EL PAíS
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Un día kirchnerista, el primero
› Por Mario Wainfeld
Néstor Kirchner retradujo en nombres el significado que le atribuye a su victoria electoral de octubre. El domingo 23 tuvo el ballottage que la felonía de Carlos Menem le birlara en 2003. Ayer designó el primer gabinete confeccionado a su medida, sin deudas al duhaldismo, ni imposiciones “de afuera”. Sin pagos a los partidos tradicionales, ni al PJ que en buena medida lo sustentó, ni a los desgajamientos del radicalismo que aderezaron su nueva transversalidad. Un gabinete con un marcado tinte peronista de izquierda, con incrustaciones frepasistas. Un gabinete en el que dos mujeres ocupan cargos de enorme relevancia que hasta ahora estaban vedados al género, que podía permitirse incursionar en áreas educativas o sociales. Un gabinete de cuadros políticos de los que se espera fidelidad, disciplina y perfil bajo. Exigencia esta última que se viabiliza merced a la ausencia de figuras con ambiciones electorales propias, como sí podían tener, un bienio ha, Gustavo Beliz, Rafael Bielsa y Roberto Lavagna. Gabinete parido con ansia de potenciar algunas marcas natales: el carácter radial de la relación con el Presidente, la necesidad de trabajar 24 horas por 24, la de no pasar jamás delante del astro rey. El primer gabinete kirchnerista-kirchnerista, compuesto en buena parte por no santacruceños, por adherentes a la propuesta presidencial. La transversalidad propuesta por Kirchner fue puesta en acto ayer, reinterpretada desde el poder de quien maneja con mano firme el sabó.
El Presidente homogeiniza su elenco, acentúa el perfil ideológico de su gestión y deja en claro quién tiene el poder.
En todos esos sentidos, el relevo de Roberto Lavagna por Felisa Miceli (que por potente e inesperado minimizó el impacto de los otros tres cambios ministeriales sumados) no es para nada una excepción sino la consumación de una maniobra audaz, coherente, sin red.
- Causales de divorcio: Tres motivos tuvieron que ver en la salida de Lavagna: sus conflictos políticos con el Presidente, sus diferencias en materia económica y los entreveros de la semana pasada. Determinar las proporciones de la alquimia de esos ingredientes es un afán inevitablemente polémico. Este cronista se permite creer que el orden en que se los enumeró es (de mayor a menor) el de importancia. Vale decir que la política fue lo más gravitante y la crónica lo último, aunque pudiera ser la gota que colmó el vaso.
Las diferencias políticas con Lavagna existieron desde el vamos, desde que Kirchner aceptó que la continuidad del ministro de Economía de Duhalde era un precio por acceder a la presidencia, como lo fue la candidatura de Daniel Scioli. Con el tiempo, fue cisando el poder de esos tres aliados. Scioli cayó pronto, Duhalde demoró más, Lavagna quedó para el tercer turno, porque era el más fuerte.
La política rechaza las diarquías o sus ersatz porque son inestables e imprecisas en la asignación de roles. Los peronistas, animales de poder, abominan de ellas. Kirchner detesta cualquier forma de diarquía con más furor que los peronistas y la política juntos. Su sociedad con Lavagna estaba destinada a cesar. Claro que no tenía que ser de cajón ayer, podría haber sido antes o después, pero la convivencia era inviable en el largo plazo. No se trataba, tan sólo, de eventuales ambiciones electorales de Lavagna. Lo básico era algo aún menos subjetivo y por ende menos manejable de sus virtualidades, aun a despecho de su voluntad política, jamás escasa.
Una figura central del gabinete, que lógicamente sigue en él, burila una metáfora. “Lavagna manejaba Economía como un islote. Era un socio de este gobierno, al que se incorporó con un capital inicial, importante en su momento. Pero el 23 de octubre Kirchner multiplicó sus acciones y las de Roberto se licuaron. Se equivocó al ostentar imparcialidad, al no involucrarse. Con Miceli el ministerio integrará el gobierno, como miembro de un equipo, no como un socio que siempre reclama su parte.” Ese relato relativiza, sin negarlo, el impacto de los ajetreos ulteriores al discurso del ministro saliente en la Cámara de la Construcción. “La explosión tenía que venir. Por ahí se adelantó”, resume el autor de la metáfora, sin pecar de fatalista pero sí apelando al determinismo histórico.
