide. El desenlace del conflicto se explica así de sencillo, por más justificaciones o vueltas intelectuales que se le busquen. Es sabido que entre el Presidente y su ex ministro hubo y hay diferencias de enfoque sobre algunos aspectos de la política económica, y si se quiere también miradas algo distintas respecto de la estrategia de mediano y largo plazo. Pero en lo esencial ambos estuvieron y siguen estando bastante de acuerdo. En todo caso, lo suficientemente de acuerdo como para que, de no haber chocado hasta explotar los malhumores de ambos, pudieran seguir juntos.
Fuera de que el Presidente echó a un ministro de Economía que, como suele ocurrir, era el más pesado del gabinete, lo de ayer no se parece en nada más al divorcio entre Carlos Menem y Domingo Cavallo. Por empezar, porque en 1996 los dos hombres fuertes del gobierno pelearon por los negocios y los negociados (Yabrán incluido). Y si bien no había discusiones sobre la política económica a seguir –porque en eso Cavallo hacía y deshacía a piacere–, una segunda gran diferencia es que mientras en aquel entonces la Convertibilidad sufría de fuertes shocks externos desfavorables, ahora la economía está y seguirá estando con viento en popa. ¿Cómo le explicará el becario sueco amigo de Mario Wainfeld a su tutor en Estocolmo que el Presidente echó a un ministro con el que consiguieron tres años consecutivos de 9 por ciento de crecimiento promedio, en vísperas de iniciar un cuarto período donde el PBI difícilmente crezca menos de 5 o 6 por ciento? Un caso inédito que sin duda es material riquísimo para ensayar una tesis.
Sobre Felisa Miceli vale una anécdota para entender de qué tipo de persona se trata. Ya en funciones importantes como colaboradora de Lavagna en plena crisis de 2002, citó a un periodista para un off the record un sábado tarde a la noche en la zona de San Fernando, muy lejos de donde vivían ambos. La razón era que aún en medio de semanas ajetreadas de muchísimo nervios y trabajo oficial, los fines de semana Miceli se ponía el overol para hacer militancia de base en una villa de la zona. Es de las que todavía creen en la buena vieja política.
Pero además de esa cualidad, de sus antecedentes técnicos y de los kilómetros aprendidos junto a Lavagna, su designación despierta por lo menos tres interrogantes. El primero vinculado a aspectos de gestión (elemento nada menor para un ministro debutante) derivado de la carencia total de equipo propio, que sólo en parte podrá emparchar con un par de áreas enteras que heredará de la gestión que se va. El segundo interrogante tiene que ver, otra vez, con cuestiones personales. ¿Tendrá el carácter y la espalda necesarios como para debatir en el elevado sentido del término con un presidente de fuerte autoridad, llegado el caso en que no coincidan? Y hay una tercera duda que no es ni instrumental ni de personalidad. Aunque no es el caso de quien esto escribe, muchos ayer preguntaban, algunos con esperanza y la mayoría de la city con bastante susto, si su designación implica un viraje hacia posturas más distribucionistas que las de su antecesor. Conviene recordar que el Presidente sigue siendo el mismo y que, como ayer quedó bien ratificado, él es el que manda.
Nota madre
Subnotas