En materia económica podría decirse que Kirchner y Lavagna concordaron más que cualquier dupla presidente-ministro de los últimos quince años. Compartieron, en sustancia, los tres pilares básicos del esquema económico –la paridad cambiaria con un dólar muy apreciado, la acumulación de reservas fastuosas y la obra pública como casi única política pública keynesiana de fuste–. Y también acordaron en los grandes trazos de las firmes e inéditas negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y los bonistas privados. Sus discrepancias, que las hubo, aludían mayoritariamente al lógico rol playing entre ministro y presidente. Kirchner amplía los márgenes normales de esas diferencias porque es muy activo para intervenir y muy lanzado para dar la puntada final, en la que siempre busca ser más duro, más situado a la izquierda que el ministro de turno. Pero, se repite, hasta ayer no habían mediado abismos de pensamiento entre ambos. Ahora, el Gobierno cuestiona la reforma a la Ley de Accidentes de Trabajo que Lavagna le confiscara a Carlos Tomada días atrás. Y hay quien piensa que se avecina una etapa de mayor distribución y mayor heterodoxia que rebasarían las convicciones de Lavagna, un supuesto que se podrá sopesar mejor con el correr de los días.
- “Felisa”: Lavagna identificó a su sucesora como “Felisa” en la conferencia de prensa que dio ayer. El nombre de pila remite a una relación histórica que antecede largamente a la que tiene la ministra entrante con el Presidente, trato que se construyó en la gestión y que llega a un inopinado remate.
Miceli encarnó un pequeño milagro, que fue llevarse bien en simultáneo con dos hombres que nunca se quisieron. Lavagna le ha reconocido saber, incluyéndola en su equipo. Se manejó con desenvoltura en el Banco Central y al frente del Nación. Acumula valores que son créditos en el imaginario de la Rosada. Fue militante desde muy joven, tiene años de experiencia de gestión, probó estar dotada de espolones cuando debió lidiar con Juan José Zanola, que no es un nene de pecho. Sus posiciones públicas precedentes se expresan en un discurso más keynesiano, más redistribucionista, más urgido por la necesidad de una reforma impositiva que “Roberto”, tal como lo designa ella.
- Taiana: “Leímos la elección como un reclamo de profundizar el rumbo. Taiana expresa eso, acentuar las mejores acciones de la Cancillería, sin los tropiezos en que incurrió Bielsa, por ejemplo lo de Cuba”, retratan en el primer piso de Balcarce 50. Portador de un apellido venerable del peronismo, con años de cárcel encima, una larga experticia en Cancillería y en la lucha por los derechos humanos, Taiana ya era ministeriable antes de la Cumbre de Mar del Plata. En su transcurso, en la convincente acentuación del compromiso regional, redondeó los méritos que venía acumulando.
Su designación, la consunción de Bielsa y la salida de Lavagna pueden catalizar varios cambios en el área. A título de especulación, suena muy verosímil que José Octavio Bordón (un aliado de Lavagna) deje la embajada argentina en Washington, adonde podría recalar el actual cónsul en Nueva York, Héctor Timerman.
- Garré: Este diario había narrado que el Presidente se entusiasmaba con la perspectiva de nombrar una ministra de Defensa, toda una señal hacia los residuos de machismo que pueda anidar la corporación militar. Un confidente de Kirchner niega ese matiz atrevido, sin convencer del todo a Página/12, aunque añade datos que sí suenan irrefutables: “Nilda es una dirigente democrática, comprometida con las instituciones y con los derechos humanos”. Otro comensal de la mesa presidencial agrega que Kirchner también pensó que la sucesora de José Pampuro, de frente a una etapa en la que habrá mucho ajetreo en Tribunales, deberá ser avezada en materia legal, don que el Presidente atribuye a Garré.
- El único pingüino: Miceli transitó de la izquierda al peronismo, Garré del peronismo de izquierda al Frepaso, Taiana es un peronista de izquierda histórico. Juan Carlos Nadalich es el único nuevo ministro pingüino puro y duro. No es hombre de confianza de un Kirchner sino de dos. Alicia Kirchner se negó a “prestárselo” a Graciela Ocaña cuando ésta alboreaba su labor en el PAMI. Luego debió cedérselo a regañadientes, por expreso mandato presidencial, dejando constancia de que perdía una pieza esencial. La continuidad está garantizada en Desarrollo Social, la profundización es una hipótesis sujeta a confirmación.
- Enigmas: Kirchner se da todos los gustos y asume todos los riesgos. Emite una señal precisa de centralización del poder pero de acentuación de la coherencia ideológica.
Hasta ahora, compartió los réditos de sus aciertos económicos con Lavagna, a quien podía reclamar se hiciera parte del debe. Ahora, con más acciones, puede ganar más pero arriesga un pozo estimable. Si prosiguen las deudas –en materia de desigualdad, de marginalidad, de trabajo mal retribuido, de falta de regulación legal a las privatizadas, de malos servicios públicos, de agotamiento de reservas de combustibles–, suya será la cuenta a pagar.
El Presidente confía en este equipo, que juzga tenaz, coherente y confiable. Es la primera vez que “pisa” y elige a todos sus compañeros, con los que sale a jugar el segundo tiempo, confiando (siempre lo hace) en comerse la cancha.
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